ALICIA EN EL PAIS DE LAS MARAVILLAS

Alice in Wonderland

Director: Tim Burton

Guión: Linda Woolverton, según las obras de Lewis Carroll

Intérpretes: Mia Wasikowska, Johnny Depp, Helena Bonham Carter, Anne Hathaway, Crispin Glover, Matt Lucas, Stephen Fry, Michael Sheen

Música: Danny Elfman

Fotografía: Dariusz Wolski

Montaje: Chris Lebenzon

EEUU. 2010. 108 minutos

 

Carroll y Burton

La más extendida aseveración entorno a las elecciones creativas de esta enésima revisión de los temas y personajes concebidos por Lewis Carroll en sus célebres novelas protagonizadas por Alicia (Alice’s Adventures in Wonderland, 1865, y su continuación Through the Looking-Glass & What Alice Found There, 1871) nos habla de la pertinencia de escoger un realizador del talante de Tim Burton para asumir las riendas de la dirección de la película. Decir que “sólo” Burton podía dirigir la película no es, evidentemente, más que un aserto comercial, ya que cualquier aficionado al Cine en general y al Fantástico en particular puede elucubrar una surtida terna de directores que podrían haber dado lugar a bien diversas e interesantes visiones particulares de ese (diría que inagotable) material de partida. En cualquier caso, sí que es cierto que asociamos fácilmente a Burton con el mundo de fantasía inventado por Carroll recurriendo a razones relacionadas con la imaginería visual, tan exuberante, del realizador de Ed Wood (1994). Y, en íntima relación con ello –pues forma y fondo deben conformar un todo–, podemos acudir a los temas que siempre han obsesionado al cineasta y hallar lazos con el universo carrolliano, cuando no la directa influencia del segundo sobre los primeros. Pensemos en el joven protagonista de Vincent (1982), que se debatía entre una anodina existencia doméstica y las sombras ensoñadas del universo de Edgar Allan Poe; pensemos en la pareja protagonista de Bitelchús/Beetle Juice (1988), fantasmas martirizados por los insoportables nuevos inquilinos de la que era su morada familiar; pensemos en el blanquecino, tétrico, ingenuo y anonadado Eduardo Manostijeras/Edward Scissorhands (1990),  obligado a abandonar su destino mítico antes de siquiera haber terminado de ser concebido, y a tener que lidiar con una existencia patética entre los miembros de una bastante desquiciada comunidad prototípica de la América residencial; recordemos la reivindicación de la monstruosidad en definitiva daba carta de naturaleza (maldita) a Batman Returns (1992); atendamos al tenor del material de Washington Irving ilustrado en la irregular Sleepy Hollow (1999); o recabemos, en fin, en la urgencia por la fantasía que daba sentido a la vida de los protagonistas de Big Fish (2003).

 

Alicia se hace mayor

A la vista de tales antecedentes, lo más llamativo y hasta paradójico del caso es que Burton asuma una adaptación como la escrita por Linda Woolverton, que inversamente al cauce seguido por el director en tantas narraciones pretéritas (la fantasía irrumpiendo en la realidad), nos muestra a una joven –ya no niña, como en los relatos de Carroll– que, por decirlo de algún modo, se esconde en la fantasía, pero sin dejar de representar la realidad, e interviene de forma decisiva –cual heroína clásica– para modificar un curso viciado de ese espacio de fantasía. Trataré de explicarme recurriendo a unas notas de producción en las que Burton argüía la novedad de su versión en el hecho de que “en las películas anteriores siempre se retrató a Alicia como a una niña pasiva que vive una serie de aventuras con personajes extravagantes. No tiene trascendencia”. Frente a esas versiones pretéritas (acordes con Carroll), en ésta Alicia toma un curso como he dicho decisivo en los acontecimientos: es, recurriendo a un tópoi, “la elegida”. Pero con esa modificación sustancial del tenor del relato puede decirse que Woolverton desnaturaliza  un tanto, pues se aparta, de los postulados de partida, por mucho que se sirva de una superficie –unos personajes– reconocible(s). Cuesta un poco decirlo, porque la labor de la guionista tiene sus virtudes –la estructura del relato, el esmero en los detalles–, pero debe convenirse que al tomarse esas libertades y llevar el relato por derroteros distintos, se traiciona parte de la esencia, del sentido de la obra literaria, que sembraba alegorías precisamente desde la celebración del nonsense. Una celebración de lo irracional que, y cerrando el argumento con el que iniciaba el párrafo, quizá otorgaba mayores posibilidades expresivas a lo burtoniano que esta traducción, libre pero mucho más convencional, de Woolverton. También hubiera supuesto una asunción mucho mayor de riesgos para el realizador de Mars Attacks (1996), que aquí se queda más bien en el territorio del mero ilustrador; avezado, ingenioso y exuberante, eso sí, pero ilustrador.

 

De aquí y de allá

El relato urdido por Woolverton  (y que convierte en engañoso el título de la película) se puede parangonar a lo que conocemos como “secuela”, en el sentido exclusivo de continuación del relato, pues retoma los acontecimientos unos cuantos años después de donde los dejó Carroll (y, cabría añadir, de donde los dejó la versión animada que la misma productora, Walt Disney Pictures, realizó en 1951, en su decimotercer largometraje animado). Se trata, a poco de pensarlo, de una opción argumental muy cercana a la que Jim V. Hart emprendió con el material de J. M. Barrie en la película Hook (1992) de Steven Spielberg, recogiendo a un Peter Pan envejecido –en el sentido estricto, pues ha abandonado la infancia, que es el territorio mental y espiritual en el que la fantasía puede campar a sus anchas con mayor libertad– y, en la tesitura de una encrucijada personal (en este caso hablamos del matrimonio de conveniencia, premisa sobre la que Woolverton traza una facilona reivindicación de los derechos de la mujer en el entorno clasista y machista de la sociedad victoriana de los albores del siglo XX), que regresa a ese espacio donde la magia es posible en busca de una inspiración que pueda hacer/volver a hacer de su vida algo valioso, extraordinario, digno de ser vivido con honestidad y plenitud. Y a esa inevitable comparación con  Hook, se le debe sumar una trama, la que enfrenta a los dos bandos del aquí llamado “submundo”, que hace suyas sin el menor complejo los arquetipos canónicos del heroic fantasy en general, en un interminable abanico de influencias que abraza desde la epopeya de Gilgamesh a las fantasías de Tolkien o C.S. Lewis, pasando por la literatura artúrica y los relatos épicos del Medioevo. Y no es una apropiación meramente de referentes clásicos, pues en la implementación argumental y visual de la película resuenan a menudo ecos de adaptaciones cinematográficas recientes de esos temas o autores, caso de las tonalidades sardónicas de Shrek (Andrew Adamson, Vicky Jenson, 2001) o motivos escénicos extraídos de la trilogía de El Señor de los Anillos/The Lord of the Rings (Peter Jackson, 2001-03) –citar, por ejemplo, las formidables similitudes paisajísticas y de diseño de producción que existen entre la demarcación que rige la Reina Blanca y el Rivendell élfico–.

 

El Sombrerero atormentado

Burton, decía, no asume excesivos riesgos en el despacho de una personalidad propia (cosa que, por ejemplo, sí hizo en la precedente Sweeney Todd, 2008). Ello sin embargo, demuestra la suficiente inteligencia y habilidad para moverse en un aparatoso entramado de producción, extrayendo magníficos réditos de la compleja labor del equipo de efectos especiales –con el gran Ken Ralston a la cabeza–, manejando la cámara a menudo con agudeza, otras sirviendo a los cánones de la espectacularidad tal y como está entendida hoy en Hollywood (y en concreto plegándose en secuencias concretas a las prestaciones más evidentes del 3D), y controlando en todo momento el pulso rítmico de la función (que, dicho sea de paso, dada la liviandad argumental agradece un ajustado metraje de 108 minutos, en realidad por debajo de la media de las producciones de este corte y época). Quizá para desespero de los amantes de la imaginería visual más personal e intransferible de Burton, el cineasta se revela en Alicia en el país de las maravillas como un realizador capaz de entregar un producto de manufactura intachable pero pactante con el elemento y condicionamientos industriales. A esos acérrimos del Burton más genuíno les quedan detalles aislados, como por ejemplo la secuencia en la que el Sombrerero Loco (Johnny Depp, quién si no) se revela como un personaje atormentado por el pasado: no hacía ninguna falta el subsiguiente flashback explicativo, porque con un solo plano –la cámara alzándose sobre el rostro de Depp para mostrar la panorámica de un escenario desolado– el realizador ya lo había dejado todo dicho, la razón argumental consignada y sobretodo el sentimiento del personaje expuesto con rotunda expresividad.

http://www.imdb.com/title/tt1014759/

http://disney.go.com/disneypictures/aliceinwonderland/

http://es.wikipedia.org/wiki/Las_aventuras_de_Alicia_en_el_pa%C3%ADs_de_las_maravillas

http://www.imdb.com/find?s=all&q=Alice+Wonderland&x=0&y=0

http://en.wikipedia.org/wiki/Alice_in_Wonderland_(2010_film)

http://www.metacritic.com/film/titles/aliceinwonderland2009

http://www.tucsonsentinel.com/arts/report/031710_alice/

Todas las imágenes pertenecen a sus autores

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