Sweet Smell of Success
Director: Alexander Mackendrick.
Guión: Ernest Lehman y Clifford Odets.
Intérpretes: Burt Lancaster, Tony Curtis, Susan Harrison, Martin Milner, Barbara Nichols, Emile Meyer, Jeff Donnell.
Música: Elmer Bernstein.
Fotografía: James Wong Howe.
EEUU. 1957. 95 minutos.
Mackendrick en Hollywood
Se suele recordar al británico Alexander Mackendrick principalmente por El Quinteto de la Muerte (The Ladykillers), una brillante comedia negra filmada bajo los auspicios de la Ealing Studios y que tuvo enorme repercusión comercial y crítica. Sin embargo su filmografía, aunque no muy profusa, contiene varias obras de interés y mención, y probablemente sea su primera película en Hollywood, esta Sweet Smell of Success, una de las más redondas. Partiendo de una novela de Ernest Lehman que el mismo escritor se encarga de convertir en libreto con la colaboración de Clifford Odets, Sweet Smell of Success (magnífico título, que contiene la esencia crítica de la historia) pone en la picota una turbia historia de encuentros y desencuentros entre dos hermanos, más un joven guitarrista y un agente artístico, historia comprimida por su contexto, no sólo temporal, sino principalmente espacial. Ese Broadway aludido en el título español se presenta como un paisaje de sempiterna nocturnidad, cuyas exuberantes luces eléctricas no hacen sino enfatizar un asfixiante despliegue de sombras, y aparece retratado con la cámara cual figura demiúrgica que atrapa a los personajes en su miseria y su hado.
La trastienda del espectáculo
La presentación de los personajes, tan frenética como el ir y venir constante de aquella auténtica rata de su ambiente en que se erige Sidney Falco (Tony Curtis), anuncia desde un principio que éste no es un filme de concesiones. Mediante el soberbio detalle descriptivo (de un esmerado guión, trufado de un sinfín de demoledores diálogos), nos introducimos en el angustioso entorno del showbiz, vamos familiarizándonos con los mecanismos de relaciones e influencias que son moneda de cambio en la trastienda del espectáculo, conocemos los despóticos métodos del implacable periodista J.J. Hunsecker, los torticeros métodos con los que extiende y hace valer el infinito poder que le confiere su firma en una de las páginas de cabecera del sector, la que diariamente publica en el New York Globe. Les vemos a todos bailar a su son, políticos, artistas y sus agentes –que no dudan en bajar la cabeza cuando son insultados en público por Hunsecker-; y concretamente Falco, un personaje arrastrado por la propia vorágine de su miseria, tan aturdido como carente de moral, alumno aventajado de Hunsecker precisamente en su sibilino intento de desbancarle y heredar su puesto de influencia, motivación insuperable que precisa de sus más bajos instintos, que le lleva a prostituir a una vendedora de cigarrillos, a sobornar (o intentarlo) a otros periodistas y hasta a participar en un complot para incriminar a Steve Dallas, un joven guitarrista, en una trama de tráfico de drogas. Steve es un gran guitarrista, pero desde el principio sabremos que está condenado a no abrirse camino en su sector, porque ha cometido el error de enamorarse de Susan Hunsecker, la hermana de J. J., circunstancia que desata las iras del periodista, quien mantiene una relación de sobreprotección con ella (aunque no se mencione en ningún momento, sobre esa relación, sobre el avasallador marcaje que J.J. le dispensa a Susan, planea constantemente la sombra de un incesto, otro fino hilo narrativo que abunda en la miseria emocional de los personajes).
Presión atmosférica
La destreza del guión halla un magnífico rescoldo en la escenificación de Mackendrick, en la pericia del realizador para retratar ese ambiente opresivo, para capturar lo visceral, lo esquivo de las acciones y reacciones de los personajes, para abundar en lo sórdido o en los pequeños instantes de calma –retengo la suavidad del primer plano del beso de despedida entre Steve y Susan, lleno de lirismo, que desprende una llamativa sensación de contraste con la turbiedad precedente/subsiguiente-. Mackendrick articula un sinfín de soluciones visuales que logran aturdir al espectador, en las que, no menos importante que la tarea lumínica que hemos mencionado, se une la presión atmosférica que impone la partitura jazzística, genial de Elmer Bernstein, a menudo confundiendo del modo más intencionado lo que es el sonido diegético (de las actuaciones de la banda de jazz) con la partitura musical extradiegética (retengo el instante en el que Steve abandona el club y le vemos caminar por las calles nocturnas acompañado de la funda de su guitarra; el sonido del concierto en el club toma nuevos visos de intensidad para enfatizar el acuciante peligro de ser apaleado por el policía a sueldo de Hunsecker; precisamente esa paliza se resolverá mediante un espectacular elipsis, un plano de detalle de un platillo al ser tañido, reverberando su agudo eco).
El dulce aroma del éxito…
En el lacónico desenlace, Susan logra al fin vencer la resistencia, abandona las apariencias y a su hermano. Resulta una pírrica vencedora, al igual que su novio guitarrista. Esa redención in extremis sólo se comprende precisamente en el abandono de Broadway, personificado en el influyente periodista que de forma tan soberbia encarna Burt Lancaster, pero literalizado en aquel último plano en el que la vemos perderse bajo la sanadora luz del día de las calles del centro de Manhattan. Hunsecker y Sidney pierden, son devorados por sí mismos. El uno pierde lo que más le importa, el otro recibe una paliza de un policía esbirro de Hunsecker. Los dos se erigen en personajes atrapados en Broadway, en la espiral de perniciosas consecuencias morales que, nos dice la película, son connaturales a aquel “dulce aroma del éxito” que persiguen a cualquier precio. Son devorados por el turbio paisaje, y el filme ni siquiera le interesa saber qué será de ellos. Les abandona allí.
http://www.imdb.com/title/tt0051036/
http://www.filmsite.org/sweet.html
http://rogerebert.suntimes.com/apps/pbcs.dll/article?AID=/19971021/REVIEWS08/401010361/1023
Todas las imágenes pertenecen a sus autores.