Gravity
Director Alfonso Cuarón
Guión Alfonso Cuarón, Jonás Cuarón
Música Steven Price
Fotografía Emmanuel Lubezki
Montaje Alfonso Cuarón, Mark Sanger
Intérpretes: Sandra Bullock, George Clooney, Ed Harris, Orto Ignatiussen, Amy Harris
EEUU. 2013. 91 minutos
Sobrevivir en el espacio
Si algo se hace evidente en el mismísimo, absolutamente brillante, arranque de esta Gravity, y que nada desmentirá en los sucesivos y a menudo también brilantes noventa minutos de metraje, es que si la película establece algún parangón con la poco prolífica, ciertamente irregular filmografía precedente de Alfonso Cuarón –aunque ahora resulta que algunos analistas parecen descubrir virtudes de filmes como Grandes esperanzas (1998) o Y tu mamá también (2001), para mí siguen ocultas–, es sin duda con la que hasta la fecha era indudablemente su mejor obra, el título de ciencia-ficción distópica Hijos de los hombres (Children of Men, 2006). Estoy hablando de virtuosismo escenográfico, por supuesto, pero también del potencial expresivo, que por supuesto no es lo mismo. Lo primero pertenece a la esfera de la técnica, lo segundo de la creatividad, y cuando lo uno y lo otro casan en estado de gracia los resultados son, hoy como siempre, memorables. Hay otro aparato fundamental en el desglose de la narración cinematográfica, y ése es por supuesto el guión, bajo cuya constancia los méritos de Gravity resultan más discutibles, como después pormenorizaremos. Pero de entrada baste decir que esos ingredientes, su danza y quizá descompensación en el todo que conforma la película, nos interrogan de forma apasionante sobre precisamente lo sinuoso, intrincado que a menudo resulta descifrar los límites de la capacidad y potencial dramático o expresivo, de cada uno de esos ingredientes individualmente considerados, y viceversa, hasta qué punto dejan de retroalimentarse cuando se produce un desequilibrio.
Rodada con una cámara de alta definición Arri Alexas –de uso ya muy estandarizado en la industria de Hollywood actual, y no sólo allí–, y por supuesto contando casi íntegramente con imágenes generadas por ordenador, la película nos ubica en el espacio exterior, donde diversos operarios de la NASA están trabajando en la reparación de un telescopio Hubble, trabajo que se ve fatídicamente interrumpido cuando una lluvia de basura espacial, formada por trozos de satélites y runa generadas por el efecto Kessler, destroza su nave y termina con la vida de todos ellos salvo un veterano comandante, Matt Kowalsky (George Clooney), y una doctora, Ryan Stone (Sandra Bullock), ésta última que se hallaba en su primera misión en el espacio. Tras esa larga y trágica presentación, la película desarrollará los alucinantes periplos de uno y otra para tratar de salvar su vida a pesar de hallarse flotando en el espacio, periplos que pasarán por la necesidad de encontrar una estación espacial en condiciones y saber manejar esa tecnología a su alcance para tripular una cápsula de rescate que les devuelva a la Tierra. La mera descripción del argumento ya anticipa muchos de los ejes narrativos sobre los que pivota Gravity –la angustia y la lucha por la supervivencia en las condiciones más hostiles en lo argumental; la intriga más exponencial en la disposición de tono y ritmo; la absorbente sensación de vacío, por inmenso que sea, como coda escenográfica–, elementos todos ellos a los que Cuarón da vida con una fiereza visual desarmante, que de paso le sirve al espectador español para hallarle el sentido y las ventajas a un formato, el tridimensional, que está en lo general lejos de demostrar su utilidad más allá de lo crematístico. (Por desgracia, ese espectador español no dispondrá de la oportunidad de ver la película en formato IMAX, experiencia visual sin duda más prometedora aún, dada la naturaleza de las imágenes esgrimidas, que el 3D).
Para articular el relato en imágenes, Cuarón tiene el atrevimiento formal de tratar de elucubrar el drama buscando una sensación de verismo. Verismo que utiliza como inteligente excusa, pues en buena medida tiene que ver con un esfuerzo difícilmente parangonable en el cine mainstream de ciencia-ficción por respetar al máximo las reglas de la física –por mucho que, inevitablemente, se tome algunas licencias–; pero esa labor está pensada para ser conjugada con los instrumentos cinematográficos a su alcance, y con la intención última de edificar una atmósfera envolvente y claustrofóbica, cosa que indudablemente logra con el fascinante código de imágenes virtuales y sonidos que se saca de la manga. Imágenes a menudo fascinantes que nos trasladan a esa tierra de nadie donde, por así decirlo, están suspendidos los personajes más allá de la estratosfera de nuestro planeta. El primer reto, o aviso para navegantes en la platea, lo hallamos en la primera y larga secuencia del filme, donde panorámicas lentas y multidireccionales nos efectúan una composición de lugar (o de, casi, no-lugar, pues la distante presencia de La Tierra, que oteamos continuamente bajo los astronautas, o en el reflejo convexo de sus cascos, así nos lo sugiere) mientras acompañan parsimoniosas la presentación de la situación y los personajes; en la misma secuencia se producirá el detonante del conflicto, en un brutal requiebro rítmico acompasado por una no menos radical, pero igualmente virtuosa, coreografía de los movimientos de la cámara, donde, a través de una furiosa subejtividad (la cámara asumiendo el punto de vista angustiado de Stone, que ha perdido su anclaje y da vueltas de campana sobre su propio eje, siendo incapaz de siquiera respirar ni mucho menos prestar atención a los consejos que Kowalsky trata de darle), avanzamos tétricamente en el proceso de desasimiento al que el espectador ha sido invitado desde el arranque, pues de la sensación de inmensa fragilidad por estar suspendidos en el espacio pasamos a la sensación de puro terror ocasionada por la pérdida de cualquier asidero…
Tan memorable arranque no verá defraudadas las expectativas de lo intrigante rayano en lo terrorífico en la edificación argumental y especialmente visual de la progresión ulterior del relato centrado en el constante y tan improbable run for cover de Stone y su compañero en aquel limbo hostil. Empero, es bien cierto que el tan formidable caudal de fascinación que anida en las imágenes merecía un calado metafórico, filosófico que el relato en esos radicales términos está pidiendo a gritos y que en cambio, se malbarata en buena medida en la abúlica edificación de la psicología de los personajes –el trauma que asola a la doctora Stone y el papel cuasiangelical que se otorga a Kowalsky, quien desde el principio está escuchando en su equipo, nada menos que la balada country añeja Angels Are Hard To Find, de Hank Williams, Jr.–, limitando el meollo dramático al relato de una (furiosa, sí) lucha por la supervivencia (que (spoiler?), en el fondo lo tenemos claro, terminará acabando bien) y, en el ámbito metafórico, a la digresión sobre la capacidad de resistencia del ser humano. Un buen amigo me llamaba la atención de la existencia de un relato muy breve titulado “Caleidoscopio” del genial Ray Bradbury en el que idéntica premisa –un cohete estalla y sus ocupantes, en sus trajes espaciales, caen diseminados por el espacio, alejándose unos de otros y a la espera de la muerte, intercambiando impresiones finales a través del hilo de comunicación que les une– daba lugar a un absolutamente pletórica diacurso sobre aspectos filosóficos de primer orden, principalmente el enfrentamiento del ser humano con el hecho trascendente de su propia muerte, elemento que, ay, en Gravity comparecerá en una sola secuencia dramática retintada con todos los convencionalismos al uso de Hollywood.
Una lástima, cierto, especialmente teniendo en cuenta que el molde inicialmente escogido había sido el de una aproximación seria, adulta y sin mojones de tinta a los territorios de la ciencia-ficción, y añadiendo que Gravity es de las pocas películas de ese género de los últimos tiempos que nos hacen vislumbrar algo tan hermoso como las formidables posibilidades de exploración que ese género aún guarda en su seno. Sin embargo, y precisamente por esa más que intachable hechura formal, Gravity no merece en modo alguno que esa facilona y lamentable concesión argumental, esa ocasión ciertamente desperdiciada de ir más allá de los enunciados obvios, nos impida ver y cantar las abundantes virtudes puramente visuales (y sonoras) del filme. Alfonso Cuarón se postula, cabe decir que de una vez por todas, como uno de los más incontestables maestros de la estilización en el seno del cine comercial norteamericano actual. La catarata de imágenes deslumbrantes que define la obra, acompasadas a una sabia sinfonía de música, sonido y silencios, nos congratula con el placer inmenso de sentarnos en una butaca y evadirnos totalmente de lugar y pensamiento. No sé si, como Todd McCarthy escribió para The Hollywood Reporter, Gravity nos propone un viaje que nos lleva “lo más cerca de sentir que estás en el espacio que jamás estaremos”, pero sin duda que sus hallazgos visuales, tan formidables, transportan al espectador al territorio de sensaciones más cercano a 2001: una odisea en el espacio (Stanley Kubirck, 1968) que el hipertecnificado cine contemporáneo ha llegado a alumbrar. Y eso, a pesar de las cuestionables decisiones argumentales referidas, no es poco.