The Monument Men
Dirección: George Clooney
Guión: George Clooney y Grant Heslov, según el libro de Robert Edsel
Intérpretes: George Clooney, Matt Damon, Bill Murray, John Goodman, Cate Blanchett, Bob Balaban, Jean Dujardin, Hugh Bonneville
Música: Alexander Desplat
Fotografía: Phedon Papamichael
EEUU. 2013. 113 minutos.
Salvaguardar la cultura (y el mensaje)
Quizá se ha malentendido, quizá la película articula demasiados resortes narrativos y estéticos claramente demodé, quizá realmente sus deficiencias le ganan el pulso a sus virtudes, quizá Grant Heslov y George Clooney han asumido más riesgos de lo que aparenta y los están pagando. El caso es que The Monuments Men ha recibido un soberano varapalo crítico –que recuerda, curiosamente, el que cultivó El buen alemán (2006), filme dirigido por Steven Soderbergh coprotagonizado por Clooney y Cate Blanchett, y que guardaba diversos nexos con el presente filme, relacionados no sólo con su concreta ubicación de contexto, sino en cuestiones de envoltorio formal–, probablemente el más sonado de la carrera como realizador de Clooney, de la que la película constituye su quinto eslabón. Quizá no hay para tanto, y probablemente, por encima de otro considerando, Monuments Men se erige en una obra coherente con el citado acervo filmográfico previo de Clooney, algo más evidente teniendo en cuenta las vías intencionales y alusivas de que en buena medida se raíla. Cosa distinta es la calidad cinematográfica, que ciertamente en el caso que nos ocupa es muy opinable.
La película, basada en una novela de Robert Edsel que dramatiza unos hechos reales, nos presenta a un selecto grupo de historiadores, directores de museos y expertos en arte, principalmente norteamericanos –aunque también hay un británico y un francés-, que, guiados por George Stout (Clooney), viajan al frente europeo en la Segunda Guerra Mundial con el objetivo de recuperar obras de arte robadas por los nazis durante la guerra. Semejante argumento, y el modo en que el contenido y temática hace balance con la fórmula visual escogida, emparientan la película, probablemente más que con ninguna otra de la filmografía del Clooney cineasta, con Buenas noches y buena suerte (Good Night & Good Luck, 2005). En ambos casos, un episodio del pasado es visitado con una aspiración última que trasciende la crónica histórica, reclamando una toma de conciencia del espectador no respecto de aquellos hechos narrados –en su segunda obra, algo bien recordado, la caza de brujas maccarthyista, aquí un episodio de la intrahistoria sacado de los anales de la 2ª GM– sino por reflejo abstracto y universalizante, que aquí nos habla (además siendo el propio Clooney quien, a través de su personaje, toma la voz cantante) del valor y respeto que merece algo que, según diversas teorías sociológicas, y por diversos motivos, cada vez parece más prescindible: el patrimonio cultural de los pueblos. Con Buenas noches y buena suerte la película comparte sobre todo una mirada idealizada en torno a quienes se alzan contra el poder (el presentador televisivo que allí encarnaba David Strathairn) o contra las circunstancias (los miembros de la compañía liderada por George Scout, que continuamente se encuentran con limitaciones operativas por razón de la poca prioridad que su misión tiene en el entramado y consignas de lo bélico), a quienes las películas contemplan en ambos casos como auténticos héroes en defensa de aspiraciones de libertad y democracia que van más allá de lo elemental; en Monuments Men, al respecto, esa visión heroica sui generis se enfatiza continuamente en el constructo de situaciones dramáticas y sus soluciones, con mención especial en el episodio protagonizado por el soldado británico encarnado por Hugh Bonneville.
Sucede, empero, que Buenas noches y buena suerte dista mucho de Monuments Men en cuanto a la codificación escogida, algo ya a priori esperable de un cineasta que en cada una de sus obras ha querido manipular esos códigos narrativos para evidenciar que precisamente son sólo eso, la fachada sobre la que trabajar unas determinadas intenciones, o, si lo prefieren, lo que damos en llamar “el tema” [recordemos al respecto, la experimentación visual, entre lo estridente y lo brillante, para ilustrar la hipérbole neurótica del relato sobre un desdoblamiento escrito por Charlie Kaupfman en Confesiones de una mente peligrosa (Confessions of a Dangerous Mind, 2002); la estampa vitriólica de la screwball comedy en Ella es el partido (Leatherheads, 2008); o las maneras del thriller más estilizado entre la herencia del cine conspiranoico de los setenta y la mecánica de las ficciones televisivas actuales sobre política en Los Idus de marzo (The Ides of March, 2011)]. En Buenas noches y buena suerte se trabajaba con una fotografía en contrastado blanco y negro y en espacios interiores para explorar desde lo minimalista en la superficie psicológica; en Monuments Men casi cabría hablar de una estrategia opuesta: Clooney y Grant Heslov (auténtico partner artístico, coproductor y coguionista con Clooney) mixturan de una manera dócil las maneras del relato bélico coral con elemento cómico, del tipo Los violentos de Kelly (Kelly’s Heroes, Brian G. Hutton, 1970), con ese suerte de subgénero protagonizado por actores ya cercanos al crepúsculo de sus carreras al estilo Space Cowboys (Id, 2001), ello condimentado con una sensación de clasicismo y oropel visual que remite a las excelentes ficciones televisivas producidas por Steven Spielberg y Tom Hanks sobre la Segunda Guerra Mundial [Hermanos de Sangre (Band of Brothers, 2001) y The Pacific (2010)], y, aunque atemperados, con ecos a elementos de sátira bélica de propia cosecha interpretativa y creativa, si pensamos en Los hombres que miraban fijamente a las cabras (The Men Who Stare at Goats, Heslov, 2009), película que, al fin y al cabo, también hablaba de una vis oculta de lo castrense, por mucho que allí lo esperpéntico dotaba al relato de un tono más abiertamente hilarante.
Los referentes u opciones escogidas para hacer atractiva visualmente una historia –más que un valor cinematográfico esencial per se– son siempre desde todo punto respetables, por lo que a priori no habría nada que decir. Pero en los resultados se hace evidente que esas opciones traicionan a Clooney y a Heslov, quienes, a pesar de contrar con un formidable elenco técnico que asegura al filme un poderoso look visual (de todos los frentes del diseño de producción a la labor fotográfica), la película hace aguas en su progresión narrativa, y termina pecando de una absoluta falta de rigor, ora porque se orilla demasiado en lo anecdótico, ora porque se adentra de forma insuficiente en las subtramas de personajes que plantea, ora porque, sobre todas las cosas, Clooney y Heslov no son capaces de resolver la ecuación del tono. Monument Men termina valiendo tanto como algunas de sus imágenes poderosas, que las tiene, o secuencias aisladas donde el esmero tanto en la escritura como en lo escenográfico insuflan al invento algo más de vida que la que anida en la coda formulaica/teórica, caso de la secuencia que utiliza el fuera de campo para mostrar cómo un soldado es abatido mientras se escucha, en over, el recitado de la última carta que escribió, o aquella otra en la que un villancico cantado por la hija del personaje encarnado por Bill Murray suena en la base de campaña como si una pequeña porción del hogar pudiera viajar, en un momento o noche determinado –y navideño- al otro lado del mundo y la existencia. Dos secuencias, a poco de pensarlo, perfectamente incardinables en los lugares comunes del cine bélico, y que quizá sirven para sugerir que el filme hubiera sido mucho mejor si se hubiera dejado empapar más a fondo, más hasta sus últimas consecuencias, de esas enseñas del género. Quién sabe.