21 GRAMOS

21 grams

Director: Alejandro González Iñárritu.

Guión: Guillermo Arriaga.

Intérpretes: Sean Penn, Naomi Watts, Benicio del Toro, Danny Huston, Carly Nahon, Melissa Leo, Clea DuVall.

Música: Gustavo Santaolalla.

Fotografía: Rodrigo Prieto

EEUU. 2003. 112 minutos.

 

Los ciclos de la vida

Dijo el eminente literato Chateaubriand que la vida humana no es una, sino muchas, y que la causa de nuestra infelicidad es la incapacidad por discernir esos cambios de vidas. 21 grams se me antoja una expresión gráfica de aquella máxima filosófica. En ella se enfrentan las emociones más básicas de tres personajes (el amor, la muerte, la redención) para describir los extraños ciclos de la vida que tales conflictos puede generar. En ese sentido, esa triple dirección de la historia converge con las líneas narrativas de su notable antecedente, Amores Perros (ambas escritas por Guillermo Arriaga), película con la que también guarda evidente relación de simetría en lo que concierne a la propuesta formal: la psicología como coda de un montaje segmentado e irrespetuoso (o casi) con la convención narrativa, todo ello para proponer –con más complejidad en esta ocasión- un acercamiento más emocional que intelectual, a lo que coadyuva el abuso de los primeros planos, la utilización de la música y el sonido, la degradación de la luz, y el más extravagante ensamblaje de situaciones.

 

Tours de force

  Brillante en muchos compases, víctima de cierto efectismo en otros, valiente en su propuesta en todo caso, 21 grams  posee esa extraña cualidad de conservarse en la retina del espectador, mérito que sin duda debe atribuirse en buena parte al talento que derrocha el completo reparto, y especialmente a la personificación de la fragilidad que bordan Naomi Watts y el tour de force de sobriedad interpretativa de un Sean Penn cuyo magnetismo desarma al espectador (de hecho, no es extraño adivinar el interés de Sean Penn por interpretar uno de los tres roles principales de esta segunda película de Alejandro González Iñárritu, cuyas concomitancias con el cine de/dirigido por el actor/director son más que evidentes, especialmente con The Crossing guard, la historia de un padre destrozado por la muerte de su hija en un accidente de tráfico que planea el asesinato del autor accidental del mismo, quien a su vez convive con el terrible peso de la culpa).

 

Futuros

  En el desenlace final regresamos al terreno del citado antecedente The Crossing Guard: allí, Nicholson y David Morse, tras una lúgubre y patética persecución por las calles, saldaban cuentas con el pasado y abrían la puerta a la redención en un hermosísimo plano en el que se daban la mano inclinados ante la tumba de la niña muerta; en la película de González Iñárritu, otro plano final rubrica el leit-motiv de la narración: Naomi Watts, que acaba de descubrir que será madre de un niño concebido con el finado (o casi) Penn, se aposta en la ventana del hospital y le dedica una cálida mirada a Benicio del Toro, involuntario verdugo de su vida anterior. En ambos casos, víctimas y verdugos descubren que son algo más que eso, y plasman el perdón en su más lírica expresión. Más allá del desenlace abierto de Amores Perros, aquí la puerta que se abre hacia el futuro incierto no es del todo negra.

http://www.imdb.com/title/tt0315733/

http://www.21-grams.com/index.php

http://www.theasc.com/magazine/dec03/cover/index.html

Todas las imágenes pertenecen a sus autores.

LEJOS DE LA TIERRA QUEMADA

 

The Burning Plain

Director: Guillermo Arriaga.

Guión: Guillermo Arriaga.

Intérpretes: Charlize Theron, Jennifer Lawrence, Kim Basinger, Joaquim de Almeyda, J. D. Pardo, Danny Pino y José María Yazpik.

Música: Omar Rodriguez-Lopez  y Hans Zimmer

Fotografía: Robert Elswitt y John Toll.

EEUU. 2008. 110 minutos.

 

        El guionista

 

        Está claro que hablar de la primera película tras las cámaras de Guillermo Arriaga nos obliga a recordar un bagaje previo a esta opera prima, su autoría de los libretos de tres películas dirigidas por Alejandro González Iñárritu (Amores Perros, y ya en Hollywood, 21 grams y Babel) y el de otra opera prima, la de Tommy Lee Jones, la excelente The three burials of Melquiades Estrada. Lo traigo a colación porque esos cuatro guiones han cimentado su (merecido) prestigio, pero también porque forjaron una idiosincrasia muy marcada, unos intereses tanto de forma como de fondo (o de la forma hacia el fondo), a los que en su primera dirección no ha querido darle la espalda: lejos de pretender dejar atrás una etapa creativa, puede decirse que Arriaga se reivindica a sí mismo como el coautor, con todas las letras, de las cuatro obras citadas al escoger para su The Burning Plain una historia que es pariente de todas ellas, especialmente de Amores Perros y de 21 grams (pues rehuye las excesivas ínfulas globalizadoras de Babel, por un lado, y porque, en el caso de The three burials of Melquiades Estrada, el director logró imprimir una fuerte personalidad a las imágenes, un tono sobreimpreso a la letra escrita heredero de otras miradas –principalmente al western crepuscular-). Si cae la pregunta del millón -¿quién era el mejor artista del tándem Iñárritu-Arriaga?-, contesto que no existe respuesta: no sé si las mejores cualidades de Iñárritu (que las tiene, aunque más limitadas de lo que en su día se dijo) obedecen al patrón del guión que Arriaga escribía; en buena medida podría ser así, la fuerza expresiva de los acontecimientos narrados en Amores Perros y 21 grams bastaban para llevar al espectador bajo su influencia dramática. Pero, por otro lado, es innegable que Arriaga asumió lecciones cinematográficas diversas de la labor de Iñárritu con sus guiones: ello queda patente en la planificación y ejecución visual de la película que nos ocupa (también las aprendió de Tommy Lee Jones, en la cuestión referida al tratamiento del entorno físico, sobre lo que me extenderé en el siguiente párrafo).

 

       

En la frontera

 

        En The Burning Plain nos encontramos, pues, con una historia matriz que entrelaza tres tramas, los actos y motivaciones de cuyos personajes van a ser desarrollados de forma no lineal cronológicamente (lo que habilita ese epíteto tan biensonante: “deconstrucción”) para converger en una sola solución. Si se me permite, en este caso hay un ardid que simplifica las ecuaciones de Arriaga, el hecho de utilizar a dos actores distintos para interpretar a idénticos personajes (cubriendo una diferencia temporal que diría que sólo pírricamente admitía esa opción: trece años), circunstancia desconocida para el espectador (ella ha cambiado de nombre, así que no podemos reconocerla; él no es nombrado por otro nombre que no sea el de “papá”). Sin embargo, ese ardid también nos ofrece una perspectiva interesante extramuros del meollo dramático, cual es la constatación de que el entorno en el que los personajes viven –como en The three burials…, en territorio fronterizo, primero en uno y después en otro lados de la frontera divisoria entre los Estados Unidos y México- parece detenido en el tiempo: tratándose de una historia contemporánea, uno puede deducir que la trama da inicio hace unos quince años y termina en la actualidad, pero la ambientación es exactamente la misma en los dos momentos cronológicos, algo en realidad esencial para no entorpecer esas ecuaciones argumentales, y que Arriaga se esmera en que funcione bien: de este modo, observando esas grandes llanuras (“plains”) rayanas en lo desértico, el urbanismo, los comercios, las casas, las rancheras, los vestuarios, etc, no detectamos diferencias: el tiempo, como decía, se desaloja de la historia, lo cual le va bien al meollo dramático (por su vocación universal) pero también sirve para incidir en un paisaje humano hijo de ese entorno fronterizo, y maculado, para bien o para mal, por el mismo (aunque a alguien le pueda parecer anecdótico, en realidad a mí se me antoja más bien una inteligente sutileza temática que el enfrentamiento dramático se produzca entre una familia prototípica norteamericana –atiéndase que Kim Basinger, Charlize Theron y Jennifer Lawrence son rubias platino- y una familia inmigrante mejicana –cuya fisonomía, la de Joaquim de Almeyda, J. D. Pardo, Danny Pino y José María Yazpik también llevan fuertemente impresa esa procedencia geográfica-). Probablemente lo más interesante a nivel cinematográfico del filme tenga que ver, precisamente, con la utilización del paisaje con propósitos descriptivos de los actos de los personajes pero también de lo anímico (algo demasiado obvio en las secuencias azuladas que protagoniza Sylvia al principio del filme, pero en cambio muy interesante en la plasmación de la amistad y romance florecientes entre Mariana y Santiago, en los lugares de encuentro entre sus respectivos madre y padre, o en la secuencia del accidente de la avioneta).

       

       

Hijos de la culpa

 

        La película está recorrida, desde el prisma de su protagonista (en el fondo, absoluta, pues sus motivaciones son las que alimentan todos los acontecimientos), por la materia destructiva de la culpa; una culpa tan poderosa que guía los actos de la protagonista hacia la destrucción (atiéndase, en ese sentido, a la condición de ninfómana que se revela en las primeras secuencias del filme, y sobretodo a la importancia de las cicatrices en diversos paisajes de la película, tanto cuando Sylvia se automutila con una piedra como, principalmente, el pacto de fuego –de trascendencia simbólica que después se desvelará- entre Mariana y Santiago). Es una historia en la que, como todas las escritas por Arriaga, se utiliza un elemento trágico desencadenante de un profundo dolor que los personajes arrastran consigo y que corrompen su espíritu hacia el odio (en este caso, esa culpa, es odio hacia ella misma); sin embargo, bajo ese odio aún habita la necesidad de los personajes de ser amados, por lo que los acontecimientos nos llevan al reencuentro/entendimiento entre los focos cruzados de ese odio, de lo que acaba resultando una posibilidad de redención. Arriaga, de hecho, siempre nos cuenta la misma historia, por ello debemos darle tanta importancia a la forma. Aunque, a decir verdad, si Babel o si esta The Burning Plain no acaban siendo tan redondas como Amores Perros, 21 grams o sobretodo The three burials… es porque esos conflictos, ese trayecto del dolor al odio y después a la redención resulta algo automático, está sobreentendido en el fluir del libreto, y por tanto resulta algo forzado (la inercia que separa a los personajes, de súbito se rompe, y los une: de súbito, Sylvia empieza a buscar a su hija en los moteles; de súbito, el padre de Mariana detiene el coche, y cruza una mirada carente de odio con Santiago; …); estoy diciendo que a la película, al igual que a Babel, se le notan un poco las costuras; y lejos de lo que opinen otros, yo no creo que eso obedezca a los matices que los intérpretes puedan extraer de su labor actoral (todos los que aparecen en esta película rubrican un buen trabajo), sino que tiene más que ver con el esmero en el planteamiento de situaciones y contenido de diálogos (guión) o a la expresividad y sentido lírico que se extraiga de la escenografía (dirección); tareas todas ellas en la que Arriaga no logra alcanzar el mejor puerto. Con todo, la película atesora suficientes méritos artísticos para ser tenida en consideración, aunque, tirando de recuerdo cinematográfico, confieso que viéndola me llegaron poderosos ecos de una obra maestra de Wim Wenders titulada París, Texas, que trataba espacios anímicos ciertamente afines, y que lo hacía con una destreza y fuerza lírica que, sin lugar a dudas, Arriaga está muy lejos de lograr en ningún momento del metraje del filme. Así que, a quien le guste The Burning Plain, que no lo dude: Paris, Texas es su película.

http://www.imdb.com/title/tt1068641/

http://www.viewlondon.co.uk/cinemas/guillermo-arriaga-interview-feature-2724.html

Todas las imágenes pertenecen a sus autores.