WISE BLOOD (SANGRE SABIA)

Wise Blood

Director: John Huston

Guión: Michael y Benedict Fitzgerald,

según la novela de Flannery O’Connor

Música: Alex North

Fotografía:  Gerry Fisher

Montaje: Roberto Silvi

Intérpretes:  Brad Dourif, John Huston, Dan Shor, Harry Dean Stanton, Amy Wright, Mary Nell Santacroce, Ned Beatty, William Hickey

EEUU. 1979. 96 minutos

 

 La Iglesia sin Cristo

 Tomando como material de partida una novela que Flannery O’Connor escribiera en 1952, Wise Blood fue un proyecto que le fue ofrecido a Huston y éste asumió con devoción, porque le gustaba el relato, y que sólo pudo materializar con muy escasos medios económicos (un millón y medio de dólares de la época), no alcanzando distribución más allá de los circuitos del cine por aquel entonces llamado “de arte y ensayo”. Pero el tiempo, que da y quita razones, ha ido elevando el valor de la obra hasta el lugar de prestigio que ahora ostenta. Se trata de una de las últimas grandes películas que Huston  nos legó, y no cuesta demasiado emparentarla con la también soberbia Fat City, ciudad dorada, que realizara siete años antes (1972). En ambos casos, Huston demuestra su condición de maestro merced sobre todo a la contundencia con la que, desde una suma austeridad en lo escenográfico, es capaz de constituir en imágenes un paisaje humano, comunitario, cultural y social muy plegado sobre sí mismo y que soporta perfectamente un peso tanto radiográfico como reflexivo.

 

En ambos casos, además, Huston nos entrega personajes a los que hace fuertes en su peculiar idiosincrasia. Personajes quizá mediocres, derrotados, desnortados, y puestos en la mira (quirúrgica) con una extraña y magnética lucidez, que excluye la condescendencia y es entrañable (en Fat City) o por lo menos respetuosa (Wise Blood), de lo que emergen unos enriquecedores términos de contraste que tensionan los vasos comunicantes entre lo dramático y los comentarios radiográficos que lo interpretan. Si en Fat City se nos hablaba de boxeadores de última y desclasada fila, en el filme que nos ocupa se trata de improbables predicadores en un paisaje degradado en lo externo e interno. Hazel Motes, el protagonista de la función (encarnado de forma memorable por Brad Dourif) es de hecho un personaje que lleva al paroxismo una crisis de fe que le azota desde su propia experiencia –esos breves flashbacks en los que le vemos de niño, a la sombra de su abuelo predicador, a quien da vida el propio Huston– y termina de contornearse en el entorno vivo en el que le toca vivir. Motes es el pastor y único miembro de la parroquia de una eventual Iglesia sin Cristo. Si el mensaje de Dios es el Amor, Motes nos trae la mala nueva, y con una pasión que sólo él entiende, de lo opuesto: la ira, el odio y el rencor. Equipajes que lleva a cuestas de forma perenne, cargando a sus espaldas el peso de un mundo diríase que de entraña putrefacta, contra lo que se revuelve tratando de generar acólitos a su causa atea, única convicción (o no-convicción) que el personaje defiende en todo momento, sin contemplación ética alguna, a cualquier precio y hasta sus últimas consecuencias.

 

El acerado retrato de este hombre acosado por sus propios fantasmas, y que es incapaz de desligarse de las máculas espirituales de su pasado precisamente por la errónea clase de entusiasmo con la que intenta revolverse contra ellas, así como el subrayado narrativo a través de personajes secundarios de otros dos falsos predicadores cuya única causa es la mentira y la delincuencia (encarnados por actores de peso: Harry Dean Stanton y Ned Beatty), hacen de esta película una ácida y furibunda crítica contra esta práctica religioso-mercantilista tan extendida en los EEUU, y sobre cuya perniciosa ralea ya nos advertía la sarcástica novela de Sinclair Lewis Elmer Gantry (1927) y adaptación cinematográfica homónima de Richard Brooks (en España titulada El fuego y la palabra (1960)). Pero hay especial énfasis en la crónica sociológica subyacente a esa crítica, que es fruto de las nihilistas constataciones que, a veces agazapadas bajo la seña irónica o hilarante –la subtrama protagonizada por el joven Enoch Emoy (Dan Shor), y su obsesión con los simios–, el filme extrae de su sondeo en el lugar donde se ubica el relato, una comunidad sureña inculta y retrógrada cuyo patetismo Huston perfila con saña, reflejando de tal modo que Hazel Motes es, al mismo tiempo, un producto de un lugar y una coyuntura socio-económica y alguien que intenta torpemente revolverse contra su condición, en una vorágine tan absurda como turbadora y trágica. De un modo aún más acusado que Fat City, Wise Blood posee la endiablada capacidad de arrancar al espectador sonrisas que nacen congeladas, pues sus constataciones pesimistas no tienen fin… ni, por supuesto, redención.

http://www.imdb.com/title/tt0080140/?ref_=sr_1

http://www.criterion.com/current/posts/1132-wise-blood-a-matter-of-life-and-death

http://www.criterionconfessions.com/2009/05/wise-blood-470.html

http://hopelies.com/2009/05/18/wise-blood-1979/

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FAT CITY

Fat City.

Director: John Huston.

Guión: Leonard Gardner, adaptando su novela homónima.

Intérpretes: Stacy Keach, Jeff Bridges, Susan Tyrrell, Candy Clark, Ruben Navarro, Art Aragon.

Música: Kris Kristofferson.

Fotografía: Conrad L. Hall.

EEUU. 1972. 109 minutos.

 

La larga derrota

 En la trayectoria de John Huston en los años setenta hallamos títulos maravillosos como El juez de la horca (The Life and Times of Judge Roy Bean, 1972) y El hombre que pudo reinar (The Man Who Would Be King, 1975) y deslices parciales como La carta del Kremlin (The Kremlin Letter, 1970) y El hombre de Mackintosh (The Mackintosh Man, 1975); pero también esas dos obras de apóstrofe crepuscular ubicadas en cada extremo de la década, Fat City, ciudad dorada y Sangre Sabia (Wise Blood, 1979), cuyo notable parentesco siempre me ha fascinado: dos películas que consiguen levantar marcados y peculiares microcosmos tanto físicos como espirituales, a través de los que sondean latitudes muy próximas al alma de una América invisible, olvidada, poblada por una tipología humana que en abstracto ha recibido definiciones como la de silent majority (Richard Nixon) o white trash, pero a las que tanto una como la otra película rescata del anonimato para proponer, en esa concreción, y desde perspectivas distantes y hasta cierto punto complementarias, una mirada y una voz que tiene tanto de errabundo como las propias constataciones que alcanza. En el filme que nos ocupa, Huston barniza los postulados descriptivistas y dramáticos desde un soterrado lirismo, y en Wise Blood, según una novela de Flannery O’Connor, juega la baza del humor cruel y surreal. Pero en ambos casos, a la postre, el gran cineasta que fue Huston termina deviniendo en un avezado y vibrante radiógrafo de inclementes realidades socio-culturales que pocos en el cine contemporáneo norteamericano se han atrevido a diseccionar (quizá Darren Aronofsky sería de los pocos que aguantarían la comparación), y mucho menos con la inteligencia, clarividencia e insultante personalidad que en ambas obras demostró Huston.

  

 

Rodada en 1971, Fat City fue la primera película que el cineasta pudo volver a realizar íntegramente en los EEUU desde nada menos que Vidas Rebeldes (The Misfits, 1961). Y en ello tuvo no poca importancia la intervención de un viejo aliado de Huston, el productor Ray Stark –con quien había colaborado en La noche de la iguana (1964)–, quien le proporcionaría al cineasta la posibilidad de filmar esta una película por la que Huston sintió devoción desde el principio, pues existían diversas razones autobiográficas que sintonizaban a la perfección con la novela de Leonard Gardner que el propio escritor convirtió en libreto. Básicamente, el tema del boxeo, deporte que él mismo había practicado como aficionado en su juventud, una temática a menudo fecunda en el cine norteamericano y a la que Huston, a través del relato de Gardner, se pudo aproximar desde la perspectiva que más le interesaba, una visión totalmente desglamourizada, rubricando una obra muy hermosa, en la que una muy honesta y sincera mirada naturalista a un entorno humano desfavorecido se da la mano con una rara cadencia nostálgica.

 

No es de extrañar que a más de uno, al visionar la magistral Million Dollar Baby (Clint Eastwood, 2004), le llegaran ecos de esta Fat City, historia categórica de perdedores, que tan generosamente nos acerca a los pulsos vitales de esa inmensa mayoría de púgiles a los que la suerte no llega a sonreír jamás, y que viven azotados por una esperanza tan luminosa como cada vez más difusa, a la que se aferran con uñas y dientes para no afrontar la conciencia de esa larga derrota. Lo notable del caso es la capacidad de Huston para contemplar de un modo franco y entrañable a sus personajes, y así sustraerse, al menos en la apariencia, de la severidad dramática, para rubricar su tan bien perfilado bosquejo humano a través de un relato de devenir pausado y tan desenfadado como el talante de los personajes que lo pueblan. Las aceras, bares y gimnasios de Stockton, la anodina ciudad californiana donde discurre el relato, parecen consumir el sentido de la existencia para Billy Tully (Stacy Keach), un hombre que parece acomodado viviendo a la sombra de las viejas y ya marchitas promesas de su carrera como púgil, y que ahora se gana el pan como jornalero junto al resto de parias de la comunidad. En la faceta sentimental, haciendo buena esa clásica equiparación metafórica entre el deporte y la propia vida, Billy carga con el recuerdo de un gran amor perdido, y en el presente se empareja con Oma (Susan Tyrell), una alcohólica totalmente desquiciada. Su vida puede de hecho resumirse en el más nimio de los actos de su cotidiano: ese cigarrillo que no encuentra fuego, esa puerta de la nevera que no termina de cerrar, ese bote de ketchup que cae al suelo y lo pone todo perdido… Pero, como el resto de miembros de su celosa comunidad pugilística –su antiguo manager, así como la cuadrilla de boxeadores y ayudantes que le siguen–, a Billy siempre le queda recurrir a las mismas excusas en las que se escuda su amor propio indomeñable, que es el que al fin y al cabo le mantiene a flote.

 

En una de las primeras secuencias de la película, Billy se encuentra en la soledad de un gimnasio con el co-protagonista de la historia, el joven Ernie Munger (Jeff Bridges), boxeador aficionado que, según el juicio siempre ilusionante de Billy y su mánager, apunta maneras, aunque el espectador no tarde en darse cuenta de que esas maneras son limitadas. Ernie es un tipo sin ambiciones, que se pasa la película haciendo lo que le dicen, desde boxear a casarse con su novia adolescente, aguantar los sermones de Billy o de su manager sin reprochar o discutir nada. Nada parece ser, al fin y al cabo, demasiado trascendente. Es precisamente a través de las constantes constancias de esa actitud entre la apatía y el estoicismo que de modo tan contagioso se transmite entre los personajes que pueblan el relato, que Fat City propone al espectador unos mecanismos de identificación más complejos de lo aparente con sus personajes; a ese espectador a menudo le arranca sonrisas, pues las situaciones y diálogos a menudo resultan hilarantes; pero no es una sonrisa cómplice, pues suele ser fruto de la plasmación del patetismo de los personajes; y, encima, es una sonrisa que se congela, pues bajo la anécdota afable siempre termina bullendo el comentario sobre la dolorosa soledad e incomunicación de los personajes.

 

Ya desde la citada secuencia del encuentro inicial en el gimnasio solitario, el filme nos propone unos reflejos especulares y deformantes entre los protagonistas de la función, Billy Tully y Ernie Munger. El segundo es la versión (o al menos una probable versión) primeriza del propio Billy. Y más allá de los poco memorables encuentros y desencuentros argumentales que ese hecho provoque, ese dato, esa relación de parentesco vital entre los personajes, termina elevando los sentidos de la película a un estadio abstracto, que lleva al espectador a comprender en última instancia por qué el ritmo de la función es deliberadamente moroso, o por qué los acontecimientos se van precipitando sin capacidad o siquiera intento de reacción por parte de sus participantes. En la contemplativa y muy inspirada caligrafía de Huston, y en la temperatura templada que a las imágenes confiere la estupenda labor del operador lumínico Conrad Hall, uno termina por darse cuenta de que, a la postre, Fat City no se limita a la radiografía de unos personajes y una coyuntura (la del perdedor), y quizá se está atreviendo a ir mucho más allá, a reflejar el paso del tiempo y su peso inescrutable. Se está refiriendo a la condición de la existencia humana, en toda su espesura, que abraza lo trágico tanto como lo ordinario, lo trascendente tanto como lo inane. O en cualquier caso abraza, sobre todo, lo irremediable de su curso.

http://www.imdb.com/title/tt0068575/

http://www.villagevoice.com/2009-09-15/film/john-huston-s-late-career-hit-fat-city/

http://www.rottentomatoes.com/m/fat_city/

http://movies.nytimes.com/movie/review?res=EE05E7DF173BE765BC4F51DFB1668389669EDE

http://www.dvdverdict.com/reviews/fatcity.php

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VIDAS REBELDES

The Misfits

Director: John Huston.

Guión: Arthur Miller.

Intérpretes: Clark Gable, Marilyn Monroe, Montgomery Clift, Thelma Ritter, Elli Wallach.

Música: Peter North.

Fotografía: Russell Metty.

EEUU. 1961. 113 minutos.

 

Aliento crepuscular

Siempre que se menciona esta película se trae a colación que fue la última que interpretaron tres grandes mitos del cine americano de todos los tiempos: Montgomery Clift, Marilyn Monroe y Clark Gable. Un aliento crepuscular la acompaña, y más allá de por esa noticia de lo postrero, habita en sus imágenes (en blanco y negro) por una conjunción de razones de desencanto de diverso pelaje: en primer lugar, su temática, la descripción de los vaqueros a la vieja usanza que se ven devorados por el progreso y pierden su arraigo y su sustento sentimental y económico (quedando relegados a unos pocos rodeos y unas cada vez más exiguas cazas de caballos salvajes, ambas actividades capturadas con sentido de lo intrépido pero un innegable regusto angustioso por la cámara de Huston); en segundo lugar, las condiciones sentimentales del propio autor del libreto, el genial dramaturgo Arthur Miller, que escribía su primer guión para el cine -que le regaló a su esposa Marilyn-, y que trató de capturar demasiadas aristas psicológicas y autobiográficas del personaje de Roselyn, todo ello en un tono pesaroso que se correspondía con el delicado estado de su matrimonio; en tercer lugar, y en relación con lo anterior, las tristes circunstancias de salud que aquejaban a Marilyn (aún quedaban tres años para su desaparición, pero ya era víctima de los excesos con barbitúricos diversos, y se hallaba en penosas circunstancias anímicas que obligaron a suspender el rodaje en hasta tres ocasiones y que la incapacitaron para abordar su interpretación con la suficiente entereza que el personaje precisaba); en cuarto lugar, el propio Huston volvía a rodar en los States tras once años de ausencia de las que debemos responsabilizar al nefasto senador McCarthy y su caza de brujas, y lo hizo exclusivamente a petición de Miller: su condición de misfit era, pues, parangonable con la de los personajes que se dan cita en el filme.

 

Obra maldita

Por unas y otras razones, The Misfits es una película que tiene mucho de maldita, una obra de acusado lirismo en la escritura, realización e interpretación, en la que a menudo nos encontramos con diálogos demasiado aislados en su trascendencia o simbolismo, así como algunas situaciones algo deslavazadas (todo ello se agravó terriblemente en España por mor de la ridícula censura que dio al traste con infinidad de secuencias –algunas que mostraban una transparencia o un plano sensual de Marilyn, pero otras que no pasaban de hacer referencia al divorcio o a sentimientos de pérdida como los que conciernen al personaje de Gable respecto a sus hijos o de Clift respecto a su padre-: el censor quiso efectuar su propio montaje, y el resultado fue tan lamentable que dio al traste con la más elemental congruencia de la narración).

 

Fracaso

Lo mejor del filme reside sin duda en el afanoso trabajo de Huston y especialmente en la resolución del segmento final del filme, que narra la caza de los caballos y que contiene, amén de unas imágenes de gran belleza y capacidad evocadora, la clave ideológica y dramática de la película, la imposible redención de unos personajes arrojados al abismo y conscientes de una pérdida insuperable, del advenimiento del fracaso, y por qué no decirlo, de la muerte.

http://www.imdb.com/title/tt0055184/

http://www.film.u-net.com/Movies/Reviews/Misfits.html

http://www.filmsite.org/misf.html

http://www.rottentomatoes.com/m/misfits/

http://movies.nytimes.com/movie/review?res=9C06E0D71739EE32A25751C0A9649C946091D6CF

http://www.desertusa.com/mag05/nov/misfits.html

http://www.pbs.org/wnet/gperf/shows/misfits/misfits.html

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LA JUNGLA DE ASFALTO

The Asphalt Jungle.

Director: John Huston.

Guión: John Huston y Ben Maddow, basado en la novela de W. R. Burnett.

Intérpretes: Sterling Hayden, Louis Calhern, Jean Hagen, Sam Jaffe, John McIntire, James Whitmore, Marilyn Monroe.

Música: Miklós Rózsa.

Fotografía: Harold Rosson.

EEUU. 1950. 101 minutos.

 

Noir

No parece necesario decir a estas alturas que The Asphalt Jungle es uno de los títulos referenciales de un género tan carismático como fue el cine negro que proliferó gloriosamente en las décadas de los cuarenta y cincuenta en oposición a la visión risueña e impoluta que comunmente se imponía (e importaba) del american way of life. La oquedad relacional de los personajes que se mueven en el entorno del hampa, y ese hado de malditismo embebido de dolor y culpa cuya única cura/redención radica en el último aliento, aparece patente en el glorioso blanco y negro de esta película configurando la triste belleza del fresco que retrata, pero también del género a que alimenta, y, claro, a la realidad desangelada y sombría que retrata.

 

Tratado de la debilidad humana

Las riendas de Huston alcanzan la absoluta maestría en el devenir de tan amarga función. Al elegante y magníficamente articulado sustrato argumental, el realizador de The Maltese Falcon le añade –amén de la magnífica dirección de actores- esa constante sensación de asfixia latente, patente en todos y cada uno de los personajes que van transitando ante los ojos del espectador, retratados por la cámara con un halo de devoción, que niega tanto la categorización de los mismos como la alineación entre buenos y malos, cualidades que se difuminan por razón de la cuidada exposición de motivaciones y debilidades que el filme efectúa. Ahí, en ese tono que por momentos abraza la mirada naturalista, radica la magnificencia de este irreductible clásico: se erige en un perenne tratado de la debilidad humana y la constante pérdida en que se erige ese desopilante juego al que llamamos vivir.

 

Marilyn

Cabe añadir, a título anecdótico pero menos, que The Asphalt Jungle fue la carta de presentación cinematográfica no sólo de Sterling Hayden sino de la mismísima Norma Jean, ya con su nombre mítico, Marilyn Monroe. Evoca una irresistible lírica acercarse a aquella encarnación (de prostituta) que abrió la veda de su fulgurante carrera, con el significado de su personaje en el seno de la truculenta coyuntura, y lanzar un  parangón con el sino de esa frágil existencia, la de la fachada más codiciada del mundo y el precio que se paga por ello.

http://www.imdb.com/title/tt0042208/

http://www.filmsite.org/asph.html

http://www.rottentomatoes.com/m/asphalt_jungle/

http://www.noiroftheweek.com/2006/03/asphalt-jungle-1950.html

http://www.filmcritic.com/misc/emporium.nsf/reviews/The-Asphalt-Jungle

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CAYO LARGO

Key Largo

Director: John Huston.

Guión: Richard Brooks y John Huston, basado en una obra de Maxwell Anderson.

Intérpretes: Humphrey Bogart, Edward G. Robinson, Lionel Barrymore, Lauren Bacall, Claire Trevor.

Música: Max Steiner.

Fotografía: Karl Freund.

EEUU. 1948. 98 minutos.

 

Huracán

John Huston dirigió en 1948 esta célebre cinta adscrita, con ciertos matices, al cine negro (y hablo de matices porque en realidad  sobre se trata de una obra que parte que muestra las cuitas del protagonista contra la mafia como paráfrasis del heroísmo y la lucha contra el mal, elemento/s éste/os de imposible encaje con la esencia del noir). Aprovechando el filón en sede del star-system de la pareja Bogart-Bacall (cuyo magnetismo es innegable, aunque también deben reivindicarse las impresionantes interpretaciones de Lionel Barrymore, Edward G. Robinson y Claire Trevor), Huston narra con pulso firme el secuestro accidental por parte de unos mafiosos de un hotel ubicado en uno de los cayos, de la zona paradisíaca de la Florida meridional, y en la coyuntura del advenimiento de un huracán que lleva al extremo la premisa de aislamiento a la que se ven arrojados los protagonistas, el señor Temple y su hija, y el amigo de su hijo fallecido que les ha ido a visitar.

 

Un clásico

Bajo la trama y su tratamiento en imágenes subyace un neto discurso sobre la integridad moral y la lucha en la propia nación por los valores defendidos en guerras libradas lejos de allí. Los personajes positivos de la ficción llevan con dignidad, aunque sin mayores aspavientos, tal empeño, pero en el contrapunto gangsteril encuentra la narración su mayor interés visual, merced tanto de la interpretación de Robinson –y sus acólitos en la ficción- como de los conflictos que los guionistas se sacan de la manga para potenciar la callada (hasta el desenlace) heroicidad del personaje que Bogart encarna. Key Largo, teniendo mucho de artesanal, contiene el hálito mágico de aquellas cintas de los años dorados de los estudios de Hollywood, de caligrafía invisible, y narradas con agilidad y habilidad, amén de puntuadas con partituras musicales como ésta tan excelsa rubricada por Max Steiner.

http://www.imdb.com/title/tt0040506/

http://www.moviediva.com/MD_root/reviewpages/MDKeyLargo.htm

http://www.thegoldenyears.org/bogart.html

http://www.wildsound-filmmaking-feedback-events.com/key_largo.html

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EL HALCÓN MALTÉS

The Maltese Falcon.

Director: John Huston.

Guión: John Huston, basado en una novela de Dashiell Hammett.

Intérpretes: Humphrey Bogart, Mary Astor, Gladys George, Meter Lorre, Ward Bond, Burton McLane, Elisha Cook jr.

Música: Adolph Deutsch.

Fotografía: Arthur Edeson.

EEUU. 1941. 93 minutos.

 

Nombres del noir

Parece indudable que el detective Sam Spade fumando un cigarrillo o jugando al falso cinismo forma parte del imaginario colectivo como uno de los iconos del cine negro clásico. Y lo es gracias a esa interpretación de Bogart, claro, pero también merced del don narrativo del que dio muestras John Huston ya desde esta su opera prima, y por el devenir argumental patrocinado por un experto en desesperados fatum como fuera el nihilista Dashiell Hammett.

 

Autenticidad

En The maltese falcon todo sucede muy deprisa, los buenos no son tan buenos y los malos –si se identifican- no son tan malos. Partiendo de un típico whodunit – aunque de recovecos sombríos: la esposa del compañero asesinado del detective mantenía relaciones con Spade-, la película de Huston va apuntalando con maestría las referencias genéricas del cine negro más genuino, y transporta al espectador por un submundo zafio y embaucador que, tan callando, aparece latiendo con fuerza bajo la epidermis de la cotidianeidad. Aunque en apariencia el periplo de Spade-Bogart termine de forma exitosa, el desenlace de la función está demasiado empapado por el sinsabor existencial del detective, que ve frustradas las únicas expectativas que arrojarían un poco de luz a su caprichoso destino: esa femme fatale, no por desamparada menos vigorosa que compone Mary Astor.

http://www.imdb.com/title/tt0033870/

http://en.wikipedia.org/wiki/The_Maltese_Falcon_(1941_film)

http://rogerebert.suntimes.com/apps/pbcs.dll/article?AID=/20010513/REVIEWS08/105130301/1023

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