The Night Stalker/The Night Strangler
Director: John Lewellyn Moxey/Dan Curtis
Guión: Richard Matheson, según la novela/personajes de Jeff Rice
Intérpretes: Darren McGavin, Simon Oackland, Ralph Meeker, Claude Atkins y Charles McGraw, Barry Atwater, John Carradine
EEUU. 1972/1973. 61/73 (90) minutos
Monstruos en Las Vegas (y en Seattle)
El visionado, hoy, del díptico que conforman The Night Stalker (película para television estrenada en la ABC el 11 de enero de 1972) y The Night Strangler (su secuela, también para la ABC, estrenada el 16 de enero del año siguiente) arranca, principalmente, sonrisas. Y debe reconocerse que el producto ha envejecido mal, y que en los dos casos se trata de telefilmes en el sentido que solía utilizarse antes, esto es con esa connotación negativa asociada a los productos pensados y producidos para la pequeña pantalla antes de que desde esa industria, la televisiva, se esmeraran los formatos y los logros artísticos de películas y especialmente series en los últimos quince años hayan llevado a abolir esa connotación. Empero, me parece algo más que anecdótico que en su día El vampiro de la noche (y algo menos, su continuación) lograra eregirse en el telefilme más visto de la historia (sic), con un alucinante rating del 54%. Ese dato, digo, nos invita a ver en las películas elementos de interés que las hacen apreciables, si quieren por sus resultados artísticos, si prefieren por razones culturales, y en cualquier caso siempre sin perder la perspectiva del paso del tiempo que, como se ha dicho, ha hecho mella en ellos. Y para rastrear en esos elementos, saludable ejercicio que cualquier aficionado al cine fantástico puede llevar a cabo, podemos detenernos en el talento y/o el oficio de diversos de sus participantes, principalmente tres de ellos, el director de la primera, John Lewellyn Moxey, el director de la segunda y productor de ambas, Dan Curtis, y el escritor aquí en roles de guionista Richard Matheson, que trabajó con un material ajeno, concretamente una novela, por entonces aún no publicada, de Jeff Rice. A Matheson le precede su prestigio. Menos recordado es en estos lares Dan Curtis, si bien cualquier aficionado al fantastique tiene a buen seguro más de una referencia de la labor que desde la pequeña pantalla desarrolló en los años setenta siempre o casi siempre afincada a los parámetros de lo terrorífico o el suspense –y a menudo acompañado del nombre de Matheson-. Nos queda Moxey, hoy olvidado, en su día itinerante cineasta de origen británico (aunque nacido en Argentina) que a lo largo de tres décadas, entre 1960 y 1990, también nutrió a la televisión (de pabellón primero británico, y luego estadounidense) de infinidad de películas, la mayoría de ellas afiliables a los parámetros del fantástico o, más concretamente, del terror.
La fórmula explotada en ambos filmes –la segunda es una secuela canónica, que repite temática, argumento, estructura y todo lo que quieran, modificando simplemente el lugar en que acaece el relato, de Las Vegas pasamos a Seattle– juega la baza de la astucia irónica. Esa astucia y esa ironía se despliegan a partir de una transfiguración genérica en toda regla: sobre una plantilla prototípica y bien reconocible de cine policiaco –la investigación de diversos crímenes de semejante perfil cometidos por un serial killer como ese Zodiaco que poco tiempo antes había causado auténticos estragos en la sociedad californiana– se cuela un elemento sobrenatural, nada velado (pues aparece en el propio título): resulta que el asesino es nada más y nada menos que un vampiro (y en la secuela, un tipo a punto de alcanzar la inmortalidad). A través de esa sintonía distorsionada entre los resortes de la intriga criminal y ese elemento procedente de distantes y terroríficas fuentes, Matheson propone tergiversar conceptos de un modo entre lo camp y lo que hoy consideraríamos posmoderno, dejando que esos mimbres chirriantes intergenéricos se apropien de la ciencia narrativa desde una distancia frívola, la que nos ofrece un peculiar reportero investigador (Darren McGavin) que narra –en las dos películas- los acontecimientos en flashback, como si de su diario de trabajo de campo se tratase, vistiendo de un tono desenfadado el devenir de esa investigación y las subyugantes revelaciones que la misma termina alcanzando.
Mc Gavin, en las pieles de Carl Kolchack, otorga todo el carisma posible a ese personaje que, sobre el papel, ya resultaba un auténtico caramelo. Listillo, voyeur, seductor al estilo bondiano, investigador de vuelta de todo como si de un antihéroe de novela hardboiled pasado por un túrmix liviano se tratase, uno no termina de saber si Kolchack se enfrenta contra todos los elementos –la policía, el jefe del periódico en el que trabaja, los políticos– para desentrañar la verdad o si su motivación es menos noble, y simplemente disfruta encontrando motivos para plantar sensacionales titulares amarillistas. El caso es que Matheson juega a placer con las convenciones del género a costa del que ironiza, y tiene la endiablada habilidad de desarrollar la historia de forma tan lineal como milimétrica, lo que le confiere al relato un ritmo insobornable que sigue funcionando, tantos años después, de maravilla. En los sesenta y un minutos de The Night Stalker caben más cosas de las que suele encontrarse en películas mainstream de más de dos horas; en los primeros veinte minutos cabe el relato de cinco asesinatos, y la presentación de los personajes y conflictos con los que Kolchack tiene que lidiar en esta cruzada solitaria salvaje y grotesca; en la media hora siguiente, el relato progresa condensando el enfrentamiento de Kolchack con la policía y las fuerzas vivas de la ciudad de Las Vegas mientras se relata, en un par de llamativas secuencias, el enfrentamiento entre la policía y el vampiro encarnado por Barry Atwater; seguidamente, un cuarto de hora basta para relatar el clímax, el momento en que Kolchack halla y se adentra en el caserón del vampiro, teniendo lugar el enfrentamiento final; y aún sobran diez minutos para rematar el relato y narrar el destierro de nuestro reportero-detective, conminado por los políticos a abandonar la ciudad y negar la realidad de tan extravagante identidad del asesino al que dio caza.
Semejante patrón argumental-rítmico servirá igualmente para la secuela The Night Strangler, igual de entretenida pero menos brillante en su manufactura, algo efectista y plana (aunque efectiva, al fin y al cabo) de Dan Curtis, que no tenía o al menos no demostró aquí el talento escenográfico de John Lewellyn Moxey, quien en la primera película realiza un trabajo cuanto menos reseñable tanto en las aparatosas secuencias de acción como en ese clímax atmosférico que discurre en el interior de la mansión del vampiro, puntos fuertes de un relato visual marcado por el dinamismo en las secuencias nocturnas y exteriores y la cesión de la intensidad a la labor de los buenos actores (a Mc Gavin le acompañan Simon Oackland, Ralph Meeker, Claude Atkins y Charles McGraw, entre otros, que conforman una nómina interpretativa la mar de solvente) en las secuencias de contrapeso que tienen lugar en la redacción del periódico o en las dependencias policiales. A pesar de la reinicidencia en tantos ítems que se formularan con éxito en la película precedente, El estrangulador de la noche pierde parte de la frescura y el buen humor de aquélla, ello reciclado en elementos de sofisticación argumental con ecos a un memorable episodio de The Twilight Zone, Long Live Walter Jameson (1960), y que en su definición concreta quizá resulten algo acartonados (esa cartesiana fórmula de repetir un determinado número de asesinatos a lo largo de un determinado número de días en un intervalo de veintiún años entre uno y otro para ir condensando una fórmula que asegure la inmortalidad (¡!)), algo innecesario si uno comprende las intenciones de grato entertainment que en el fondo sostienen el invento, pero que al menos sirve para revestir el clímax de la función de elementos que barajan con cierto ingenio lugares comunes del terror gótico y de la figura del mad doctor.
Apuntes finales. Más allá del ámbito literario, donde la alargada sombra de la novela de Rice y el libreto de Matheson se pueden detectar en algunos elementos de la, por otro lado memorable, novela de Stephen King El misterio de Salem’s Lot (1975), y focalizando la cuestión en el espectro televisivo, es interesante mencionar que Chris Carter, confeso admirador de Kolchack, incluso reconoció que el personaje y sus peculiares investigaciones –que, no lo hemos dicho, pero tuvieron continuidad televisiva en una serie, Kolchak: The Night Stalker (1974-1975), ya sin Curtis ni Matheson en su cantera creativa, pero que igualmente fue un gran éxito– fueron la principal fuente que le llevó a desarrollar su Expediente X (1993-2002), otra serie-acontecimiento mediático, ésta dos décadas posterior, y a la que tras el cambio de milenio podríamos añadirle la celebérrima serie creada por Jeffrey Lieber, J. J. Abrams y Damon Lindelof Perdidos (Lost, 2004-2010), ejemplos fehacientes de que al público siempre le ha sugestionado y le seguirá sugestionando la materia infinita del fantastique si es convenientemente pulida en formatos que le resulten reconocibles, por mucho que la gracia tanto para quienes escriben esas ficciones (y Richard Matheson, que ya en su día fue uno de los guionistas de cabecera de la referencial The Twilight Zone (1959-1964), es una de las figuras que mejor lo ejemplifican) como para quienes amamos el género radique precisamente en el modo en que ese ingrediente mágico termina dinamitando esos propios formatos o apariencias.
http://www.imdb.com/title/tt0067490/
http://www.imdb.com/title/tt0069002/
http://www.imdb.com/character/ch0025305/?ref_=tt_cl_t1
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