Melancholia
Director: Lars Von Trier
Guión: Lars Von Trier
Intérpretes: Kirsten Dunst, Charlotte Gainsbourg, Kiefer Shuterland,
Alexander Skarsgård, Brady Corbet, Cameron Spurr,
Charlotte Rampling, Jesper Christensen, John Hurt, Stellan Skarsgård
Fotografía: Manuel Alberto Claro.
Montaje: Morten Højbjerg, Molly Marlene Stensgaard
Dinamarca-Suecia-Francia-Alemania. 2011. 131 minutos
Lars Von Trier
El mayor problema que a estas alturas arrastra un cineasta como Lars Von Trier tiene más que ver con su talante que con su talento, y se mide en términos de crédito o descrédito. Es curioso como con el tiempo se ha venido primero generalizando y después afianzando la opinión de que el cineasta danés es, por así decirlo, un farsante de la modernidad cinematográfica, que nos ha estado dando gato por liebre a lo largo de su antes considerada despampanante carrera, de modo tal que filmes en su día muy celebrados –como Rompiendo las olas, como Los idiotas, como Dogville o como Bailando en la oscuridad– han quedado relegados hoy a la consideración de artefactos juguetones de un sofisticado vitriolo forjado a costa del agitado de ciertas definiciones o indefiniciones estéticas del cine contemporáneo. Puede ser, y sólo lo especulo, que la personalidad entre arisca y desairada del cineasta haya podido tener que ver, ni que sea en parte, con ese cambio en las tornas de la consideración de su prestigio. Pero lo que me parece menos discutible es que con su anterior Anticristo y con la presente Melancolía Von Trier demuestra, por un lado, que, pese a todo, es uno de los cineastas europeos actuales más dotados visualmente (en una época en la que, por otra parte, andamos más bien faltos de genio(s)) y, por el otro, que se halla en un periodo creativo en el que prioriza una vis dramática e introspectiva que le acerca a lo que podemos considerar una madurez (nos convenzan o no sus logros artísticos). De hecho, creo que existen muchas semejanzas entre la que para mí es una masterpiece, Antichrist, y esta muy estimable aunque menos redonda Melancholia, semejanzas tanto de utilización del lenguaje cinematográfico cuanto, quizá sobre todo, de germinación de un discurso artístico, cuya cohesión nos permite aseverar que Von Trier, en franco juego irónico con la consideración que de él hoy se tiene, se está acercando a la esencia de sus personalidad.
¿Díptico?
Las dos últimas películas de Von Trier se cimientan sobre un acontecimiento trágico, y refieren lo traumático; en Antichrist, el modo en que una pareja veía desmoronarse todos los valores que sostenían su presunto equilibrio como consecuencia de la muerte accidental de su hijo pequeño; aquí, aunque de forma más compleja, el recorrido es inverso: un planeta errante –llamado Melancolía- se dirige hacia la Tierra, y el filme desgrana el modo en que una familia, con focalización primordial en dos hermanas, afrontan la posibilidad de ese cataclismo. La dramaturgia de ambas películas se forja a través del diálogo íntimo y cargado de símbolos entre el ser y lo telúrico, mecanismo a través del cual el cineasta propone muy pesimistas interpretaciones del conflicto entre lo cultural y lo atávico. Para alcanzar lo anterior, ambos relatos prestan atención a comportamientos perturbados, enfermizos, y en franca y a menudo violenta oposición con las convenciones sociales; en ambas películas hay un niño pequeño imagen de una inocencia que es sinónimo de condición de víctima; en ambas películas hay una falla infinita entre hombres y mujeres, ni una sola relación sentimental en la que, escarbando un poco bajo la superficie, anide ni siquiera un hálito de comprensión mutua; y, probablemente un elemento cabal, sirviéndose de idéntica actriz en los dos casos, Charlotte Gainsburg, Von Trier lleva a cabo denodados esfuerzos por escenificar uno de los síntomas más generalizados del padecimiento psíquico característico de nuestra era, la crisis de ansiedad, que el propio cineasta ha manifestado en diversas ocasiones que le obsesiona por propia experiencia. De la relación de las premisas de sus filmes y el modo de abordarlas por Von Trier podemos deducir que el cineasta ofrece una versión más particular que conceptualmente subjetivista de lugares comunes del cine de género, el terror psicológico en Antichrist, y la ciencia-ficción y las disaster movies en esta Melancholia.
Wagner
Aquí de un modo mucho más evidente que en Antichrist, y de forma indudablemente pretenciosa –epíteto lleno de connotaciones negativas que no siempre se corresponden con el objeto de su adjetivación, pues lo pretencioso es, por ejemplo, por ende experimental y aguerrido-, Von Trier juega la baza de las referencias culteranas en la elucubración de un discurso, el suyo, profundamente marcado por el nihilismo, y con el que se esfuerza, con devoción y éxito intermitente, por establecer puentes con las herencias del patrimonio cultural propio legado por el gran arte. Mucho se ha hablado ya de las diversas referencias pictóricas que de forma innegable por explícita (la obra Cazadores en la nieve, 1565, de Pieter Brueghel), más que probable (la Ofelia pintada por John Everett Millais en 1852) o posible (Antonio José Navarro, por ejemplo, apuntaba en su crítica publicada en la revista Dirigido por… de noviembre de 2011 la evocación a los lienzos del surrealista Paul Delvaux (1897—1994), y Ángel Quintana, en la edición del mismo mes de Cahiers du cinema-España, llamaba la atención sobre las plausibles concomitancias que la substancia alegórica de la película podía guardar con un gravado de Albert Dürer precisamente llamado Melancolía I (1513)) proyectan sus sentidos expresivos sobre las imágenes filmadas por el cineasta escandinavo. También se ha hablado, y de forma necesaria, pues es sin duda sumamente relevante -de hecho crucial- en la definición emotiva de la película, de la utilización de la partitura del preludio y algunos fragmentos del Tristán e Isolda (1859) de Richard Wagner como banda sonora. Al respecto, no podemos afirmar o desmentir si Von Trier busca sintetizar en su medio de expresión, el cinematográfico, las formidables ambiciones de fusión de poesía, música y espectáculo que de hecho preconizó el propio y revolucionario Wagner, la noción conocida como Das Gesamtkunstwer (Arte Total); sí que da la sensación, en los mejores pasajes de la película, que eso persigue, además utilizando como plataforma y reflejo para lo dramático esa historia hecha música sobre dos amantes condenados a hallar la felicidad únicamente en la muerte; y esa sensación alcanza a reflexionar sobre el hecho de que a menudo dé la impresión de que Von Trier pretende ilustrar en imágenes determinados movimientos musicales, y no buscar el encaje a la inversa.
Weber
Sin perjuicio de todo lo anterior, me gusta especular con la posibilidad de que Von Trier haya ido más lejos a la hora de establecer vínculos con el romanticismo germánico. Antes que Wagner, Carl Maria Von Weber, creador de hecho de la ópera romántica, logró significarse a través de dos obras, una de ellas titulada precisamente El cazador furtivo (1821) (la otra fue Euryanthe, 1825), en las que la melodía quedaba definitivamente acomodada al lenguaje dramático, utilizando la división en escenas y anunciando los motivos principales del drama en la obertura. Me parece bastante evidente que Von Trier recurre aquí igualmente a la presentación de sus leitmotivs en el arranque de la función, ocho minutos de metraje, cinematográficamente portentosos, filmados con sumo sentido de lo preciosista, ataviados en lo sonoro por el pulso febril wagneriano, y que contienen –yendo en lo narrativo un paso más allá de lo ensayado, de forma igualmente genial, en los primeros minutos de Antichrist– las claves visuales del relato que en lo sucesivo se desgranará. Como las óperas románticas en las que busca inspiración y sentidos, Melancolía pretende de esta forma marcar y al mismo tiempo mostrar sus cartas, exponer con rotundidad la condición esencial de drama lírico que va a ser escenificado a partir de ese relato que nos habla de dos personalidades antitéticas y dos mundos que colisionan, de una pugna feroz del espíritu que apuntalará lo racional y decantará la balanza hacia la fuerza destructora de lo ingobernable.
Justine-Claire
Tan ambiciosas premisas expresivas se sostienen con fuerza en ese inicio de la función tanto como en la segunda hora de metraje, epigrafiada con el nombre de Claire (encarnada por Gainsbourg). No así, o al menos es la humilde opinión de este cronista, en el primer segmento, el que sigue ese prólogo, titulado Justine (su hermana, encarnada por Kirsten Dunst), episodio de presentación que refiere el descalabro absoluto de un matrimonio, la de aquélla con Michael (Alexander Skârsgard), que termina en la misma noche de bodas, por la incapacidad de ella de asumir el compromiso, el futuro bosquejado en los proyectos que tanto en lo personal como en lo laboral se le están abriendo, y que le desencadenan una terrible crisis depresiva. No se trata de que los enunciados puestos en la picota no resulten válidos a los fines narrativos, pero sí en cambio acuso una carencia en la vertiente lírica de su exploración visual, francamente descompensada con respecto de las tesis, mucho más plásticas en lo visual, intuitivas, sugerentes, subyugantes, desbordantes, del resto del metraje. Es por ello que al principio de esta reseña he referido que Melancolía no es una obra tan rotunda como lo era la mucho más cohesionada Anticristo. Lo que no desmiente que en ella hallemos sobradas pruebas del singular talento de su autor o que, dicho de otra manera, su visionado no resulte altamente recomendable para cualquier amante del cine, más allá del índice de sus simpatías por el cine precedente de Lars Von Trier.
http://www.imdb.com/title/tt1527186/maindetails
http://www.cineyletras.es/Critica/critica-de-melancolia.html
http://www.elespectadorimaginario.com/pages/noviembre-2011/criticas/melancolia.php
http://www.primerahora.com/criticamelancholia-blog-562526.html
Todas las imágenes pertenecen a sus autores