
Quantum of Solace
Director: Marc Forster.
Guión: Paul Haggis, Neal Purvis, Robert Wade, Joshua Zetumer.
Intérpretes: Daniel Craig, Mathieu Amalric, Giancarlo Giannini, Olga Kurylenko, Judi Dench.
Música: David Arnold.
Fotografía: Roberto Schaefer.
Reino Unido. 2008. 119 minutos.
El precio del consuelo
Tras el exitoso –a todos los niveles- reciclaje –a muchos niveles- llevado a cabo con Casino Royale (2006), Barbara Broccoli y el resto de productores de la saga/gestores de la franquicia bondiana han querido consolidar su nueva plantilla cinematográfica con una historia que, algo inédito hasta ahora en las películas del agente doble cero, sigue cronológicamente a su predecesora –de hecho, empieza instantes después de terminar aquélla-, y por tanto explota entre sus ítems una continuación dramática (soy consciente de que a alguien le saldrá un sarpullido al leer lo de “dramática”, pero no hay para tanto) de los avatares personales que del Bond interpretado por Daniel Craig conocimos. Ello alcanza al propio título del filme, Quantum of Solace, heredado de una de las narraciones cortas contenidas en uno de los volúmenes escritos por Ian Fleming (Sólo para sus ojos, concretamente), y que aquí propone un juego de palabras entre el nombre de la organización criminal que Bond combate (llamada Quantum) y la definición de “cuota” o “cantidad” o “porción” (quantum) de consuelo (solace) que pretende recobrar 007 (y también su partenaire en esta función) tras la pérdida de su(s) ser(es) querido(s).

De Campbell a Forster
En Casino Royale se notaba un esfuerzo por acercarse más a la mala baba de los literarios pergeñados por Ian Fleming. En Quantum of Solace, de lo que se trata es de seguir los cánones que apuntalaron el éxito del filme de 2006. Y lo que sucede es que el filme soporta poco y mal esa inevitable comparación con su predecesora, probablemente porque, ya digo, quiere parecérsele tanto que se le acaban viendo las costuras. No diré que Quantum of Solace sea un bodrio, que no lo es, pero la disposición en el tablero de las mismas fichas no ofrece el mismo juego, por un lado, porque ya no nos conformamos con la novedad, y, por otro, porque las riendas de la película están en manos de un director, Marc Forster, que no las domina como sí supo hacerlo Martin Campbell. Campbell, buen artesano, supo vestir con adecuadas dosis de violencia y fisicidad las secuencias de acción protagonizadas por un personaje que ya desde los tiempos de Roger Moore se había ido adocenando en la mecanicidad del más difícil todavía visual, factor que había ocasionado el franco declive de la franquicia. Forster, quizá consciente de ello, pretendió con su aportación a la saga rizar el rizo de esa fisicidad y violencia, heredando el estilo del Paul Greengrass para las películas de Jason Bourne (tanto, que hay una persecución por los tejados que parece calcada); pero donde Greengrass supo manejar con sabiduría la técnica –delicada, por tramposa- del montaje corto, Forster naufraga claramente, siendo incapaz de hacer comprensible al espectador la mecánica de muchas de esas secuencias –la ya citada, o la persecución motorizada que marca el inicio de la función, entre otras-, convirtiéndolas en una sucesión inane de pirotecnias y aparatosidades. Por otro lado, donde Campbell halló un equilibrio entre la sofisticación y las servidumbres al entertainment, Forster parece anquilosado por una necesaria agilidad descriptiva que le supera, dando de resultas un barullo rítmico que sólo se supera una vez que la trama, situación y personajes, deja de avanzar en direcciones que no sean el largo desenlace.

Conflictos argumentales
La trama urdida a ocho manos y con la participación (de nuevo) de un talento del nivel de Paul Haggis funciona bien para ahondar en conflictos políticos globales y cuestiones macroeconómicas que convierten al filme en hijo de su tiempo (el filme relata los intereses espurios tras operaciones encubiertas –efectuadas con el beneplácito de la CIA- para derrocar un régimen político en Bolivia e instaurar otro dictatorial aprovechándose del control de bienes naturales en conflicto, en este caso, el agua) pero que no bastan por sí solos para sostener el tipo de un filme concebido como un espectáculo y basado principalmente en su capacidad para impresionar al espectador con tours de force espectaculares. Sirva de ejemplo citar la secuencia que transcurre en Viena, el meeting encubierto en plena opera de Puccini: se trata de un pasaje muy imaginativo –ello y a pesar de sus diversas referencias en el cine comercial lejano o reciente-, con capacidad para habilitar pliegos narrativos que, a la postre, quedan autolimitados por los raíles narrativos que conducen la trama (el control por parte de los servicios secretos, la captura y asesinato de un mercenario). Tampoco a nivel de diálogos la película fluye como lo hacía Casino Royale, ello y a pesar de hacerlo con más pericia y capacidad de sutileza que la mayoría de películas con vocación de puro entertainment. Pero es que, creo yo, eso no es muy difícil.
http://www.imdb.com/title/tt0830515/
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