Chappie
Director: Neill Blomkamp
Guión: Neill Blomkamp y Terri Tatchell
Música: Hans Zimmer
Fotografía: Trent Opaloch
Intérpretes: Sharlto Copley, Dev Patel, Hugh Jackman, Sigourney Weaver, Jose Pablo Cantillo, Miranda Frigon, Brandon Auret, Sean O. Roberts, Ninja, Yolandi Visser, Robert Hobbs, Dan Hirst, Eugene Khumbanyiwa, Paul Hampshire, Kevin Otto EEUU. 2015. 111 minutos
El robot niño de Joburg
Habrá más de uno que considerará que Chappie supone un run for cover de Neill Blomkamp tras los cuestionables resultados de su segunda obra, Elysium (2013). Lo cierto es que en esta tercera abandona la vocación mainstream y se sirve de un presupuesto de menos de la mitad de la obra protagonizada por Matt Damon (de 115 millones de dólares de budget, frente a los 49 de la que nos ocupa) para volver a territorios más cercanos a los de su celebrada opera prima, District 9 (2009). En realidad, las tres películas comparten una semejante preferencia creativa por parte de su autor, que no es otra que la construcción de fábulas distópicas en escenarios de ciencia ficción, pero la diferencia parte de esas distintas condiciones de producción, que llevan a Chappie a territorios expresivos menos asépticos, más crispados en la exposición visual de sus enunciados metafóricos, lo que de paso lleva a una asimilación al cine de género más puro y duro, o quizá debería decir más convencida. Sin duda también más convincente, pues en Chappie Blomkampt logra remontar el vuelo, al menos en lo que se refiere a la demostración de una personalidad propia.
El parentesco cercano con District 9 también se explica por la firma del guión a cuatro manos entre Blomkamp y Terri Tatchell, su compañera sentimental. Si la génesis de la opera prima que apadrinara Peter Jackson se hallaba en el cortometraje Alive in Joburg (2006), aquí sucede lo mismo con otro short film, de hecho anterior, Tetra Vaal (2004), y cuyos motivos cienciaficcionescos y su carga alegórica se sostenían en ideas universales pero también estaban intensamente aferrados a lo localista, al retrato sobre Johannesburgo, la capital de Sudáfrica y lugar de procedencia de Blomkampt y Tatchell. Tanto estas dos obras como Elysium certifican que Blomkamp no es precisamente un narrador de lo sutil, aunque ello no está reñido con la imaginación y con el gusto por la exploración gamberra de esas alegorías más bien obvias que maneja. Sus tres películas hablan claramente de la lucha de clases, y la primera y la tercera tejen sus metáforas a través de la descripción más chocante de lo que es un paria: los alienígenas retenidos en un ghetto en su primera película, el robot que cobra conciencia de sí mismo y que es utilizado con fines destructivos aquí.
Pero aún aceptando esa obviedad de los discursos que emergen de las premisas chocantes, la capacidad turbadora de estas segundas no se resiente. District 9 llamaba también la atención por su trabajada atmósfera de un realismo escorado a lo cyberpunk, que el cineasta por otro lado alcanzaba mediante una técnica narrativa peculiar, y aquí no se produce esa ruptura formal, con lo que quizá los resultados globales no son tan brillantes, pero su fuerza, la capacidad de sugestionar al espectador, sigue estando ahí, en la turbadora premisa desnuda reciclada de los relatos sobre inteligencia artificial, aquí la de un robot-policía que de hecho se convierte en un robot niño al iniciar su proceso de propia conciencia. Antes de que el relato se sofistique y se dirija a una interesante resolución, queda ya para la posteridad la sublimación vía robotizada del crudo retrato de cómo los niños son sacrificados a convivir con la violencia y a aplicarla para sobrevivir, suceso de triste vigencia en muchos lugares del mundo en el que vivimos. En ese sentido, resulta Chappie una película más turbadora que las otras dos dirigidas por Blomkampt, ello y a pesar de que la violencia acaso no sea tan gráfica como en District 9, en una elocuente demostración de que la violencia no es lo que se muestra en imágenes sino lo que se sostiene en el campo de las ideas, y las imágenes de las diversas torturas, físicas o psicológicas, a las que es sometido el robot-niño resultan en ese sentido muy elocuentes.
Se puede decir sin titubeos que Chappie recibe una influencia principal de RoboCop (Paul Verhoeven, 1987), sobre cuya premisa principal el cineasta (y su compañera guionista) trabajan diversas variaciones para ir hilvanando un relato con personalidad propia, sustituyendo tanto los parámetros de humanización del personaje que da nombre al filme como la causa de esa humanización, pero construyendo igualmente un contexto socio-económico marcado por una violencia que campa a sus anchas y un aparato policial en manos de una corporación privada de infraestructura tecnológica de última generación, en la que, por lo demás, se da también el enfrentamiento entre dos de sus miembros –aunque aquí sean ingenieros y allí eran directamente altos cargos corporativos–, enfrentamiento que también lo es entre dos máquinas, las creadas por cada uno de ellos. El guión de Chappie no trabaja con tanta agudeza esas cuestiones de contexto como la de Verhoeven, aunque en parte la decisión de no politizar el relato es asumida: Blomkampt propone aquí, más que otra cosa, un desacomplejado relato de acción, un thriller también de atributos cyber-punk, pretextos y giros propios de la tradición pulp y elementos de cartoon salvaje que tienen una intención irónica pero no tan deliberada como en el filme de Verhoeven. Por otro lado, en el progreso de esas piezas narrativas, la película cuenta en su haber con un par de giros argumentales interesantes en los últimos compases del filme, en los que se produce una especie de culminación de la transferencia “humana” de lo robótico mediante una hipérbole que no es cuestión de explicar para no destriparle ese clímax al espectador que no haya visto la película pero que, eso sí podemos decirlo, dota de efectividad y profundidad al relato por encima de los juegos pirotécnicos que parecían inevitables en la rendición de cuenta a la que el relato, según las convenciones, parecía dirigirnos.