THE LORDS OF SALEM

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The Lords of Salem

Director: Rob Zombie

Guión: Rob Zombie

Música:Griffin Boice y John 5

Fotografía:  Brandon Trost

Intérpretes:  Sheri Moon Zombie, Bruce Davison, Jeff Daniel Phillips, Meg Foster, Patricia Quinn, Ken Feroe, Dee Wallace

EEUU. 2012. 96 minutos

Las novias del Diablo

 Para quien esto suscribe sin duda una de las voces actuales del cine fantástico con más cosas que decir, la de Rob Zombie es una filmografía brillante, espoleada por un gusto por el exceso en las formas que esconde poco una vena irónica y políticamente incorrecta, algo que también se materializa a través de cierta dialéctica posmoderna que sus imágenes atesoran, fruto sin duda del interés entre la cinefilia y el comentario más amplio, de resonancias culturales, que moviliza la intencionalidad del autor. Y en este atractivo paisaje fílmico, The Lords of Salem ocupa un lugar específico, importante, habida cuenta que con ella Zombie opera un cambio de tercio creativo reseñable, pues, sin moverse de los parámetros del terror, se desmarca de los temas y plataformas narrativas en las que se habían afincado sus obras previas, el slasher (algo evidente en sus dos aportaciones a la saga de Michael Meyers, Halloween: el origen (2007) y la excepcional Halloween II (2009), y un poco menos en sus otras dos películas, La casa de los 10.000 cadáveres (House of the 10,000 Corpses, 2003) y Los renegados del diablo (The Devil’s Rejects, 2005), jugueteos con el american gothic afinados por una vena subversiva y grandguignolesca, que, empero se estructuraban de forma asimilable a los relatos-tipo del subgénero, con La matanza de Texas (The Texas Chain Saw Massacre, Tobe Hooper, 1974) como referente global más notorio). Aunque a falta de conocer su filme de animación The Haunted World of El Superbeasto. (2009),  definido en wikipedia como una “exploitation musical horror comedy”, The Lords of Salem viene en todo caso a reubicar los intereses creativos de Zombie, pues la película aborda la temática de una posesión demoníaca, cuyos móviles culturales, de hecho agitados explícitamente en el relato, nos retrotraen a los juicios de brujería de Salem (y otros lugares de Massachussets) que tuvieron lugar a finales del siglo XVII y sobre los que la literatura, y después el cine, han efectuado diversas crónicas o comentarios entre lo historiográfico y lo parabólico, y sobre los que el director-guionista propone una relectura en clave contemporánea.

 

Sí es cierto que esas premisas se exploran de manera bien idiosincrásica e intencionada por parte de Zombie en el filme que nos ocupa, y que, al mismo tiempo, esas maneras e intenciones visten y hacen reconocible la personalidad del combativo cineasta al establecer no pocos nexos con sustancias narrativo-discursivas abonadas en las citadas obras pretéritas. Quizá las más importantes relacionadas con el mestizaje cultural, como plataforma formal, y con el estudio de lo oculto y malsano como temática de choque. En lo que concierne a lo primero, no es baladí anotar que el desencadenante del relato sea un extraño disco cuya enfermiza melodía tiene el poder de subyugar la mente y el espíritu de quienes lo escuchan y de un modo u otro están sujetas a la arcana maldición del pasado que se nos enuncia en el prólogo y después se va detallando a través de la investigación que lleva a cabo el personaje incorporado por Bruce Davison. Conceptualmente me parece llamativo: Heidi (Sheri Moon Zombie), llamada a ser la mujer poseída por el Diablo (o, si lo prefieren, el Anticristo), es una presentadora de un programa nocturno de música heavy y repertorios sobre la subcultura, por tanto una comunicadora; y es a través de las ondas radiofónicas, ritual moderno, que progresa la maldición en este otro mundo, el actual. Tampoco parece al respecto anecdótico que la ceremonia climática tenga lugar en un teatro, y venga a erigirse, literalmente, en una ceremonia del caos más enfermizo –tan del gusto zombiano– que es, al mismo tiempo, una representación iconoclasta y salvaje hasta los límites de la irreverencia. En esos términos, y como adjetivos interesantes de semejantes construcciones, también deben anotarse las inclusiones de guiños musicales o cinéfilos por parte de Zombie, llamados de un modo u otro a interactuar con los personajes y agudizar los sentidos de la alienación de la que a la postre nos habla el filme: esas películas en blanco y negro que Heidi ve por televisión, o esa imagen del Viaje a la Luna (1902) de Mélies que le sirve de cabecera a su cama, por citar los ejemplos más notorios, o las traslaciones narrativas a costa de La semilla del diablo, la novela de Ira Levin y fidedigna adaptación de Roman Polanski.

 

Junto a esto, en el todo insidioso que Zombie nos articula, centrarnos en el segundo aspecto, el de la descripción de las fuerzas ocultas y perversas que vienen a regir nuestros destinos, nos invita a hablar de la edificación visual de la película. En realidad, podemos emparentar The Lords of Salem con La casa de los 1000 maníacos, opera prima del cineasta, pues en ambos casos se propone una celebración de lo dionisíaco, en deriva hacia lo dantesco, a modo de reivindicación de las membranas más turbias o mórbidas del comportamiento/emoción humano/a y a modo de reacción contra toda convención de lo políticamente correcto. Sin embargo, aquí no hay una mirada gamberra y malcarada que imponga su ley: Zombie sigue siendo insurrecto, pero con otras armas. Atmosféricas, de tono, de implementación dramática. Zombie edifica un relato claustrofóbico gestionando con suma habilidad, con ayuda del director de fotografía Brandon Trost (que repite colaboración con Zombie tras el segundo Halloween), la definición lumínica y estética –los blancos y negros y los tonos desvaídos inundan, progresivamente, una realidad en descomposición, y el contraste, luces artificiales o chillones neones, supuran en diversas de las secuencias en las que acontece lo insano– y las composiciones y métricas que cabe dirimir de espacios escénicos que las estrategias de puesta en escena y montaje, también depuradas en Halloween II, constriñen o recargan para crear ese efecto abrumador que, a través del periplo infernal que vive la protagonista, se contagia al espectador. Se hace evidente que Zombie sabe manejar el relato con una precisión quirúrgica, y las percutantes apariciones de lo barroco y lo obsceno no hacen otra cosa que revelar la genialidad del cineasta, pues no resulta nada fácil urdir tan extravagante contenedor de pulsiones visuales sin que la oclusiva atmósfera se resienta. De nuevo, una virtud que ya conocíamos de Zombie pero que aparece debidamente matizada, actualizada a otro formato y a otra partitura temática.

http://www.lordsofsalem.com/

http://www.imdb.com/title/tt1731697/

Todas las imágenes pertenecen a sus autores

HALLOWEEN 2

Halloween II

Dirección: Rob Zombie

Guión: Rob Zombie,

según personajes creados por John Carpenter y Debra Hill

Intérpretes: Scout Taylor-Compton, Tyler Mane, Brad Dourif, Sheri Moon Zombie, Malcolm McDowell

Música: Tyler Bates

Fotografía: Brandon Trost

Montaje: Glenn Garland

EEUU. 2009. 114 minutos.

Más allá de una secuela

Si en mi reseña de Halloween: el origen (Halloween, Rob Zombie, 2007) destacaba la inevitable tensión existente entre las apetencias narrativo-discursivas de Zombie y la constante evocación del clásico de John Carpenter, en la continuación desarrollada por el propio Zombie la ecuación queda despejada, de forma coherente y bien arriesgada, despliega con toda contundencia (y virulencia expresiva) sus propias inquietudes, pero no para darle la espalda al material de partida, sino para profundizar sobre las sustancias narrativas y expresivas que lo definen, trascendiendo con mucho el sentido usual y esperable de una secuela, para ofrecer un relato con una idiosincrasia tan marcada que empequeñece un tanto la demostrada en la obra precedente, y al mismo tiempo ayuda a redefinir algunos de sus términos, invitándonos a una relectura en clave propia. Paradigmático ejemplo de esa norma excepcional que reza que segundas partes sí pueden ser buenas, de hecho esta Halloween II llega incluso, mediante una lectura integradora, a convertir en mejor su precedente.

Víctimas en el cine de Rob Zombie

En las primeras películas de Zombie, incluido el primer Halloween, se hace bien plausible el poco interés que el cineasta, autor de los libretos de sus películas, demuestra por las víctimas de los actos salvajes, a menudo letales, de los maniacos que pueblan sus historias. Empero, ello queda más en entredicho en esta película ya sobre el papel, al desarrollar, con una visceralidad que casa bien con el rigor descriptivo y dramático, las circunstancias traumáticas que atañen a Laurie Stroode (Scout Taylor-Compton) con posteridad a y como resultas de los trágicos sucesos acaecidos en la noche de Halloween relatadas en la película precedente. Sin embargo, si existe en la película una definición categórica, sin matices, de la condición de víctima ella está en cambio representada por personajes secundarios, la familia Brackett, cuya hija Annie, ya mutilada en la anterior película, (spoiler!) sufrirá el que quizá se represente como el acceso más atroz de Myers, resuelto en over pero puesto en evidencia en las terribles secuencias ex-post facto, del baño ensangrentado; y en ese sentido, Zombie se arranca uno de los momentos más conmovedores de su filmografía en esos planos que nos muestran al padre de Annie, el Sheriff Brackett (espléndido Brad Dourif), vencido por el pavor y el dolor al encontrar el cuerpo torturado y sin vida de su hija. Pero regresemos a Laurie. ¿Es que acaso ella no es también una víctima? Sin duda. La pregunta que Zombie nos plantea es muy otra: ¿es que Michael Myers no es también una víctima?  Y este planteamiento, que dará por subvertir todos los lugares comunes de este atestado territorio genérico en pos de una furiosa, espinosa reivindicación expresiva y lírica, se vehicula a través de una coda que atraviesa lo argumental desde plataformas subjetivas, espirituales, psicológicas y/o esencialmente oníricas a través de las cuales se relaciona al asesino Myers y su víctima Laurie, unidos por su condición fraternal. Leit-motiv o coda astuta en su fachada, brillante en su forma, subversiva en su fondo y fascinante en sus líneas alegóricas, y que mixtura los impulsos envenenados de dos mentes enfermas –pues ambas lo son, por diversa que sea su naturaleza- con una imaginería que busca lo intuitivo y terrorífico (porque, eso lo sabemos, no hay nada más terrorífico que los confines más oscuros de la mente) a través de una iconografía de motivos paganos y dionisíacos, de modo tal que se funde y confunde la negra dramaturgia del relato con ese continente atávico y folclórico que asociamos con la tradición cultural de la festividad que da título a la película.

Reencuentro en los rincones oscuros

Así establecidos los términos, de forma tal que imponen sus reglas en el devenir de los acontecimientos, Halloween II se acaba convirtiendo esencialmente en la historia de un reencuentro anunciado, el de Michael y Laurie, que acaba siendo menos entre un asesino y su víctima que entre dos hermanos unidos por un abominable pero innegable vínculo. Es, no lo niego, una paráfrasis sostenida sobre más que problemáticos condicionantes psiquiátricos, pero no creo que se trate de eso. La definición de los personajes que promueve Zombie, de acuerdo con su trinchera ideológica, se sostiene, pura y simplemente, en un desasimiento de la moralidad. Como más adelante analizaremos, el cineasta lleva a su propio y intencionado territorio esa abstracción sobre el hombre del saco, sobre el boogeyman, en que se erige el sobrenatural Myers, y el condicionante para entrar en ese territorio tiene que ver con ese desplome de las aporías éticas. Al fin y al cabo, como el personaje de Peter Lorre reivindicaba en el clímax de M, el vampiro de Düsseldorff (Fritz Lang, 1931), “nadie tiene derecho a castigar a un hombre que no es responsable de sus actos”. Myers es, en ese sentido, un demente, ya lo sabemos, pero Laurie se halla, al fin y al cabo, recorriendo la misma y tortuosa senda, en proceso de perder del juicio. Así que se trata, al fin, de un relato de los rincones oscuros de almas atormentadas. Y a aquél se oponen –muestra evidente de que el universo carpenteriano ya ha sido dejado atrás- los virajes sensacionalistas de la obra de un Samuel Loomis (Malcolm McDowell) en franco proceso de degradación moral y depredación por lo crematístico. Al no ser Loomis un loco, a él sí afectan las reglas de moralidad, y se erige en lo más cercano a un villano que puebla el relato, porque ofrece lo antitético al padecimiento de la psique, que es el lucro a su costa, fruto de explorar ad nauseam una visión fría, distante y, sobre todo, falsa de una realidad psicopática demasiado compleja para su comprensión. Es por ello que Zombie se sirve del personaje del psiquiatra (y también de la otra psiquiatra, la que encarna Margott Kidder, que tiene en tratamiento a Laurie desde hace años por el precio de cien dólares la sesión) para ir perfilando el retrato corrupto de una sociedad movida por inercias oportunistas y carentes de verdad, y que por tanto -y me parece lo más relevante de su discurso en ese aparato llamémosle sociológico- se halla lejos de poseer la superioridad moral que se le presume para resolver la problemática de los parias, entre los que se cuentan, por supuesto, aquéllos que son incapaces de gobernar sus actos. Esa carestía moral no alcanza en este caso a los representantes de la ley, el cuerpo de policía que encabeza el Sheriff Brackett, pero no es menos revelador que el filme deje claro –como ya hizo en la película precedente, pero aquí con más énfasis- su supina impotencia.

Lo instintivo y lo viciado

Las cuestiones teóricas y de definición temática, tonal y argumental puestas en la picota ya resultan per se muy sugestivas. Pero Halloween II no sería una película tan memorable (la mejor de Zombie hasta la fecha, sin duda, y también uno de los títulos señeros del cine de terror de lo que llevamos de siglo) si todos esos radicales planteamientos no hallaran una adecuada, potente plataforma estética, expresiva en imágenes. Los veinticinco minutos iniciales de la película son el primer botón de muestra: a modo de evocación, aparente revisión, de la primera secuela del filme de Carpenter (¡Sanguinario!/Halloween 2, Rick Rosenthal, 1981), Zombie ya prefigura los términos en los que se desplegará el relato, porque nos introduce en un territorio literalmente pesadillesco –(spoiler) Laurie sueña que es atacada en el hospital por Myers, y en su pesadilla el asesino ha asesinado a todo aquel que se ha interpuesto en su camino, ello zanjado en una auténtica masacre que ha dejado el hospital vacío-, pero en lo que concierne a la puesta en escena es interesante recalar en el hecho de que cuando el cineasta dispone de una libertad sin coartadas narrativas para desplegar el horror (pues de una pesadilla se trata), deja al espectador sin asideros ante un despliegue de violencia brutal en el que cada situación empeora la premisa dejada por la anterior en un crescendo terrorífico que llega a hacerse insoportable. Tras ese que puede definirse como largo prólogo de la función –antes del que, empero, hemos visto una secuencia en flashback protagonizada por el niño Michael Myers y su madre en una conversación mantenida en una celda de Smith’s Grove, secuencia que sí que incide de forma importante en los elementos argumentales intuitivos que se desplegarán-, el relato se sirve compaginar la descripción del tortuoso día a día de Laurie, que ahora vive bajo la tutela del Sheriff Brackett junto a su amiga Annie, con la constancia del progresivo acecho a Haddonfield por parte de Michael Myers. El alma en suplicio de ella, magníficamente descrito a través de la propia caracterización de la actriz, el modo en que la cámara captura su gestualidad, o secuencias ejemplificativas como aquélla en la que le narra a su doctora el acceso de pánico que ha sentido al asistir a un burdo espectáculo callejero protagonizado por un tipo disfrazado de Frankenstein (ilustrado en imágenes mediante un montaje fragmentario, que retiene imágenes desgajadas que convierten lo anecdótico de la escena en inquietante, y por tanto transmiten bien ese subjetivismo al límite del desequilibrio), se conjuga con imágenes del en cambio inequívoco e inapelable avanzar de Myers por los campos y bosques de Illinois de Myers (que en ocasiones nos interrogan merced de su fuerza evocadora: ese plano aéreo que muestra de espaldas al personaje encarnado por Tyler Mane caminando por una amplia llanura, o el modo en que su figura, también recogida desde atrás, queda sobreimpresionada al rótulo de bienvenida a Haddonfield). Al principio resulta llamativo, y progresivamente se atan cabos, a la utilización de las visiones y pesadillas a modo de nexo para entrecruzar a los dos personajes protagonistas, en diversas ocasiones haciendo intercambiable lo que una y otro han podido presenciar en sus sueños y vigilias. Y en este relato de lo instintivo y lo viciado, Zombie aún se sirve apuntalar ese nexo entre los personajes a través de otras situaciones tan llamativas como el montaje en paralelo entre la deglución por parte del asesino de carne cruda de un animal que acaba de asesinar y los vómitos de Laurie por causa de una conversación con los Brackett que parecía inocua pero le ha producido náuseas.

Bajo la máscara

Habita en el tratamiento de lo lumínico, en lo que concierne a las secuencias que siguen el rastro tanto de Myers como de Laurie una cualidad sucia, umbrosa, apagada, que contrasta con la textura específica, saturada de una luz irreal, de las visiones y pesadillas, y con el tono más neutro de los fragmentos protagonizados por el tercero en discordia, Loomis. Esa solvente elección estética sirve de igual modo para condicionar la percepción atenazada de su entorno por parte de Laurie como, en lo que concierne a Michael, condensar las genuinas estrategias que definen los asesinatos y situaciones de violencia, donde Zombie recoge el testigo de lo ya ensayado con solidez en la anterior Halloween y conjuga un inspirado sentido de la utilización del espacio escenográfico, en el que la elipsis y el off visual siempre tienen trascendencia, con el montaje, los efectos de sonido y el maquillaje para mostrar o apenas dejar en franca sugerencia los actos homicidas del personaje. Michael Myers es y no es al mismo tiempo ese mal personificado a que hacía mención una afortunada definición del Loomis que encarnó Donald Plaesence en la originaria La noche de Halloween de Carpenter. Es una máquina de matar, que siempre asesina de forma implacable, sin rodeos, sea con su cuchillo o de la forma más primaria, a golpes, de modo tal que jamás da la impresión de hallar placer en recrearse con la violencia. Sólo ejecuta, porque está llamado a hacerlo, pero en una secuencia de la película, en la que se encuentra frente a un niño que juega al trick or treat, muestra escrúpulos, como los mostró muchos años atrás con el bebé que dejó con vida tras ajusticiar a su padrastro, su hermana y el novio de ésta. Es un superhombre, que sigue ¿con vida? tras haber recibido diversos disparos, uno de ellos en la sien, en la primera película, por lo que llega a dar la impresión de ser ese sandman del que hablaban los cuentos de miedo para niños, que vive porque alguien cree en él, y ese alguien, por supuesto, es Laurie, su hermana Angel, a quien se dirige, a quien contamina, o quizá con quien comparte destino, según espolean esas imágenes del clímax de la película en las que, llamativamente, Michael se despoja de su máscara… En cualquier caso, las imágenes de violencia cruda, a veces incómoda, otras malsana y hasta insoportable de Halloween II terminan casando, merced de los elaborados, complejos y brillantes planteamientos narrativos y visuales, en una innegable poesía que confunde lo terrorífico con una extraña tersura elegíaca, regurgitando su sentido, su indomable equilibrio, por encima de las balanzas de la vida y de la muerte, de la cordura y de la locura, a través de los infinitos significantes de ese caballo blanco cuya definición se nos ofrece, a modo de aviso a navegantes, también advertencia, en el rótulo de presentación de la película.

http://halloween2-movie.com/

http://www.imdb.com/title/tt1311067/

http://www.sfgate.com/movies/article/Movie-review-Halloween-II-is-too-thoughtful-3288695.php

http://0to5stars-moria.ca/horror/halloween-2-2009.htm

http://www.slantmagazine.com/house/2009/11/you-the-horror-halloween-ii-2009/

Todas las imágenes pertenecen a sus autores

LA CASA DE LOS 1000 CADÁVERES

House of 1000 Corpses

Director: Rob Zombie.

Guión: Rob Zombie

Intérpretes: Sid Haig, Sheri Moon, BillMosseley,Chad Bannon, William Bassett,  Karen Black, Erin Daniels,  Joe Dobbs III,  Judith Drake, Dennis Fimple

Música: Scott Humphrey y Rob Zombie

Fotografía: Alex Poppas y Tom Richmond

Montaje: Kathryn Himoff, Robert K. Lambert y Sean K. Lambert

  EEUU. 2003. 99 minutos.

 

Rob Zombie

Si podemos hablar de un cierto afán, o al menos nociones, de contracultura en la nación de las barras y estrellas durante la última década, allí cabría encuadrar a Rob Zombie (aunque para hacerlo deberíamos ser generosos con la definición de contracultura, o centrarnos únicamente en la vis más explotable). Personaje sin duda curioso, fundador de un grupo de groove metal bastante conocido, White Zombie (nombre que, por si alguien que lee esto no sabía, cosa que dudo, está extraído del arcano clásico terrorífico de Victor Halperin, La legión de los hombres sin alma), donde ya empezó a dar rienda suelta a su declarada fascinación por el cine de terror –quizá sólo en parte podamos puntuar “de serie B”- mediante la inclusión de diversas referencias en las letras de unas canciones de vocación insurrecta y algo tenebrosa; siguió semejantes parámetros en una ulterior carrera en solitario (me limito a informar por referencias objetivas y más bien parcas, porque reconozco que no soy seguidor de su trabajo musical; que conste) y, con el cambio de milenio, se atrevió a dar el salto al territorio de lo cinematográfico, escribiendo y dirigiendo la película que nos ocupa, carrera adicional que también ha proseguido con éxito con otros títulos –todos afiliados a la causa del género, The Devil’s Rejects (2005), secuela de la que nos ocupa, las consecutivas Halloween: el origen (2007) y Halloween II (2009), reinvenciones de la célebre saga slasher, y Lords Of Salem (2012)- sin dejarla de simultanear con la musical.

Continuidad o ruptura

El parto de la película que nos ocupa fue dificultoso, porque al parecer la Universal, que inicialmente había auspiciado el proyecto, se retractó del mismo cuando vio que el resultado en imágenes era demasiado “fuerte” para el target de público con el que se relaciona (lo podría haber dicho de otra forma, pero creo que en realidad ésta también es válida), quedando la película en el congelador de la industria hasta que dos años después de su realización, en 2002, Lion’s Gate la asumió y le dio salida. House of 1000 Corpses se convirtió rápidamente en un título de culto y, aunque como leerán no me parece que nos hallemos ante una obra maestra, sí entiendo que la clase de carne en el asador que Zombie pone en la picota visual ha influido a diversos cineastas y obras reputadas en el género de estos últimos tiempos, caso de Alexandre Aja, Marcus Nispel o incluso nuestro Jaume Collet-Serra. Si se está de acuerdo con esta apreciación, también queda claro que existe una fina línea que une el cine de terror norteamericano de los últimos cuarenta años, pues la película, allende sus particulares –algunas muy interesantes- referencias al cine de terror clásico y la cultura pop del siglo XX asociada con el mismo, establece una conexión –temática y de discurso- bien visible con La matanza de Texas (The Texas Chain Saw Massacre, 1974), por lo que no cabría hablar de auténtica ruptura en el seno del panorama genérico como el que sí cupo predicar desde mediados de los años sesenta del siglo pasado. De hecho, que el relato se ubique en 1977 sin que ese dato se explote de forma histórica viene más bien a insinuar la aceptación por parte de Zombie de esos anclajes.

Museo del Terror

El filme nos narra una historia arquetípica del canónico american gothic, en el que dos jóvenes parejas, viajando de noche con su coche, hacen una fatídica parada en un lugar perdido en la vasta geografía rural, donde serán hostigados, torturados y asesinados por unos asesinos salvajes, en este caso una familia que se halla en la quintaesencia de la definición de lo freak en su acepción más macabra (y cuyos nombres, en diversos casos, remiten a personajes interpretados por los hermanos Marx, innegable muestra de humor negro refinado por parte de Zombie). Es deliberado que ese argumento, o más bien el hecho de que nada nuevo venga a ofrecernos, sea utilizado por el autor a modo de plantilla, molde argumental en el que imprimir unos intereses estéticos e insertar unas reflexiones que abrazan lo metafórico, el subtexto social, con lo metanarrativo. Y ello, que es una mirada que quiere moverse entre el vitriolo de formas y la rebeldía o incorrección de contenidos, se materializa en los escenarios de lo malsano que se muestran; y antes que la casa que da título a la película y sus horribles moradores y dependencias, nos hallamos llamativamente con un museo del terror y ese maestro de ceremonias llamado Dr. Spaulding (que, atinadamenteojo, spoiler-, Zombie hará ingresar en la nómina de desquiciantes relaciones de personajes aprovechando el inevitable twist final de la función). En el arranque de la función –tras ese prólogo de evocación al terror clásico televisivo-, en la magnífica secuencia del tren del terror, Zombie ya muestra sus señas de estilo e intenciones narrativas, utilizando un juego de montaje para relacionar los personajes/sketches de cartón piedra del tren-museo con otra escenificación, la imagen granulada, que corresponde a flash-backs sobre esos personajes y siniestras actividades por ellos desarrollados (uno de ellos, Ed Gein –otra conexión con la película de Hooper-; otro, el Dr. Satan, alrededor de cuya leyenda negra se canalizarán buena parte de los acontecimientos).

Malévolos

Así se prefigura el juego especular que la obra nos promueve, y donde puede resultar grato buscar las conexiones y juegos –ora ref/verenciales, ora sardónicos- que la película establece con otras, pero interesa más el hecho de que, a fuerza de acumulación, Zombie convierte esta House of 1000 Corpses en un declaración de amor por la ficción terrorífica, de ayer a nivel iconográfico, y de ayer y hoy a nivel alegórico, pues no hay mayores rastros de pretensión de verismo en la puesta en escena y tratamiento de los personajes, precisamente porque el filme pretende mostrarnos cómo el aliento de la Función de Horror Cinematográfica, su poso oscuro y subjetivo, se apropia de nuestra percepción y de la frágil objetividad, de modo tal que se reivindica la propia materia de la fascinación. Por poner ejemplos variados –dejándome muchísimos, y dejando también en el tintero aquéllos que me vinieron a la mente por sugerencia-: la referencia poco velada al Doctor Caligari en la figura del Doctor Satan, el clip de El caserón de las sombras de James Whale o un enorme cartel de La mujer y el monstruo en la habitación de la nymphette asesina encarnada por Sheri Moon Zombie; los ecos de Alicia en el país de las maravillas en el clímax final, donde una de las jóvenes secuestradas, disfrazada de conejita, trata de huir de la infernal madriguera; Otis (Bill Moseley) citando una frase de Ash de El ejército de las tinieblas; o, last but not least, el más que malicioso apunte irónico sobre los conceptos familiares a costa del actor que encarnaba al anciano Soldado Ryan en la célebre película de Steven Spielberg (Harrison Young): Young, con la misma ropa, aparece en la película, en busca de su hija (anotemos que en la película de Spielberg también tenía hijas), y, tras ser asesinado, el perturbado Otis le arranca la piel, se la pone encima y fuerza a la hija del anciano a besarle con esa máscara puesta (sic). A todo lo anterior añadamos la ubicación argumental en la noche de Halloween, y los rituales criminales que celebran los personajes –la ficción-, llevando al extremo el juego cultural del que hasta los niños son partícipes en la vigilia de Todos los Santos: la ficción interpreta la realidad, la puntúa de una forma malévola e intencionada.

Sobre el significado cultural del horror

En consecuencia, y como estandarte que pretende ser del significado cultural del horror, podemos decir que en La casa de los 1000 maníacos la mirada gamberra y malcarada impone su ley, y pretende una celebración de lo dionisíaco, en deriva hacia lo dantesco, a modo de reivindicación de las membranas más turbias o mórbidas del comportamiento/emoción humano/a y a modo de reacción contra toda convención de lo políticamente correcto. Para ejemplificarlo recurro a uno de los clímax más comentados de la película, el plano general elevado y alejado de los personajes que muestra a Otis apuntando con su pistola al policía antes de darle muerte; muchos han visto una estrategia narrativa clásica, consistente en demorar la resolución para generar un momento de suspense en estado puro; ciertamente es así, pero en mi caso estaba seguro de cuál iba a ser la resolución de la secuencia (por inercia de sentidos del relato), con lo que el elemento del suspense no me parecería tan destacado como la otra idea, enfatizada por el cuadro elevado y distante, que prima lo simbólico: todo lo que Otis representa va a volarle los sesos, aniquilar, destruir, a todo lo que un agente de la ley representa, y si permanecemos unos segundos esperando a que así sea es para darle naturaleza de ritual. La óptica que Zombie nos invita a compartir, en definitiva, nos aboca a la abstracción. Se demuestra en la naturaleza de la atmósfera que Zombie pretende vestir, y explica que en algunos lugares se diga que, amén de una película de terror, es una comedia. Se demuestra en la utilización fragmentada del montaje y en ese recurso visual de mostrar negativos y alteraciones cromáticas del mismo plano, indicativo de que se están dirimiendo diversas cuestiones narrativas en la misma elección de encuadre. Se demuestra en la carencia de interés en la credibilidad argumental (la repercusión lógica de que tanta gente desaparezca por aquellos lares, y aún más la desaparición de dos policías) y la distancia que el punto de vista propone respecto de los personajes, intencionadamente arquetipos, así como la poca querencia que el filme demuestra específicamente por las víctimas, lo muy poco en serio que se toma la cuestión dramática (y ahí hallaría un reparo a las secuencias finales, antes referidas en la suerte de madriguera o catacumba, donde el personaje llamado a sobrevivir recibe, de golpe y porrazo, un tratamiento distinto, más convencional, dejando la impresión de que quizá Zombie no quiso terminar de llevar al extremo sus propias premisas, aunque también defendible si insistimos en lo antes mencionado de la utilización del relato-tipo como plantilla, pero incluso en ese caso detectaríamos aquí poco trabajo sobre esa plantilla, lo que le resta puntos a la supuesta condición anarquista y subversiva de la película).

http://www.imdb.com/title/tt0251736/

http://0to5stars-moria.ca/horror/house-of-1000-corpses-2003.htm

http://www.dvdverdict.com/reviews/house1000corpses.php

http://www.monstersatplay.com/review/dvd/h/h1k.php

Todas las imágenes pertenecen a sus autores

HALLOWEEN: EL ORIGEN

Halloween

Dirección: Rob Zombie

Guión: Rob Zombie,

según el guión original de John Carpenter y Debra Hill

Intérpretes: Malcolm McDowell, Scout Taylor-Compton, Tyler Mane, Daeg Faerch, Sheri Moon Zombie, William Forsythe, Danielle Harris, Kristina Klebe

Música: Tyler Bates

Fotografía: Phil Palmer

Montaje: Glenn Garland

EEUU. 2007. 107 minutos.

Remakes del slasher

Estos primeros años del siglo XXI, y en correspondencia con la renovación generacional de los potenciales target de público consumidor de cine de terror –adolescentes, básicamente-, se ha vivido una revisión y renovación estética –o apenas remozado, en algunos casos- de todos los títulos referenciales del slasher de los años setenta y ochenta. Revisión siempre erigida con muchos más medios, con el patrocinio industrial que es dable esperar de una fórmula que en el pasado se reveló exitosa, y en términos artísticos fraguada de forma desigual, con mayor fortuna en los casos de La matanza de Texas (The Texas Chain Saw Massacre, Marcus Nispel, 2004) y Las colinas tienen ojos (The Hills Have Eyes, Alexandre Aja, 2006), y de forma más –sino harto- cuestionable en La última casa a la izquierda (The Last House on the Left, Dennis Iliadis, 2009), Viernes 13 (Friday the 13th, Marcus Nispel, 2009) y Pesadilla en Elm Street: el origen (A Nightmare on Elm Street, Samuel Bayer, 2010). Si a la anterior lista le falta un título esperando su reboot o remake ése es sin duda alguna el indiscutible clásico que John Carpenter y Debra Hill escribieron y el primero dirigió en 1978, La noche de Halloween (Halloween). No me entretendré, por considerarlo entre lo obvio y lo estéril, en las diferencias que cabe parangonar entre estas reinvenciones y la mera continuación en forma de secuelas que ha convertido en largas, a menudo interminables sagas diversos de los títulos enumerados, incluyendo este Halloween, del que el filme que nos ocupa supone su octavo episodio, versión, revisión o como lo quieran llamar. Lo que sí interesa más es tomar en consideración que haya sido Rob Zombie, el estimulante autor de La casa de los 10.000 cadáveres (House of the 10,000 Corpses, 2003) y Los renegados del diablo (The Devil’s Rejects, 2005) quien haya asumido (y al decir “asumido” me refiero al hecho de que, amén de dirigir, Zombie es el único responsable del libreto –que, al parecer, no escribió sin antes obtener el beneplácito del mismísimo Carpenter, que le pidió únicamente que se atreviera a hacer su propia versión-) la relectura del clásico protagonizado por Michael Myers, y que, aunque el resultado no alcance la brillantez de sus dos antecitadas propuestas precedentes, sí quepa predicar sobrados elementos de interés tanto en la apuesta argumental como en la escenográfica que, por lo demás, casan de forma coherente con el imaginario propio, por un lado feroz y sociologista, por el otro cinéfilo y posmoderno, del que fuera líder de la banda de rock White Zombie.

El sociópata

Del filme se ha dicho a menudo que los fans de la saga Halloween no le perdonarán a Zombie el haber contextualizado (en algún lugar he leído “humanizado”, lo que me parece más bien discutible) al personaje y su sino, ello merced del largo segmento inicial (largo en comparación con la única, excelente, secuencia de arranque del filme de Carpenter) dedicado a presentar al niño Myers en su lamentable hábitat familiar y escolar, lo que supone una presunta racionalización desde lo sociológico de los antecedentes de la desquiciada personalidad del asesino, dato que, por lo demás, encaja con la dinámica argumental del ajuste de cuentas climático durante la noche de Halloween, en la que Myers busca a su hermana (un bebé cuando la vio por última vez) que no es otra que Laurie Strode (aderezo argumental que, por otro lado, no es nuevo, pues ya se apuntaba en la primera secuela de la película, Halloween 2 (Rick Rosenthal, 1981), en España titulada Sanguinario). Lejos de pensar que ello es motivo de escarnio (aunque, bien mirado, yo cuestionaría la mayor: ¿a quién se hace referencia concreta cuando se utiliza ese lugar común periodístico, referido a “los fans de la saga”?), entiendo que a través de esas opciones argumentales, y especialmente lo referido al primer segmento del metraje, Zombie lleva el relato a su territorio, continuando, desde los vectores de variaciones, mutaciones argumentales y demás juegos autoreferenciales prototípicos de las sagas y franquicias, el discurso de sus dos primeros y personales obras, de modo tal que, al tratarse de un remake de un clásico, cabe incorporar un comentario que incluso puede ubicarse en lo metacinematográfico: la descripción negra negrísima del entorno familiar del joven Michael –que puede recordar tanto a la literatura de Jim Thompson y Charles Bukowski como a un par de filmes de Darren Aronofsky, y en el que la madre se gana el pan trabajando de stripper mientras el padrastro, alcohólico, maltrata sistemáticamente de palabra a todos los miembros de la familia-, más el modo de filmarlo, el recurso a unas determinadas opciones de encuadre y montaje fragmentario para alinear o hacer convivir el peso subjetivo con ciertos trazos documentalistas, viene a indicar que las inercias sin duda destructivas de esa familia desestructurada, vivo ejemplo de lo que se denomina white trash, son un hábitat perfecto para el desarrollo de sociopatías.

De Carpenter …

Es un discurso que no carece de lógica ni de sentido, y que de hecho se halla en cualquier construcción teórica en torno a las razones por las que nació y proliferó el slasher, si bien en esos títulos filmados durante los años setenta, de recesión económica (y moral) en los EEUU, todos esos elementos aparecían sublimados o filtrados por las definiciones del más específico american gothic. Aunque precisamente si nos focalizamos en el caso particular del filme de Carpenter, resulta que éste, más que sublimar, se abstraía de todos esos condicionantes (según su propia idiosincrasia creadora, que pasaba por celebrar y exprimir los resortes de lo genérico sin necesidad de más coartadas), algo que hubiera podido facilitar la distancia del filme de Zombie con aquel original, pero que en cambio el director-guionista prefiere asumir como un hándicap y un reto, pues en el filme se hace evidente su intención de dejar a las claras su pasión por la película de 1978. Así las cosas, y resultándole difícil fusionar esa propia personalidad con la voluntariosa reverencia a lo carpenteriano, Zombie opta, al menos hasta alcanzar los decisivos momentos finales del filme, por buscar un balance de equidistancias y en equilibrio, que defiende bien en algunos aspectos, como por ejemplo la elección de cada uno de los leit-motiv musicales en momentos culminantes para activar claramente (en lugar de minimizar) el recuerdo del filme de Carpenter, o el tratamiento argumental y visual de la relación de Michael Myers con su iconográfica máscara (una máscara de payaso en el inicio, como en La noche de Halloween, y otra que cubre el tránsito de su niñez a su edad adulta, subrayado a través de esa afición obsesiva por la construcción de máscaras que desarrolla en el centro psiquiátrico en el que vive internado durante todos esos años), pero que en cambio chirría en otras ocasiones, tanto a nivel de estructura –por ejemplo, la falta de continuidad narrativa entre ese largo primer segmento y el ulterior desarrollo del relato- cuanto en lo concerniente al tratamiento de determinados personajes –en particular, Samuel Loomis (Malcolm McDowell), a quien correspondería sobre el papel la tarea de relacionar los trastornos afectivos de Michael con esa visión del personaje como personificación del mal en estado puro que Donald Plaesence no se cansaba de referir en el filme de Carpenter, correspondencia en ningún momento termina de exponerse-.

… a Zombie

Los aficionados a los guiños hallarán sin duda diversos de esos enlaces cinéfilos/culturales con los que el autor de Los renegados del Diablo tanto le gusta aliñar sus funciones. Al respecto, podemos detenernos en la camiseta del grupo Kiss que luce el niño Myers (que incluye a su vez la constancia del tránsito generacional, de principios de los sesenta a los ochenta) o las imágenes de diversas películas que emiten por televisión en aquellas típicas maratones de cintas de horror que caracterizan la programación en Halloween (fragmentos de La legión de los hombres sin alma (White Zombie, Victor Halperin, 1932), El enigma… de otro mundo (The Thing… from another world, Christian Niby, 1950) –que incorpora un guiño dentro de otro, pues unas imágenes de la misma película aparecían en La noche de Halloween– o Plan 9 from outer space (Ed Wood, 1959), entre otras), pero tal vez lo más llamativo vuelve a resultarme, como me sucedió viendo La casa de los 10.000 cadáveres, una broma malévola a costa de los personajes/roles del cine de Steven Spielberg a través de su perversión/perturbación escenificada/sufrida por el actor que asumió ese rol, en este caso una avejentada Dee Wallace, quien fuera madre de Elliott en ET el extraterrestre (ET the Extra-Terrestrial, 1982) (y actriz secundaria en muchas películas de terror, por las que, claro, se la recuerda menos), aquí madre adoptiva de Laurie que, a diferencia de lo que ocurría en el original, termina engrosando el surtido body count del psycho-killer. Pero aunque Zombie se sirva a menudo de esos guiños y bromas cinéfilas para, más allá de lo anecdotario, introducir líneas de sofisticación a sus planteamientos y alegorías, su trascendencia en esta película es muy inferior a su homóloga en las dos primeras, sobre todo la primera, película de Zombie. En lo que concierne a esta Halloween, específicamente en el segmento central y culminante que discurre durante la vigilia del Día de Todos los Santos, la cita relevante es la que remite a imágenes –unas gafas de pasta sobre un disfraz de fantasma, la inscripción de una lápida- y situaciones reconocibles de la película de Carpenter, citas incrustadas en una labor escenográfica que, en cambio, no pretende tanto jugar con las expectativas del espectador cuanto desplegar un aparato atmosférico en el que lo truculento se masca pero no se adorna, ello a través de un concienzudo trabajo con la luz, el montaje, el sonido y los encuadres cerrados sobre los claustrofóbicos espacios creados por el diseñador de producción, Anthony Tremblay, que sin duda reclama un peso específico en la definición visual de la obra. Es precisamente al involucrar los espacios en los que discurre el relato con los materiales argumentales donde Zombie halla finalmente la clave para fusionar, hacer literal y dar virtualidad visual como no había conseguido hasta el clímax final –a mi entender, muy injustamente acusado de ser demasiado alargado-, los dos ejes que articulan su obra, a caballo entre el material de partida que pretende homenajear y las propias inquietudes que quiere plasmar: Myers destrozando brutalmente el mobiliario de la que fuera su casa, tratando de localizar a Laurie, escondida en un altillo, y finalmente uno y otro abrazados, tras romper una ventana, precipitándose al vacío, imagen o más bien símbolo de esquinado e innegable valor lírico. Y si ese cierre colofona de un modo suficientemente estimulante esta versión Zombie de La noche de Halloween, uno de los últimos planos de la película contienen una referencia, nada velada, a otro de los grandes clásicos del cine de psycho-killers de la época: un plano muy cerrado en el que vemos chillando, desquiciada, a Laurie, con el rostro ensangrentado, remite muy directamente a idéntica imagen de Sally (Marilyn Burns) en el cierre deLa matanza de Texas (The Texas Chain Saw Massacre, Tobe Hooper, 1973).

http://www.halloweenmovies.com/

http://www.imdb.com/title/tt0373883/maindetails

http://robsmovievault.wordpress.com/2007/08/31/halloween-2007/

http://www.sfgate.com/cgi-bin/article.cgi?f=/c/a/2007/09/01/DDHPRT64J.DTL

http://0to5stars-moria.ca/horror/halloween-remake-2007.htm

http://www.dvdbeaver.com/film2/DVDReviews42/halloween_blu-ray.htm

http://www.filmguru.net/reviews/2007/070901.html

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