SUPERVIXENS

 

Supervixens

Director: Russ Meyer.

Guión: Russ Meyer

Intérpretes: Shari Eubank, Charles Napier, Charles Pitt, Uschi Digard, Henry Rowland, Christy Hartburg, Deborah McGuire.

Música: William Loose.

Fotografía: Russ Meyer

Montaje: Russ Meyer

EEUU. 1975. 108 minutos.

Supermeyer

        Superangel, Superlorna, Supersoul, Supercherry, Supereula, Superhaji. He aquí los nombres de las mujeres que dan título a este filme dirigido en 1975 por un Russ Meyer ya en fase de consolidar el singular status en el complejo panorama del cine americano de los años de la decadencia de los estudios (baste recordar al respecto que su primera obra, The inmortal Mr Teas, de 1960,  fue una de las primeras obras llamadas pornográficas –ahora, a nadie se lo parece que lo sea, claro- que accedió a un gran público, anticipándose en cierta manera al fenómeno de Deep Throat, de 1972). Las mujeres que, decía y citaba, pueblan el imaginario cinematográfico de Meyer merecen esa calificación superlativa en honor al desmesurado tamaño de sus senos, por supuesto, si bien ello se refiere también a la acumulación y a la progresiva hiperbolización de las enseñas narrativas y visuales del realizador. A poco de pensarlo, nos damos cuenta que cada una de esas mujeres que pueblan el delirante trayecto argumental del filme son trasuntos de la Erica Gavin que le dio fama en Vixen!, la obra realizada siete años antes, y de la que hereda-engrandece el título (como después seguirá haciendo con Up! –aka. Megavixens-, en 1976, y Beyond the Valley of the Ultravixens, en 1979). Mujeres prestas exclusivamente al placer salvaje, mujeres insaciables, mujeres de actitud más peligrosa que sus curvas, mujeres puestas en una parrilla de rudas descripciones, y a menudo sujeto u objeto de muestras de ensañada, desmesurada, irreal violencia.

 

        Obsesiones

        Sí, cualquiera de las mujeres enumeradas podría haber protagonizado ella sola la película que nos ocupa, y la verdad es que una opción u otra no hubieran variado el sentido y naturaleza de la obra. Pero en esta ocasión Meyer (que amén de dirigir, escribía, fotografiaba, producía y montaba sus películas) opta por utilizar un personaje masculino, el de un semental involuntario perseguido por la fatalidad, para ir hacer desfilando a esta retahíla de mujeres neumáticas, como esporádicas amantes, a menudo hostiles, nunca pasivas. Esto es, para ir desarrollando sus tesis erotómanas, sus obsesiones creativas, encauzándolas por la vía del softcore de serie B, adaptándolas siempre a (y jugando con) los límites de lo que la censura podía aceptar en cada momento (por ejemplo, y al igual que sucedía en las páginas del playboy, en las obras de principios-mediados de los setenta ya aparecen planos, pocos y escuetos, del vello púbico, aunque nunca de los genitales). Aunque, por supuesto, no es de recibo decir que Meyer se limitaba a mostrar mujeres explosivas practicando sexo, y en su universo (que le ha consagrado autor de culto más por su personalidad exuberante y descarada y por su relevancia en una coyuntura histórica determinada que por lo que se mide en términos estrictos de calidad artística) concurren ciertos focos de violencia desmesurada (más que el largo, más bien pesado desenlace, en el que el protagonista y su novia son torturados por el policía violador, la secuencia también protagonizada por el villano encarnado por Charles Napier en la que asesina a patadas a Lorna y después la electrocuta (sic)) que conviven con el sentido chocarrero, guasón, del relato de los avatares sexuales, todo ello en el marco de una definición estética abiertamente camp de un entorno rural americano que, al poco tiempo, pasaría a identificarse en el cine con las enseñas del terror gótico que Tobe Hooper, Wes Craven y demás realizadores delimitaron en diversas obras emblemáticas del cine de horror de los setenta.

 

        ¿Contiendas morales?

        Decía Danny Peary, y sirve a la perfección para definir esta Supervixens, que las obras de Meyer son “simples folletines llenos de ironía, falsas obras morales repletas de pecadores que se arrepienten o son castigados severamente; llenos de desnudos, infidelidades y escenas violentas, son filmes que podrían perfectamente haber sido realizados por un predicador rural para utilizarlos como ejemplos en sus sermones”. Es en realidad una descripción algo excesiva, aunque un tipo de la idiosincrasia de Meyer sin duda merece esos excesos. Entre planos de connotaciones voluntariosamente fálicas, barrocos encuadres de la carnalidad más exacerbada, toscas sinfonías visuales de una violencia puramente cartoon, Meyer enfrenta a sus personajes a inopinables pero ciertos procesos de redención. La violencia y el sexo arbitran la contienda moral; ésa es, al fin y al cabo, la consigna elemental de un realizador, Meyer, que, por citar el que quizá es el único detalle narrativo trascendente del filme, nos muestra la reencarnación de la mujer asesinada al principio, Lorna, como especie de Diosa de esa clase tan caprichosa, chocante y colérica de Justicia que se dirime entre los áridos y rocosos parajes de la América Profunda.

http://www.imdb.com/title/tt0073768/

http://www.brightlightsfilm.com/29/supervixens.html

Todas las imágenes pertenecen a sus autores.

VIXEN!

 

Vixen!

Director: Russ Meyer.

Guión: Russ Meyer y Anthony-James Ryan.

Intérpretes: Erica Gavin, Garth Pillsbury, Harrison Page, John Evans, Vincene Wallace, Robert Aiken.

Música: Igo Kantor.

Fotografía: Russ Meyer.

EEUU. 1968. 73 minutos.

 

El fetichista

       

  Qué duda cabe de que Russ Meyer es un director de culto para almas cinéfilas freakies, amantes de cualquier manifestación del erotismo en el cine e incluso nostálgicos de las genuinas enseñas del pop. Son diversos los títulos que han cimentado esa celebridad –desde Faster, Pussycat…kill, kill!, hasta Supervixens, pasando por la que nos ocupa y, por supuesto, Beyond the valley of dolls-, celebridad siempre asociada a las improntas iconográficas de sus películas –reveladoras en todo caso de ese gusto fetichista por los grandes senos de sus protagonistas- y a ciertas nociones sobre la voluntad iconoclasta del realizador californiano, una categorización a menudo abstracta, fundada más en referencias que en conocimientos, toda vez que en este país no resultó fácil indagar en la filmografía Meyers hasta que en 2007 algunas de sus obras se editaron en formato DVD.

 

Erótico-festivo

 

  En cualquier caso, la primera consideración que viene a colación en referencia a esta Vixen! es que se trata de una de las más célebres nude movies que proliferaron en Estados Unidos allá por los años sesenta, y que se recuerda principalmente por lo bien que funcionó en las taquillas (tanto fue así que a Meyers le abrieron las puertas de Hollywood). La segunda consideración puede arbitrarse en el terreno temático y hasta ideológico, sobre el que cabe efectuar (y de hecho se han efectuado) todo tipo de especulaciones, que principalmente enmarcan la obra en el terreno de lo políticamente incorrecto (aún obviando que en aquellos años de crisis familiar y moral en la nación de las barras y estrellas, lo políticamente incorrecto estaba particularmente en boga… de hecho, no faltaba demasiado para que una película porno, la celebérrima Deep Throat, alcanzara repercusiones de cine arty en diversos foros culturales de la costa este norteamericana, incluyendo el auspicio de una firma reputada en el New York Times). Sea como fuere, Vixen! desarrolla una trama de filiación erótico-festiva (una chica que reside en un remanso canadiense con su marido, a quien le gusta pasarse por la piedra a cualquiera que se le ponga por delante, sean hombres o mujeres), sobre la que puede decirse que se cimenta la práctica totalidad del argumento en cine porno en la actualidad (aunque ese reputación sea compartida con muchas otras obras coétaneas, y, si se me permite, con el argumento de una película de muy distinto marchamo –y calidad- rubricada una década antes por el mismísimo Billy Wilder, La tentación vive arriba, que ponía en la picota una incesante sucesión de fantasías sexuales de un Rodríguez).

 

Barroquismo escénico

 

  Meyer colaboró con Hugh Heffner en los primeros años de edición de la revista Playboy, circunstancia que en cierto modo se proyecta en esta obra donde se hereda de aquella publicación el gusto preferente por las mujeres neumáticas y el aire desenfadado que preside la narración, que en ningún caso se toma en serio a sí misma; si bien donde en Playboy se buscaba la sofisticación, Meyer opta por cierta rudeza expositiva –sin la truculencia que será señera en obras posteriores-, y, retomando las disquisiciones sobre lo políticamente incorrecto, se atreve a incluir ciertos comentarios racistas (Erica Gavin, la protagonista, no soporta a los negros, y se pasa media película insultando a uno de ellos, al que peyorativamente llama zambo), que en el delirante desenlace de la función llegarán a entrecruzarse con una apología anticomunista (sic). En cualquier caso, resulta difícil escindir la obra de su papel en la coyuntura cultural de su lugar y tiempo. Cinematográficamente hablando, el filme se caracteriza por su ritmo de puro entertainment para erotómanos, y por unas imágenes cuya caligrafía trasciende de la funcionalidad esporádicamente, merced del gusto de Meyer por habilitar constante el metraje diversos insertos de montaje que enfatizan el poso morboso de la trama y que suelen predicar ese barroquismo escénico que define la esencia de su voluntad autoral.

http://www.imdb.com/title/tt0063787/

http://en.wikipedia.org/wiki/Russ_Meyer

Todas las imágenes pertenecen a sus autores.