Network
Director: Sidney Lumet.
Guión: Paddy Chayeksky.
Intérpretes: Peter Finch, William Holden, Faye Dunaway, Robert Duvall, Ned Beatty, Beatrice Straight, Wesley Addy
Música: Elliot Lawrence.
Fotografía: Owen Roizman.
Montaje: Alan Heim
EEUU. 1976. 122 minutos.
«I’m mad as hell
and I’m not going to take it anymore»
Howard Beal
La desalentadora visión de Lumet
Sidney Lumet es un cineasta que, a lo largo de su recorrido filmográfico, ha dejado sobradas muestras de, amén de su indiscutible talento, una fuerte personalidad tanto en la elección de temas como en el particular tratamiento que ha dispensado a los mismos, un prisma a caballo entre lo psicológico y lo sociológico que da lugar a reflexiones ricas en profundidad y matices, y a menudo recubiertas de una sustancia dañina, de abrasiva soledad en el aparato de las emociones y de denuncia del funcionamiento de las instituciones en el radiográfico e ideológico. Realizada en 1976, tras rubricar Tarde de Perros (Dog Day Afternoon), aquel descarnado retrato del patético asalto a un banco neoyorquino perpetrado por dos parias, Network, un mundo implacable supuso un nuevo y coherente riesgo por parte del cineasta, un título que, puesto hoy en perspectiva, reclama su especial trascendencia en sede de su acervo filmográfico, pues su desalentadora visión del funcionamiento de los mass-media es parte lógica (e importante) integrante en ese su universo temático esencialmente poblado por seres de existencia sucumbida a y/o moralidad viciada por las normas de un sistema de organización y funcionamiento social, judicial y hasta espiritual corrupto en su propia médula. Los enunciados de la película, asimismo, hallan un perfecto encaje en el deprimente sentir discursivo que exuda una parte destacable del cine norteamericano de su tiempo, imbuido por la propia inercia del contexto socio-político que se vivía por aquellos años en la nación de las barras y estrellas –depresión económica, fractura social, desencanto (o hasta derrumbe) ideológico y, en fin, la larga y dolorosa digestión del empacho que provocaron tantos años de culto al ego nacional–, y que en lo fílmico abraza tanto al thriller y el llamado cine conspiranoico cuanto a la revisión desmitificadora que se efectúa de los géneros (sobretodo el noir y el western). Por ello, no cuesta ver en Network un magnífico exponente del cine de su tiempo, que cabría, por poner un mero ejemplo, ubicar en (o)posición complementaria a la de la celebrada Todos los hombres del Presidente, de Alan J. Pakula. Lo que sucede es que, si en los últimos años de la década de los setenta, y con la renovación de fachada de la industria –lo que se ha venido en llamar “El Nuevo Hollywood”–, esas señas narrativas y estéticas fueron quedando atrás, Lumet no terminó de desligarse del todo de las mismas, por sintonizar tan íntimamente con su visión del mundo y sus intereses como narrador, como atesoran títulos posteriores como puedan ser El Príncipe de la Ciudad (Prince of the City, 1981) –una película de los setenta realizada en los ochenta– Distrito 34: corrupción total (Q & A, 1990), La noche cae sobre Manhattan (Night Falls on Manhattan, 1997), Declaradme culpable (Find Me Guilty, 2006) o Antes que el Diablo sepa que has muerto (Before the Devil Knows You’re Dead, 2007).
El factor Chayefsky
Sentado todo lo anterior, no está de más sacar a colación otro nombre importante en la ecuación entre dramatismo y fiereza crítica que cobija esta magnífica película. Hablo del guionista de la misma, Paddy Chayeksky (1923-1981), aclamado dramaturgo, novelista y guionista (escogido por el Writers Guild of America –Asociación de Escritores Estadounidense– como uno de los diez mejores guionistas de todos los tiempos) que trabajó en el medio televisivo en su llamada “primera edad de oro”, y que por tanto conocía sus entresijos internos a la perfección, bagaje que sin duda volcó para construir los implacables retratos psicológicos y la cualidad densa y ominosa que caracteriza la más bien irrespirable atmósfera de la película. Payefsky, de hecho, construye su relato a partir de la mirada polimórfica que del entramado de la industria televisiva se forja el espectador a partir de los conflictos/alianzas que se desencadenan/establecen entre cuatro personajes principales, cada uno de ellos diseñado en el libreto con una fuerte vocación representativa. Howard Beale (Peter Finch) es un presentador de informativos que, cuando la empresa decide despedirle a causa de la baja audiencia de su programa, sufre una crisis nerviosa y reacciona utilizando su último foro televisivo para dar rienda suelta a un comportamiento entre lo estrambótico y lo histérico. Max Schumacher (William Holden), antiguo editor de noticias y jefe de Beale, recibe la noticia de que su departamento sufrirá una severa reestructuración, y su encendida defensa de su antigua parcela le llevará a enfrentamientos con la junta directiva que forjarán su salida de la compañía. Diana Christensen (Faye Dunaway) es una directora de contenidos de mediana edad, cuyo atractivo y grandes energías se consagran al empeño del arribismo, y que logra medrar en la UBS merced de sus propuestas amarillistas. Last but not least, el despiadado executive Frank Hackett (Robert Duvall) encarna la nueva dirección en las políticas empresariales a implementar en la compañía: su figura en el organigrama directivo es el de enlace entre la cúpula de la UBS y una corporación internacional, la CAA, que recientemente adquirió la misma, y su función es la de maximizar los beneficios a cualquier precio.
Fábula negra
De tal modo, y a través de los encuentros y desencuentros entre esos personajes matrices, Chayeksky propone una radiografía que contempla los diversos escalafones humanos implicados en la programación y producción televisivas, cociendo un avezado zeitgeist de la realidad económica del medio en aquel tiempo pero en términos discursivos que abrazan, por la vía dramática, comentarios universales, y que, de hecho, puestos en perspectiva cabría tildarlos de visionarios. Lumet recoge los ingredientes inflamables de esa sátira, e incluso en sus rebatos más hiperbólicos –el episodio de los terroristas de a pie a los que Christensen quiere contratar para un nuevo programa de emisión semanal que relate sus correrías y venga ilustrado por la grabación de las mismas en soporte documental, videográfico; la presentación del nuevo programa de Howard Beale, donde lo informativo viene servido por expertos en astrología, una fortune-teller lady y prensa amarilla–, y los imprime en un relato visual atravesado de principio a fin por su tono malsano, de fábula negra, que congela toda carcajada en la conciencia del abismo que sostiene todo el entramado, humano y empresarial, social y cultural. En ese sentido, atiéndase al recordado pasaje en el que Beale suelta la famosa alocución “Estoy más que harto, y no pienso seguir soportándolo” pidiendo a la audiencia que salgan a sus balcones a reproducir la misma: una situación a priori risible se convierte, en manos de la solución visual propuesta –además, antológica: panorámicas y movimientos de cámara sobre las fachadas de los edificios en los que la gente chilla cada vez más alborotada, mientras rayos y truenos dan iracunda réplica desde los mismísimos cielos–, en una imagen que compendia de forma ejemplar, brillante, las razones esenciales de la crítica que nos plantea la obra: el tipo de carnaza que se le ofrece a las masas, y las condiciones trágicas de su portavoz. Otro de los platos fuertes de la función (en correspondencia con una de las mayores virtudes como narrador de Lumet) tiene que ver sin duda con las secuencias íntimas, las discusiones sentimentales protagonizadas por Max y su esposa Louise (Beatrice Straight –que ganó un Oscar por su papel, ello y a pesar de que su aparición no supera los cinco minutos de metraje–) o su amante Diana. En el texto de Chayefsky, esas (concretamente tres) secuencias ilustran en lo dramático los postulados de fondo, pues en ellas las palabras tanto de Max como de su esposa, e incluso alguna reacción de Diana, aunque focalizadas en sus sentimientos, arrojan un poso de luz, de conciencia, sobre la materialización del naufragio moral que la película relata. Lumet da una lección de planificación, de gramática (la utilización del espacio escénico, el sentido de cada plano) y de dirección de actores (arrancando interpretaciones memorables de los tres, especialmente de Holden, viva imagen de la estoica lucha de un hombre contra su condición miserable). El resultado en imágenes sólo puede ser calificado de memorable.
Pérdida de valores
Lumet, que como es habitual en él, se apoya en su operador lumínico para utilizar la luz y la diversidad angular de la cámara como herramientas sutiles para ilustrar los términos de la progresión dramática, nos propone un viaje que parte de lo sombrío y en su deriva propone algunas paradas en lo aséptico. Filme categórico de interiores, las dependencias y pasillos de aquel cuadriculado edificio –cuyo exterior de interminable altura sólo vemos en esporádicos planos de situación– como marco de los constreñidos actos de sus personajes, ese criterio visual sostiene el tono pesimista y al mismo tiempo subraya los contenidos de moralidad: Network es, en ese sentido, la crónica del fin de unos valores para la consolidación de un modelo que carece de ellos, a no ser que califiquemos como tales el exclusivo objetivo del lucro, las audiencias y los dividendos, que se logran a costa del sacrificio –que en el terrorífico cierre de la película se vuelve literal– de lo que damos en llamar la ética profesional o cualesquiera significados que en sede deontológica quepa buscarle a la profesión periodística. Según el aforismo que reza que todo poder implica una responsabilidad, en el universo depravado que con tanta convicción perfilan Chayeksky y Lumet está claro que el llamado Cuarto Poder, a la par que los institucionales, no titubea en dejar a sus súbditos en la estacada. Los mesiánicos comentarios del personaje encarnado por Howard Beale dejan poco margen de duda (“es el individuo el que ha terminado, la solidaridad de cada uno que ya ha quedado obsoleta”); pero la furibunda réplica de Arthur Jensen (Ned Beatty), termina de disipar tan leve margen (“No existe América. No existe la democracia. Sólo la IBM, la ITT, la AT&T, DuPont, Dow, Union Carbide y Exxon. Ellas son las naciones del mundo actual”). Escalofriante. O visionario, si caemos en la cuenta que Ronald Reagan aún no había sido elegido Presidente.