The Flowers of War
Director: Zhang Yimou
Guión: Heng Liu, según una novela de Geling Yan
Música: Qigang Chen
Fotografía: Xiaoding Zhao
Intérpretes: Christian Bale, Ni Ni, Xinyi Zhang, Tianyuan Huang,
Xiting Han, Doudou Zhang
China-EEUU. 2010. 148 minutos
Colores del sacrificio
Firmada en 2009, dos años antes que el filme que nos ocupa –que ha tardado otros dos a alcanzar las carteleras españolas-, con la formidable Ciudad de vida y muerte (City of Life & Death/Nanjing, Nanjing!), Lu Chuan logró postularse como uno de los grandes cineastas chinos de última hornada, para algunos incluso discutiendo el escalafón máximo de ese prestigio a Zhang Yimou. No deja de resultar llamativo que Yimou, no mucho después, y partiendo de una novela de Geling Yan convertida a libreto por Heng Liu, “escogiera” idéntica temática para rubricar la que es actualmente la película más cara de la historia de China, esta The Flowers of War. Dejo entre comillas ese “escogiera” porque se hace evidente que existen decisiones político-industriales implicadas en ello. Ambas películas extraen su relato de un sangrante episodio histórico, el denominado “La violación de Nanking”, en referencia a las atrocidades cometidas por el ejército japonés con la población civil china cuando, a finales de 1937, esas tropas niponas, tras ocupar Beijing y Shangai, invadieron la que había sido declarada capital provisional de la China ocupada, Nanking. Según datos extraídos de la Sentencia del Tribunal Militar Internacional para el Lejano Oriente, se estima que se cometieron más de 200.000 asesinatos de soldados y civiles sólo durante las primeras seis semanas de la ocupación, así como unas 20.000 violaciones en apenas el primer mes. Pero se trata de un asunto controvertido, pues en el país del sol naciente la visión de esos hechos es muy otra, y no son pocas las voces que denuncian una exageración (o hasta invención) de los hechos. Esta polémica tantos años después aún no resuelta puede explicar el interés por parte del gobierno chino de proponer estos dos enormes frescos históricos, sobre todo el que nos ocupa con una vocación de máxima difusión internacional (el mismísimo Batman de Nolan, Christian Bale, es el protagonista de la película, y más de la mitad de ella se habla en inglés), en los que no sólo se cierra filas en torno a la categórica visión oficial que procede de aquel país –el que sufrió en las carnes de su pueblo aquellos horrores– sino que se propone transformar los hechos en un espacio cinematográfico mitológico a través de los que glosar las grandes virtudes de la población china, opuesta por supuesto a la bajeza moral de los ocupadores.
Datos todos estos relevantes y que por tanto deben ocupar el análisis de la película. Pero una vez asentados, decir que, ya en lo estrictamente cinematográfico, Las flores de la guerra puede ser vista como un filme perfectamente complementario de Ciudad de vida y muerte, precisamente por su relación de opuestos. Del blanco y negro de la película de Lu Chuan a una utilización del color fundamental en la definición idiosincrásica del filme de Yimou. Del trasfondo naturalista, de rigurosa crónica histórica, de la primera a la concesión deliberada a la dramaturgia más convencional y sus reglas en la segunda. Dos maneras bien distintas de buscar la identificación del espectador, la primera más cruda y rigorista en lo expositivo, la segunda que pone en solfa todos los arquetipos imaginables, e incluso cae tranquilamente en lo previsible, a la hora de plantear los términos de emotividad. Ambas opciones, por supuesto, igual de legítimas. Pero si la película de Lu Chuan es portentosa, a juicio de quien esto escribe la de Yimou dista mucho de serlo, principalmente porque se le ven demasiado las costuras narrativas y porque en demasiadas ocasiones, a lo largo de un metraje muy extenso (140 minutos), se regodea en estereotipos y formulismos dramáticos cuyo encaje con la crónica histórica es ciertamente conflictivo, heredando sin pudor alguno los tics más superficiales del cine etiquetado épico hollywoodiense.
Sería fácil decir que Yimou se muestra desganado, que se le nota el escaso interés en el proyecto. O, para ser más crueles, que en cinco minutos de, por poner, ¡Vivir! (1993), hay más quintales de autenticidad en la crónica histórica y en la conquista de la emotividad que en todo el metraje de esta Las flores de la guerra. Sin embargo, sea cual fuera la motivación (o su carencia) de Yimou en la realización de la película, lo que sus imágenes desprenden es que el –para mí genial– realizador chino ha optado por esgrimir unas determinadas, refulgentes y manieristas, maneras visuales a la película que le extraen toda la pompa, quizá dejando aún más en evidencia la pobreza del guión, pero con resultados visuales que, incluso faltos de cohesión, resultan indudablemente satisfactorios en muchos aspectos, aspectos que hacen del visionado de la película, si no apasionante, más atractivo de lo que hasta ahora de esta reseña se parecía deducir. Aspectos escenográficos, es cierto, en los que no cabe hablar de un paso adelante respecto de lo propuesto en las imágenes magníficamente ataviadas que hallábamos en Hero (2002), La casa de las dagas voladoras (2004) y La maldición de la flor dorada (2006), pero que resultan más que válidas para desglosar desde ciertos términos de ejercicio de estilo la propuesta cinematográfica que nos ocupa, prisma desde el cual, liberados de perjuicios, los resultados de la película son mucho más dignos, incluso estimables.
De hecho, en esas fabulosas panorámicas aéreas y planos cenitales que van puntuando la descripción visual de la iglesia en la que discurre el grueso del relato, Yimou da claras señas de que su mirada vitriólica se desmarca un tanto de la gráfica condensación dramática. El filme, en imágenes netas, funciona más bien como un ejercicio de género, casi cabría equipararlo a un western en el que un cowboy aturdido –la imagen de Christian Bale durmiendo junto a su botella vacía en el suelo– saca fuerzas de flaqueza (y, por supuesto, descubre-los-grandes-valores) para defender a inocentes de las maldades de unos pistoleros que en este caso vienen ataviados con los ropajes de la milicia nipona, y que imponen su ley despiadada extramuros de este lugar tan enfáticamente sacralizado. John, el cowboy, aquí sacerdote improvisado, tiene un joven pero fiel escudero que le ayudará a recorrer el trayecto de redención. Y no falta siquiera la prostituta de buen corazón, que en este caso, además, son muchas, y a las que la película ofrece su homenaje en el propio título. El mencionado vitriolo se asocia a la arquitectura lumínica, obra de Xiaoding Zhao, que a veces propone atmósferas luminosas que, otra vez, nos distancian de la impresión de realismo; y se concreta en, por poner ejemplos brillantes, la utilización de los reflejos multicolores que emergen de ese formidable rosetón agujereado por las balas o, una imagen ciertamente llamativa, las motas de diversos colores que se expanden con la deflagración de un edificio en el que se hallaba un heroico francotirador chino. El juego simbolista no es nuevo en Yimou, y aquí en muchas ocasiones cae en lo obvio –la presentación del personaje, bañado literalmente en harina; las estanterías cargadas de libros que impiden la entrada de los soldados japoneses, y cómo éstos van desmoronándose–, pero incluso en lo obvio resulta atractivo al espectador, y cuando trasciende lo obvio –las cuerdas ensangrentadas de esa especie de laúd– alcanza los únicos momentos de genuina, y yimouiana, poesía visual de los que puede presumir la película. A ello, y en el haber de esta irregular película, se le suma la resolución brillante de algunas set-piéces, quizá no anecdóticamente las que exploran con más atrevimiento los conceptos más brutales del relato, caso del episodio del intento –finalmente frustrado- de violación de las niñas por parte de los soldados nipones en el interior de la iglesia o la violación y asesinato, ésta sí consumada, de una de las dos prostitutas que (de forma harto incongruente en lo argumental) abandonaron su guarida para ir a buscar las cuerdas del antes citado instrumento musical (y… ¡unos pendientes!), huida a ninguna parte que Yimou subraya con las imágenes reiterativas de las mujeres corriendo por entre los escombros, prefigurando una fuga in extremis que al final no tendrá lugar. Que precisamente este concreto episodio argumental, tan aislado de como incongruente con respecto de la trama, sea el que Yimou termina recreando con mayor potencia expresiva no deja de ser una evidencia de lo que en realidad resulta obvio: la gran película que Las flores de la guerra podría haber sido de haber contado con un guión mejor urdido y cuyas pretensiones hubieran trocado el sentimentalismo obvio por considerandos de mayor calado dramático o radiográfico.
http://www.imdb.com/title/tt1410063/?ref_=sr_1
http://rogerebert.suntimes.com/apps/pbcs.dll/article?AID=/20120118/REVIEWS/120119985
http://www.bonjourtristesse.net/2012/01/flowers-of-war-2011.html
http://www.cineparaleer.com/critica/item/1277-las-flores-de-la-guerra
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