2012

2012

Director: Roland Emmerich.

Guión: Roland Emmerich y Harald Kloser

Intérpretes: John Cusack, Amanda Peet, Chiwetel Ejiofor, Thandie Newton, Oliver Platt, Thomas McCarthy, Woody Harrelson

Música: Thomas Wanker y Harald Kloser.

Fotografía: Dean Semler

Montaje: David Brenner y Peter S. Elliott

EEUU. 2009. 160 minutos.

 

Espectacularidades diversas

Pariente cercano de las obras pergeñadas por el productor Jerry Bruckheimer, celoso de las ínfulas de los Wachowsky, el cine de Roland Emmerich puede verse como epítome del concepto main stream que prima en la actualidad. No nos equivoquemos diciendo que es un cine en el que prima la espectacularidad, porque espectacularidades hay muchas; por ejemplo, el aparato cinematográfico de Hayao Miyazaki es espectacular, otro tanto puede predicarse de las obras de la Pixar, o del cine bélico de Oliver Stone, o de las space operas de George Lucas, o de la SCIFI de Spielberg, o de la Tierra Media de Jackson, o de las epopeyas de Weir o de las visiones telúricas de, pongamos, Werner Herzog o Terrence Malick. Y la lista es mucho más larga, porque estos ejemplos, pillados a vuela pluma, pretenden simplemente ilustrar las diferencias entre las concepciones del espectáculo de unos y otros. Bruckheimer y Emmerich, sin embargo, son como digo parientes cercanos, al menos en la formulación narrativa y visual de sus obras (en el tono y la anécdota argumental cabría hallar leves diferencias, que hacen el cine de Bruckheimer más simpático, fundamentalmente el hecho de que se ría de sí mismo con más saña  -v.gr. Armageddon o National Treasure– que el director de Independence Day). Es una formulación basada, en lo narrativo, en el planteamiento y desarrollo más estereotipado de personajes y situaciones –buscando una improbable balanza entre la circunspección (científicos héroes, padres o hijos de familia héroes) y la sorna (secundarios bufones o villanos grotescos)-, y, en lo visual, a los montajes cortos, la planificación inexistente, la absoluta servidumbre a unos efectos especiales que, por lo demás, nunca tienen nada de novedoso, y funcionan por mecánica acumulación. Es un cine que, si no lo escribimos en cursiva, obligatoriamente debemos tildarlo de burdo, de defectuoso en todos sus aspectos, y, lo peor –pues niega la mayor de su propuesta-, unas películas que, precisamente por tan paupérrimo bagaje en su construcción argumental y escénica, se revelan siempre cansinas, más bien aburridas si duran 100 minutos, o al borde de lo inaguantable si, como sucede con esta 2012, pretenden mantenernos sentados en la butaca durante 160 minutos.

 

Roller Coaster

Podría analizar esta película de Emmerich comparándola con su precedente y consanguinea (allí el peligro venía del frío, aquí del calor) The Day after Tomorrow; podría ponerla en linea de tiro junto con la nutrida selección de antecedentes temáticos/subgenéricos (cine de catástrofes) de otras o esta época; podría incluso plantear un agravio comparativo con su referente cinematográfico mayúsculo, The War of The Worlds de Steven Spielberg, ni que fuera para dejar claro la diferencia entre las reglas del cine de género y las del show con fines puramente crematísticos;… labores todas ellas sencillas, pero innecesarias. También podría quedarme la mar de ancho glosando estrictamente el relato y diciendo que 2012 nos presenta una sucesión de tópicos y nos depara un espectáculo sin vida, y que vivimos el fin de la humanidad con la misma carga emocional que nos atañe cuando miramos (que no nos montamos en) un roller coaster. En cualquier caso, con sinceridad, si existe un único abordaje de esta película que merezca la pena, éste se lee en clave industrial, sobre las razones por las que Emmerich (vuelve a) filma(r) una película sobre el fin de los tiempos, regalándonos el exponente más palomitero de una oleada de títulos que mueven sus hilos narrativos en parámetros apocalípticos (entre los cuales podemos citar, como ejemplo al contraste, la austera The Road de John Hillcoat, según la novela homónima de Cormac McCarthy). No es que quepa elucubrar teorías sobre esa fecha de caducidad de la humanidad que el cine (entre otros) nos viene cacareando hace tiempo, porque esas especulaciones se escapan (y mucho) al objeto de una reseña cinematográfica. Lo que interesa es la alegoría de tan manido supuesto fantástico, las reflexiones críticas y recapitulaciones en términos de humanismo que, por ende, esconde lo que Susan Sontag, años ha, llamó “la imaginación del desastre”. Ello aplicado, claro está, a la mirada –si nos atrevemos a llamarla así- que propugna Emmerich (coautor del guión), y a esos tópicos que, uno tras otro, nos va disparando.

 

Salvadores y salvados

Llamativo ciertamente resulta que el filme cuente con un director de fotografía tan reputado como Dean Semler, o un montador como el oscarizado David Brenner. Llamativo resulta cómo Emmerich puede llegar a proponernos soluciones visuales que, aquí explicadas, pueden parecer sugerentes, como por ejemplo la sonrisa de la Gioconda, en un cuadro falso, enfocada por el haz de luz de una linterna; o incluso del todo turbadoras, como por ejemplo ver agrietarse la Capilla Sixtina y ser la Ciudad del Vaticano devorada por las aguas mientras el Papa está dando el último sermón, o ver al Presidente de los EEUU moribundo en los aledaños de la Casa Blanca, atestiguando como una gran ola va a devorar esa cúpula del poder político, mientras, arrastrado por las aguas, un portaaviones a la deriva se dirige contra él. Sin duda que, como digo, así contadas, uno puede pensar que la película es capaz de sugestionarnos o de dar rienda suelta a teorías de toda índole, insertas en lo que damos en llamar “el discurso”. Pero que nadie se llame a equívoco, la película no tiene discurso. Da igual que aparezcan profetas diversos (budistas, católicos e incluso el hippie que encarna histriónicamente Woody Harrelson), porque el batiburrillo de datos y admoniciones no serviría para aleccionar ni a una ameba. Da igual si se hunde el Vaticano, California o la completa Civilización, porque sólo se trata de aparatosa pirotecnia, pues, en lo narrativo, todo se supedita a un relato convencional, el de la supervivencia de una familia. Y la verdad es que Emmerich, en esta ocasión, disfrazado de postulador liberal (presunto defensor de lo intuitivo y la sabiduría civil frente a la arrogancia de los burócratas), acaba llevando al paroxismo, tan callando, unos valores que, trascendiendo lo conservador, rayan lo reaccionario en el tratamiento de los personajes como representantes de instituciones sociales y culturales (ojo, Spoilers): la familia desunida (John Cusack, Amanda Peet y sus dos hijos) terminará unida, y el elemento distorsionador (el nuevo novio de ella, encarnado por Tom McCarthy), será aniquilado, ello y a pesar de ser visto como un personaje positivo; la otra familia, la del magnate ruso, también recibirá su merecido: al páter le veremos en una breve secuencia mirando la foto de la madre de sus hijos –no sabemos si fallecida o divorciada-: posteriormente, morirá (de la forma más tonta e inverosímil imaginable), quizá purgando sus errores matrimoniales, redimiéndose al salvar (en un grotesco acto heróico) a sus hijos; su nueva esposa, con pinta de prostituta de lujo, también perecerá (la visualización de la muerte más horrible de la función), probablemente porque, por lo demás, era una adúltera, que le engañaba con un guardaespaldas cuyo final, a estas alturas, también se puede adivinar. Eso sí, el perrito de la joven sí se salva, porque los perros, ya se sabe, carecen de maldad. Salvados (la familia reunida) y salvadores (el científico bueno con cara de bueno y la hija del Presidente: la solución virtuosa) encienden la llama de la Familia de un Futuro mejor, Familia y Futuro que, por supuesto, jamás serán vencidos.

http://www.imdb.com/title/tt1190080/

http://www.whowillsurvive2012.com/

http://es.wikipedia.org/wiki/2012

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