REVOLUTIONARY ROAD

 

Revolutionary Road

Director: Sam Mendes.

Guión:Justin Haythe, basado en la novella de Richard Yates

Intérpretes: Leonardo Di Caprio, Kate Winslet, Michael Shannon, Kathy Bates, Kathryn Hahn, David Harbour.

Música: Thomas Newman.

Fotografía: Roger Deakins

EEUU. 2008. 119 minutos.

 

American way of life

 

A la cuarta película Sam Mendes se la puede comparar de entrada con aquella maravillosa revisión del melo clásico que Todd Haynes llevó a cabo con Far from heaven. Revolutionary Road  tiene no pocos pasajes tan refulgentes en lo formal como aquélla, está igualmente bien interpretada, quizá su narración es algo menos compacta (y teniendo en cuenta la importancia de la música en el género, quizá también convenga anotar que adolece de una partitura musical, la de Thomas Newman, mucho menos virtuosa que la que Elmer Bernstein rubricó para el filme de Haynes). Pero si comparamos una y otra obras es porque, apoyándose en los cánones clásicos del género, visualizan conflictos que, por las limitaciones propias de su tiempo, las películas de hace cinco décadas sólo podían enunciar con sutileza. Sin embargo, las semejanzas terminan ahí, porque donde Haynes efectuaba una recreación con una mirada -bajo la apariencia- contemporánea, Mendes adapta más o menos fielmente (aunque sincrética) una novela añeja, la más célebre de las pocas que nos dejó Richard Yates, aprovechando la universalidad de su trama y conflictos; por tanto efectúa un ejercicio inverso al de Haynes: si allí el presente miraba al pasado, aquí es el pasado el que mira al presente. En realidad la obra de Yates se entronca, aunque sea indirectamente, con el prolífico legado de la generación del desencanto que rompió con las consignas del optimismo social y económico vivido en los EEUU tras la Segunda Guerra Mundial, desde el movimiento beatnik a la obra de tipos como Truman Capote, Edward Lewis Valliant o incluso John Cheever, J. D. Salinger y Norman Mailer. Autores que se replantearon el american way of life y en buena medida lo dinamitaron con sus postulados pesimistas. En ese sentido, también cabe parangonar el filme con la célebre serie de la televisión por cable Mad Men, de Matthew Weisner, que, amén de recrear la misma estética, refiere idénticos conflictos morales en el seno profesional y personal, aunque todo lo que en aquella serie se enuncia desde lo implosivo, aquí basa su fuerza en lo explosivo.

 

Crisis de pareja

 

Y en relación con lo anterior, Revolutionary Road  también merece parangonarse con la primera película de Mendes, la laureada American Beauty, ya que existe un vívido diálogo entre los postulados argumentales y discursivos de ambas obras, un cierto reflejo especular entre la crisis de valores personales y materiales que la familia Wheeler intenta, en vano, sortear, y el consolidado anatema que hostiga al matrimonio también middle-class que en la opera prima de Mendes interpretaban Kevin Spacey y Annette Bening. Como en aquélla, los vecinos tienen un peso específico en la trama, pues sirven a la perfección para delimitar el aislamiento al que Frank y April Wheeler (Leo Di Caprio y Kate Winslet) deben enfrentarse a la hora de asumir responsabilidades y debilidades, decisiones e indecisiones (el análisis de los personajes que en la película –tan bien- interpretan Michael Shannon y David Harbour abordan esa distancia desde dos polos opuestos, la cuatela y la turbación, erigiéndose así en perfectos y enriquecedores complementos de idéntica visión). Como en aquélla, la rutina profesional y familiar es una condena, si bien en American Beauty sólo se buscaban recetas al desconsuelo, y en cambio aquí llega a cobrar forma una oportunidad de huída, una vía revolucionaria, que al fracasar deja un desconsuelo que no admite recetas (ni existe la posibilidad de resguardarse en el hielo, por utilizar una imagen de otra película que también puede relacionarse con éstas, quizá como eslabón intermedio entre una y otra: The Ice Storm, de Ang Lee). Todo ello se debe a que estamos hablando de épocas diferentes, sin duda, pero también a que los personajes de Revolutionary Road  son diez años más jóvenes que los protagonistas de American Beauty. El texto de Yates, y aún más su impresión cinematográfica, prioriza al extremo la dualidad existente entre las decisiones individuales y la que se toma en pareja: Frank y April deciden marcharse a París, atreverse a dejar atrás su existencia materialmente acomodada, para encontrar inspiración en una relación sentimental que ya se está desgastando. Pero las decisiones individuales, opuestas a ese deseo compartido, y que se acaban imponiendo (y separando a los protagonistas, literalmente de forma trágica), tienen a su favor el peso de la lógica, de la cordura, ello entendido como la convención social y culturalmente aceptada, aunque la aceptación de esa lógica, de esa aparente responsabilidad, habilite la frustración, la infidelidad, el progresivo desencanto y, finalmente, el odio. Realmente, Mendes escarba en su película en temas que pueden leerse en clave de radiografía de un contexto histórico determinado (principalmente por la descripción del rol subordinado que aguarda a la mujer, y que April es incapaz de aceptar), pero principalmente proyectan un sentido universal, admiten (o más bien reclaman a gritos) una lectura en clave contemporánea, articulan una admonición a un modelo cultural –referido a los peajes que implica el medrar profesionalmente, pero también a la definición misma del concepto matrimonial- que en la sociedad actual continúa plenamente vigente.

 

 

Exacerbación dramática

 

De todo ello hablan Mendes y el guionista Justin Haythe en esta película, una película sostenida a/por la fuerza de set-pièces que jalonan una progresión dramática pero que también hallan su valor como meros extractos de una crónica del desencanto (tanto es así que, durante la primera media hora de la película a veces podemos tener la sensación de que la narración no es lineal, o que no importa demasiado si lo es o no). La escenografía de Mendes, sin buscar el manierismo preciosista de Road to Perdition, contiene estudiados planos y soluciones visuales que saben enfatizar la temperatura emocional del relato, a veces de forma obvia y otras menos, que subrayan palabras, silencios y actitudes, y que concentran sus mayores esfuerzos, esa fuerza explosiva de la que hablaba, en el careo dramático entre Frank y April, ya desde el que casi contiene la presentación de la trama (la discusión nocturna junto al coche detenido en el arcén) hasta el climático cisma que se produce en los compases finales (las dos secuencias, el principio y el fin, hermanadas por la virulencia verbal, e incluso por la repetición de algunos ítems, v.gr. que Frank pierda los estribos y esté a punto de golpear a April). El completo tejido visual, honesto contrapunto de los elaborados diálogos, está recorrido por un potente y permanente efecto teatral, no muy alejado al que dejan en la retina las películas que adaptan obras de Tennessee Williams, Edward Albee o Arthur Miller, un deliberado sentido de la representación que busca la abstracción y la alegoría. La película, de este modo, nos atrapa por su fuerte carga discursiva, y el medio escogido radica en la exacerbación dramática que tan bien aderezan las interpretaciones de Winslet y sobretodo DiCaprio. Tras esta su cuarta película tras las cámaras llega el momento de decir que Mendes no es uno de esos cineastas geniales que están llamados a ocupar un altar en los libros de Historia del Cine, pero sí un avezado artesano de la imagen capaz de extraer el debido jugo a los retos narrativos que afrenta. Mérito inferior al de los genios, pero bastante superior a la media.

http://www.imdb.com/title/tt0959337/

http://en.wikipedia.org/wiki/Richard_Yates_(novelist)

Todas las imágenes pertenecen a sus autores.

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