VALKIRIA

 

Walkyrie

Director: Bryan Singer.

Guión: Christopher McQuarrie y Nathan Alexander

Intérpretes: Tom Cruise, Tom Wilkinson, Kenneth Brannagh, Bill Nighy, Terence Stamp, Thomas Kretschmann, Carice Van Houten.

Música: John Ottman

Fotografía: Newton Thomas Sigel

EEUU-Alemania. 2008. 122 minutos.

 

“Hechos reales”

 

Cualquier espectador está familiarizado con el rótulo que se sobreimpresiona en la imagen al principio de algunas películas y que reza “basado en unos hechos reales”. De tantas veces que lo hemos leído nos hemos vuelto desconfiados, o incluso escépticos. Algunos pueden argüir que el cine a menudo ha falseado la historia. Yo creo que plantearlo en esos términos no es del todo atinado, cinematográfica/artísticamente hablando. Más bien hay que decir que cualquier relato, entre ellos el cinematográfico, incorpora unos determinados puntos de vista –con afanes de lo más diversos: desde el puro entertainment hasta la parábola social, desde la excusa estética o la pretensión lírica hasta la historiografía más o menos concienzuda, y, dentro de ésta, el completo abanico de colores ideológicos-, puntos de vista que delimitarán los términos de la “realidad” en que se basa el relato narrado. Todo esto viene al caso para introducir la reseña de esta Walkyrie,  en tanto que ilustra en imágenes un trascendente episodio acaecido en la Alemania nazi en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial: parece ser que, en efecto, el 20 de julio de 1944 fue perpetrado un atentado contra el canciller en su cuartel general, el que más cerca estuvo de acabar con su vida, y cuya mayor responsabilidad fue atribuída a Claus Von Staufenberg, el Coronel del Estado Mayor de la Wehrmacht, y a otros miembros de la cúpula nazi. Debo decir que no estoy (o estaba) nada familiarizado con la (por supuesto frustrada) hazaña del coronel Staufenberg y el resto de secesionistas que intentaron derrocar el régimen nazi desde dentro. Ni tampoco escribiré una sola de estas líneas con afán historicista. Hablo de cine, y al respecto de Walkyrie, puedo decir dos cosas: una, que la denominada “Operación Valkiria” es una inmejorable material de partida para un relato cinematográfico (por introducir una singular variación en la tradición de películas que hablan sobre la Resistencia, sin duda una de las variantes genéricas del cine bélico más transitadas); y, dos, que, tanto si se trata de una reproducción fiel de unos acontecimientos como si incorpora licencias que rayan en la política-ficción, el filme se revela como un más que atractivo ejercicio cinematográfico. Así que me permito cerrar la aseveración inicial: cuando vemos una película, ¿qué rayos nos importa si está o no basada en hechos reales? A mí, no mucho, se lo aseguro. Porque lo que está más que claro es que eso, el estar “basada en hechos reales”, no convierte a una película en mejor o peor. Todo lo contrario.

 

Sobriedad

 

A Bryan Singer se le colgó la reverente etiqueta de énfant terrible del cine americano con The Usual Suspects, su primera película en Hollywood, crédito que llegó a acrecentarse con Apt Pupil (para mí, más bien mediocre adaptación de un buen relato de Stephen King) y sobretodo con las dos primeras entregas de la saga superheroica de la Patrulla X (las vibrantes X-Men y X-Men 2). Sin embargo, su prestigio empezó a tambalearse tras el semi-fracaso de su obra más ambiciosa, Superman Returns. Ciertos excesos e irregularidades argumentales (unidas a cierta malevolencia de parte de la crítica, creo yo) anularon las (muchas) virtudes escenográficas que atesoraba aquel remake de la película de Richard Donner. No sé si Singer fue sensible a las críticas cuando decidió embarcarse en el proyecto de Walkyrie, pero lo que es evidente es que el filme rompe muchos moldes que venían dando la medida del estilo del realizador (aunque no la principal: su habilidad como storyteller), por lo que podemos hablar de título clave en la evolución de su filmografía. Quien más quien menos podía esperar que el filme convirtiera a Cruise (amén de protagonista, coproductor) en un héroe de hiperbólicos atributos, que las imágenes estuvieran saturadas de acción e infografía de primer orden, y que, en fin, esa cierta rimbombancia característica de los grandes proyectos del cine mainstream actual atravesara toda la historia. Sin duda que no es así. Walkyrie es una película que no contiene una sola secuencia acomodaticia, de hecho debería definirse principalmente con un epíteto: sobriedad. Sobriedad con mayúsculas, parangonable, por ejemplo, a la más o menos contemporánea Downfall de Olivier Hirshbriegel, que nos situaba en idéntico contexto para relatar los últimos días de vida del führer. Sobriedad para marcar distancias con los cánones del (sub)género. Sobriedad en la definición del relato, que no pretende en ningún momento desentrañar lo complejo con subterfugios. Tras el corto, virulento y magnífico prólogo, el espectador puede pensar que al filme le cuesta arrancar, y ello se debe a que no se espera que la narración transcurra por los derroteros en que lo hace, no se espera que la aparición de la acción esté tan demorada (y después, tan mesurada), y que por tanto la fuerza de la narración haya que buscarla en otros frentes.  Christopher Mc Quarrie y Nathan Alexander se toman su tiempo y muchas molestias para describir el organigrama de la alta jerarquía político-militar nazi, para trazar las relaciones que se establecen entre los diversos personajes en liza, para construir eso que damos en llamar (y que el cine comercial suele desbaratar) la congruencia del relato, todo ello incluyendo las precisas pinceladas en el retrato de los personajes para encauzar el nudo y desenlace de la función. Por ello, Walkyrie es una obra más o menos interesante en su planteamiento, y que, conforme transcurren los minutos, va volviéndose más y más apasionante.

 

Amargo deber

 

Aunque –como casi siempre en Hollywood- el encourage está de lo más cuidado, Singer no suelta las riendas del relato para vestir imágenes megalómanas, consciente de que su historia, la de un complot urdido en la sombra y ejecutado en un círculo íntimo, no las precisa. El realizador concentra todos sus esfuerzos en dar concisión visual a esa cierta densidad narrativa presente en el libreto, habilita el dinamismo merced de un virtuoso montaje, genera los precisos mecanismos de tensión que dan carta de naturaleza a la historia, construye una atmósfera. Magnífico contrapunto de los a menudo ejemplares diálogos, la cámara se mueve celerosa por los pasillos, recorre distancias de miradas en las reuniones de oficiales, va levantando acta de palabras y silencios con apariencia de impenetrables, va fijando la atención en los diversos microescenarios/personajes secundarios que más adelante serán decisivos (la oficina de transcripción, el cuartel del ejército en la reserva y su mandamás, etc). Y si he hablado de sobriedad, ésta se viste en imágenes de un tono que atraviesa toda la película y que algo tiene de lúgubre y de pesimista: en el fondo, Walkyrie nos habla de unos hombres arrojados a una situación límite, unos altos rangos del ejército que inicialmente creyeron en el proyecto de Hitler pero que ahora ya han descubierto que el final trágico es inevitable, y por el bien de su país (o de lo que fue de él tras la guerra), toman/ejecutan una decisión drástica. Estamos en 1944, y la derrota se masca durante todo el metraje. Si la misión triunfa, si Hitler muere, el nuevo gobierno tratará de negociar una rendición, pero nada más. Será una clase atenuada de derrota. Singer tiene todo ello bien presente a la hora de construir la atmósfera a que antes me refería, y no hace concesiones: atiéndase sino a las escenas “familiares” de Stauffenberg, sólo dos y bien cortas, la primera en la que la estampa de familia feliz se quiebra cuando se produce el toque de queda y deben recluirse en el sótano –oímos el estruendo de las bombas a la par que Wagner sonando en una gramola-, la segunda en la que el coronel se despide de su esposa con un sentido beso mientras escuchamos el atronador sonido de las máquinas de escribir que van transcribiendo los mensajes cifrados. La necesidad o el deber por encima de la devoción. Y una necesidad acuciante. Y un deber muy amargo. La secuencia climática, la del atentado, está resuelta con vigor y mucho esmero en lo formal (Hitler se detiene, se hace el silencio, sus dedos repiquetean sobre la mesa…), y con una habilidosa cesión a lo subjetivo: la imagen de la explosión apenas dura un segundo, y nuestra percepción coincide con la de Staufenberg al decidir que el führer tiene que haber muerto. El posterior levantamiento del velo iguala esa subjetividad: sólo estamos seguros de que Hitler ha sobrevivido cuando el coronel interpretado por Tom Cruise lo asume. Tras ese vibrante clímax, sólo queda la desarticulación del complot, y la ejecución de los conspiradores. Y ni siquiera aquí Singer abandona la sobriedad, por mucho que cuele una imagen, la del soldado fiel que se interpone entre el coronel y las balas del pelotón de ejecución, que nos habla del sentido del patriotismo y de la fidelidad. Pero eso, además de ser congruente con la historia, no supone una concesión: sólo hay que esperar quince segundos más para escuchar otra atronadora salva, ésta sin margen de error, rodada sin ralentí, la cámara mostrando un cuadro panorámico. Un grito quebrado, y el final.

http://www.imdb.com/title/tt0985699/

http://valkyrie.unitedartists.com/

Todas las imágenes pertenecen a sus autores.

Deja un comentario