GÉNOVA

Génova

Director: Michael Winterbottom.

Guión: Laurence Coriat y Michael Winterbottom

Intérpretes: Colin Firth, Catherine Keener, Hope Davis, Perla Haney-Jardine, Willa Holland, Monica Benatti.

Música: Melissa Parmenter.

Fotografía: Marcel Zyskind

Montaje: Paul Monaghan

EEUU-Italia. 2008. 90 minutos.

 

Versatilidad

 

        Hablar de Michael Winterbottom es hablar de versatilidad, si bien ese epíteto debe ser interpretado de la forma más amplia para referirnos a un realizador que no sólo es capaz de hacer borrón y cuenta nueva en cada nuevo proyecto que afronta, sino que parece necesitar la asunción de esos retos, de esos riesgos, para dar cauce y la medida a/de su talento. El realizador nacido en Blackburn, recordemos, labró su primer prestigio con obras como I want you o With or without you, relatos intimistas, un punto bizarros, de corte televisivo, pero también en incursiones en el cine de época, como Jude, o en el western, con The Claim, emotivo relato sobre los pioneros por el que siento particular apego. Sin embargo, la última de esas obras ya convive en el tiempo con Wonderland, historia minimalista que propone una atractiva introspección lírica sobre la middle-low class londinense, y en la que el realizador ya le concede mucho margen a diversos de sus campos de exploración narrativa. Secundado por su guionista más habitual, Frank Cottrell Boyce (con quien colaboró por primera vez en The Claim), rubrica obras tan dispares como 24 hours party people, una singularísima radiografía musical, Code 46, incursión en el cine de ciencia-ficción de fuerte carga alegórica, o Tristram Shandy: a cock & bull story, libre y feliz adaptación de un clásico inadaptable, The Life and Opinions of Tristram Shandy de Laurence Sterne. Y estas obras se alternan con dos reputados, poderosos y polémicos documentales, In this world y The Road to Guantanamo, con un drama de contexto bélico protagonizado por Angelina Jolie, A mighty heart, y, para aliñar la cosa, con una película erótica titulada Nine Songs. Así que si les digo que esta Génova es una mezcla entre un historia de superación familiar y ghost story, todo ello enmarcado en un viaje al extranjero, que nadie se rasgue las vestiduras. De hecho, quizá en Génova recibimos las primeras pistas de estar materializándose algo que Winterbottom venía apuntando con sutileza desde hacía tiempo: que su afán por la experimentación temática y narrativa busca, esencialmente, liberar los relatos de todo corsé en forma de convención (genérica o no), difuminando o fundiendo patrones diversos (y a priori irreconciliables) en pos de una novedad. Está claro que esa declaración de intenciones se le puede atragantar a más de uno. Más que nada porque a menudo uno pierde sus asideros durante el visionado de películas como esta Génova y otras del realizador. A mí, ciertamente, eso no me molesta. Porque creo que el mayor mérito de Winterbottom, lo que le hace trascender con mucho de ser un mero experimentador, es la capacidad de cohesionar tantos elementos en apariencia disonantes.

 

El Nuevo Mundo

 

        El filme que nos ocupa empieza con una aterradora secuencia en la que una madre y sus dos hijas, Kelly y Mary, viajan en coche y, por culpa de una distracción, sufren un accidente de tráfico (la cámara, que nos venía mostrando exclusivamente el interior del coche y planos cerrados de madre e hijas departiendo tranquilamente, de súbito funde a negro y escuchamos el ruido de la colisión). Sin abandonar ese prólogo, asistimos al funeral de la madre de las niñas, y a otra secuencia en la que el padre, Joe (Colin Firth), le explica a una colega suya que ha decidido cambiar de escenario de vida: abandona su cátedra en Chicago y se marcha a vivir con las niñas a Génova, donde ha encontrado un trabajo. Por corte, cambiamos el tono azulado y la imagen nítida de estas únicas tres escenas en los EEUU por un tono más cálido y desvaído, y la imagen granulada, para mostrarnos unos overlooks de la ciudad del norte de Italia en la que el avión en el que viaja la familia está presta a aterrizar. A esas imágenes se le sobreimpresionan los créditos, de apariencia obsoleta. Y acto seguido conocemos a Barbara (Catherine Keener), vieja amiga de Joe que les hará de guía por los rincones de esta geografía tan nueva para ellos como vetusta desde una perspectiva tanto histórica como escénica: en el primer paseo por sus calles, Barbara les pone en antecedentes de las referencias históricas y culturales, del apogeo de la ciudad en la Baja Edad Media y el Renacimiento, y la cámara inspecciona con ojos desorientados las estrechas calles de los barrios antiguos, sobre los que Barbara advierte que son laberínticos, así que hay que andarse con ojo para no perderse. Así narrado, parece que el viaje a Génova haya desvanecido la terrible premisa inicial de la narración. Sólo lo parece, por supuesto. De hecho, la Vieja Europa es para esa familia americana, su particular Nuevo Mundo. Con todas las connotaciones emocionales que conlleva.

 

Superar la pérdida

 

        De hecho, lo que Génova nos narra, de principio a fin, es el proceso de readaptación emocional de los tres miembros de la familia tras perder al cuarto; el modo diverso en el que su inercia de sentimientos, pensamientos y actos les llevan deambulando por ese nuevo paisaje extraño, paisaje del alma (la pérdida), en una proyección exterior también inédita (los lugares, usos, lengua y gentes genoveses). Y la verdad es que Winterbottom en ningún momento pretenderá aleccionarnos sobre la necesidad de realizar semejante cambio radical en la vida para superar tan trágica pérdida, pero sí que nos contará, con falsa apariencia de lo fragmentado y una lírica a menudo sublimada, el modo concreto en el que cada uno de los miembros de la familia, Joe, Mary y Kelly, atravesarán ese desierto, tampoco para culminar en una curación de las heridas en el sentido enfático al que el cine (no sólo de Hollywood) nos tiene acostumbrados, sino para, simplemente, instalarse, afianzarse en otra rutina distinta (de ahí el último plano del filme, y ese imprevisto corte a negro). Y de hecho, los cimientos de esas nuevas rutinas a muchos podrán parecerles censurables, y por tanto, deducir que la tesis del filme en cualquier caso es negativa (los constantes excesos y escarceos sexuales de Kelly, la hija adolescente; o el romance ligero que Joe va fraguando con su alumna); yo defiendo la exposición diáfana de Winterbottom, porque, sin querer decir que el filme transite por las sendas del realismo, sí que plantea complejidades psicológicas irresolubles, y por tanto reales. Y políticamente incorrectas, por supuesto.

 

Reglas

 

        Winterbottom trabaja por segunda vez en su carrera, tras Wonderland, con el guionista Laurence Coriat, y aunque en apariencia ambos filmes no guarden muchas concomitancias, las hallamos en esa soterrada lírica a que hacía mención, en ese seguir a los personajes en actos cotidianos, mínimos, que, sin embargo, van fijando una descripción minuciosa de estigmas y motivaciones. Como en Wonderland –y de hecho, en los mejores de sus dramas- Winterbottom marca las reglas de la narración en una exposición sobria y lacónica pero llena de magnetismo, y de la que no tarda en extraerse un gran jugo, y que se puntea por mínimos, bien calculados clímax. Importan mucho las repeticiones de rutinas, como las escapadas de Kelly cuando está en clase de piano, los planos que nos muestran a Mary dibujando, la naturaleza franca de las conversaciones de Joe con unos alumnos que parecen sus commendatores. En esas repeticiones importan los lugares de tránsito, sean los planos de esas calles laberínticas y la sensación de ajenidad y peligro que desprenden, o los rincones de las antiguas iglesias y monasterios en los que Mary y Barbara hablan sobre la pérdida de la madre de la pequeña.

 

Trágico tráfico

 

        La velocidad, el meollo de la tragedia, se convierte en el leit-motiv de los procesos de adaptación de las dos niñas. Por un lado de Kelly, en esos planos que muestran sus viajes nocturnos de paquete en una moto –o acompañante en un coche- conducida/o por un adolescente tan colocado como ella (la cámara muestra primeros planos de la chica observando ese peligro en la calzada que el vehículo devora, quien sabe si desafiando al abismo). Por otro lado, en el caso de Mary, la velocidad y los peligros del tráfico se hacen presentes en la excelente secuencia climática, la que culmina su particular catársis al cerrar la sugerente ghost story que el filme, tan inopinadamente, se había sacado de la manga (de hecho, en las breves secuencias en las que vemos al fantasma de la madre muerta, Winterbottom ensaya interesantes reflexiones sobre la intrusión de lo sobrenatural en la realidad, difuminando las convenciones que separan lo dramático de lo fantástico). En cambio, esas referencias a la amenaza motorizada no atañen a Joe, que no viajaba en el coche accidentado, pero Winterbottom nos regala un soberbio retrato del padecimiento de un padre por sus hijas recurriendo de nuevo a la repetición –cuando espera a Kelly despierto, leyendo en la cocina, cuando consuela a Mary de sus pesadillas- o a muchos, decisivos planos y cortas secuencias que van jalonando la narración y que detallan los retos, problemas, afrentas y también recompensas de un hombre que intenta transmitir, en condiciones pírricas, la receta educativa que sus dos hijas exigen.

http://www.imdb.com/title/tt0791303/

http://www.adn.es/cultura/20090507/NWS-1064-Winterbottom-Genova-abstracto-retrato-filmado.html

http://www.sansebastianfestival.com/es/dossier.php?codigo=560001

Todas las imágenes pertenecen a sus autores.

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