MIENTRAS NUEVA YORK DUERME

While the City Sleeps

Dirección: Fritz Lang

Guión: Casey Robinson, según la novela de Charles Einstein

Intérpretes: Dana Andrews, Rhonda Fleming, George Sanders, Thomas Mitchell, Vincent Price, Sally Forrest,  James Craig, Ida Lupino

Música:  Herschel Burke Gilbert  

Fotografía:  Ernest Laszlo

EEUU. 1956. 109 minutos.

 

Periodismo de sucesos, sucesos del periodismo

¿Quién podía haber más idóneo que el director de M, el vampiro de Dusseldorf  para capturar lo que sucede mientras la ciudad, en este caso norteamericana, duerme? Exactamente un cuarto de siglo después de filmar aquella su primera película sonora, y en una coyuntura profesional bien distinta, Lang volvía a tomar como punto de partida una crónica criminal –la persecución de un asesino, en este caso de bellas mujeres– para trazar un zeitgeist de tiempo y lugar, una radiografía de corte eminentemente sociológico. Utilizando como material de partida la novela The Bloody Spur, escrita poco antes (en 1953) por Charles Einstein, en While the City Sleeps conviven dos líneas argumentales: por un lado, la investigación que lleva a la captura del asesino psicópata; por el otro, las motivaciones de/conflictos entre quienes protagonizan ese pursuit, que no son otros que tres periodistas de alto rango que aspiran a heredar el control de un consorcio mediático tras la muerte de su fundador y antiguo capitoste. La segunda de esas líneas narrativas devora rotundamente a la primera, encauzando ese comentario sociológico que se halla en la propia esencia de la obra, y que nos presenta un bastante deprimente –por mucho que utilice algunas convenciones, incluido el happy end, a modo de disfraz– cuadro sobre comportamientos sociales y culturales. Y dándole concreción a lo anterior, el filme nos habla de arquitecturas empresariales relacionadas con los mass-media. Pero a diferencia de muchas otras películas sobre periodismo tanto o más célebres que la que nos ocupa –desde Luna nueva de Howard Hawks y su remake, Primera plana, de Billy Wilder, a El gran carnaval, también de Wilder–, que suelen presentar una descarnada visión de los excesos depredadores de cierta prensa que viste el amarillismo con el respetable título de “periodismo de investigación”, la nota específica de este ácido y desencantado retrato viene condensada según otros parámetros, las razones de esa coda arribista en el juego de sucesión empresarial. Y a poco de fijarse, While the City Sleeps se hace eco de una nueva y ampliada versión de esos mass-media, las nuevas formulas de comunicación, hacia lo global, que caracterizaron los nuevos imperios del cuarto poder sobretodo desde el advenimiento de la televisión. De tal modo, si bien hallo difusa la percepción, subrayada por algunos analistas, de que la obra incide sotto vocce en la denuncia del maccarthysmo, suscribo con énfasis aquellos otros análisis que llaman la atención sobre el parangón que cabe establecer entre la corporación mediática que se halla en el eje de la trama, la Kyne Corporation, y, por ejemplo, la CBS, y deduzco que uno de los engranajes temáticos sobre los que pivota la obra tiene que ver con los resquemores que a Lang le causa esa vocación del control de la comunicación a nivel integral, en las manos de una única corporación, por el potencial totalitario que esa mera definición implica.

 

Noir, al fin y al cabo

Se ha dicho muchas veces y quizá no está de más repetirlo: Fritz Lang fue, entre otras cosas, el maestro indiscutible del cine negro. Y Mientras Nueva York duerme es una enésima prueba de ello, a pesar de la aparente distancia que las piezas formales y definiciones narrativas marcan con las convenciones del noir más reconocibles, pero incidiendo en el espíritu esencial del mismo: la complejidad, rugosidad y sombríos matices en definiciones morales como vía para plasmar una conciencia pesimista en el comentario sobre cuestiones sociales. De hecho, este penúltimo filme americano de Lang comparte con su precedente –Deseos humanos– y subsiguiente –Más allá de la duda– la condición de suerte de recapitulación, si quieren síntesis, si quieren proyección a otras inercias estéticas, de la personalidad y lúcido discurso que Lang dejó impreso, con letras mayúsculas, en el género. Y sentado lo anterior, quizá una aproximación analítica interesante a la película puede pasar por glosar el modo y sentidos en que esos resortes esenciales del cine negro se articulan aquí. Podemos partir de cuestiones de escenografía, como la utilización con tanto sentido de escenarios recurrentes, siempre interiores, en algunos casos de subrepticia vocación claustrofóbica –los salones de los apartamentos, las dependencias de la redacción del periódico o de la comisaría, la barra del bar, la habitación del asesino–, en otras, espacios que sirven al propósito del suspense al mismo tiempo que subrayan en lo dramático situaciones de fragilidad –pienso en los vestíbulos y escaleras, donde se masca cada asesinato, también transitados por algunos de los peones de la Kyne Corporation en sus idas y vueltas sentimentales–, y aún un último de revelación alegórica –que corresponde al clímax: los túneles del metro en los que el personaje encarnado por Dana Andrews persigue al asesino–. La fotografía, responsabilidad de Ernest Laszlo, en B/N y scope, se aleja de los rebatos  expresionistas que cabía hallar en títulos pretéritos afiliados al noir del cineasta, y la propuesta visual, más estilizada y sobria, y que dota de cierto aire documentalista a algunos de los pasajes del filme, nos aleja de los sinos dramáticos en liza, permitiendo observar los a menudo reprochables comportamientos de los diversos personajes con una distancia objetiva que permite la censura.

 

Miserias humanas

Y, ya ocupados en la sustancia dramática, sucede que en esos escenarios y ambientes acaece el horror de un crimen, fruto de la actividad de un psicópata; pero resulta que el filme no sólo le concede una limitada importancia a ese hecho, sino que, de forma harto llamativa, conforme avancen los acontecimientos dará por minimizar, casi trivializar la vis criminal del relato, al concretar la visión de ese asesino como de un sociópata, un desnortado, un paria. Y ello en buena medida acaecerá por oposición y contraste, pues mientras que de aquel joven homicida se nos dice que es incapaz de dominar sus impulsos psicóticos, por contra se va detallando el modo en que el nutrido grupo de personajes que se hallan en el otro lado, en la órbita de la sucesión de poderes en el seno de la corporación mediática, ponen su inteligencia al servicio de la codicia y los intereses egoístas, o en algunos casos dejando aflorar una debilidad y un hartazgo fruto de la conciencia del ambiente viciado en el que les toca vivir. El guion de Casey Robinson presta una atención muy bien balanceada a esos juegos de alianzas y traiciones, y Lang, coadyuvado por la magnífica actuación de los intérpretes (déjenme citar a los ocho implicados: con Andrews, Rhonda Fleming, George Sanders, Thomas Mitchell, Vincent Price, Sally Forrest,  James Craig  e  Ida Lupino), termina rubricando un memorable estudio de personajes en el que se desnudan las miserias de esta nueva clase alta conformada por la guarnición superior del periodismo moderno (el propietario de la corporación, el director del periódico, el presentador televisivo estrella y dos directores comerciales), se concretan los vicios y debilidades que sustentan sus rutinas, sus motivaciones y hasta su statu quo y, en el apunte más aguerrido de la película, se plasma el modo en el que la lucha de sexos arrecia aún con las viejas normas de dependencia (la secretaria de uno de los ejecutivos y a la sazón prometida del presentador) o con otras, que revelan un apoderamiento sucio (la mujer del jefe, que mantiene relaciones con uno de sus subordinados y conspira cual moderna Lady Macbeth) acorde con las reglas de este juego de roles en el que se imponen las falsas apariencias. Como antes mencionaba, las servidumbres a ciertas ortodoxias en el devenir de la trama y el recurso a un cierre optimista no pueden, ni deben, esconder la miga desalentada de esta Mientras Nueva York duerme, que podríamos terminar abreviando en el retrato de dos personajes: el protagonista que encarna Dana Andrews, diríase que loser por vocación sólo redimido por un amor que podemos cuestionar si merece; y la periodista veterana que interpreta Ida Lupino, que a priori diríase que utiliza sus armas sexuales con intereses parciales, pero que, tras conocer con mayor profundidad sus actos y los sentimientos que –sólo en algún breve instante- deja entrever, puede llegar a conmovernos precisamente por su insalvable patetismo.

http://www.imdb.es/title/tt0049949/fullcredits

http://www.miradas.net/2006/n48/estudio/whenthecitysleeps.html

http://www.classicfilmguide.com/indexd5b3.html

http://www.dvdbeaver.com/film3/dvd_reviews52/while_the_city_sleeps.htm

http://cinesinorillas.blogspot.com/2011/09/mientras-duerme-nueva-york.html

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