PONYO EN EL ACANTILADO

Gake no ue no Ponyo

Director: Hayao Miyazaki

Guión: Hayao Miyazaki

Intérpretes (voces): Yuria Nara, Hiroki Doi, Joji Tokoro, Tomoko Yamaguchi, Yuki Amami, Kazushige Nagashima

Musica: Joe Hisaishi

Fotografía: Atsushi Okui

Montaje: Hayao Miyazaki y Takeshi Seyama

Japón. 2008. 100 minutos.

 

Legado

 

Aunque Hayao Miyazaki sólo cuenta con sesenta y ocho años de edad, cabe más bien imaginarle como un ancianito venerable del tipo que él mismo dibuja. Al ilustrador, dibujante de cómics y productor de dibujos animados japonés, le debemos algunos de los títulos de cine animado más inolvidables de los últimos años, tales como El viaje de Chihiro, La princesa Mononoke, El castillo ambulante o la obra que aquí nos ocupa. Le debemos ese torrente esplendoroso de imágenes y luces que edifican su obra más allá de los límites de la exuberancia, esa imaginería tan reconocible, tan cálida y entrañable en el dibujo, y también esas infinitas líneas de sugerencia que dan rienda a lo alegórico tanto como a la lírica. Le debemos eso, venerarlo por poseer el talento de seguir manufacturando tan impagables y bellos relatos con técnicas artesanales y la inteligencia para saber vender esos productos en condiciones cada vez más adversas, utilizando su prestigio del único modo que debe hacerse: para retroalimentarlo con ningunas otras armas que la personalidad y la fuerza expresiva. Realmente, el mayor legado de Miyazaki es la demostración plausible de que, priorizando el resultado cinematográfico, no existe necesidad alguna de abandonar y suplantar las tradicionales técnicas artesanales por las modernas técnicas aplicadas a la animación. Y no estoy diciendo que esté en contra del progreso técnico, pero sí de las fórmulas adocenadas, nada más que anecdóticas, que a menudo éste propugna. Y también que lamento que esos patrones añejos a los que Miyazaki continúa extrayendo máximos réditos estén siendo engullidos a marchas forzadas por la inercia de ese progreso vertiginoso, prueba de lo cual la tenemos visionando películas como esta Ponyo en el acantilado y sentirnos invadidos por una indefinible sensación de nostalgia.

 

El joven y el mar

 

Podemos decir que con esta Ponyo en el acantilado Miyazaki ha rubricado una historia, que no película, menor a sus célebres precedentes inmediatos, El viaje de Chihiro y El castillo ambulante, menor en el sentido de la propia vocación narrativa, que no pretende abrazar tan vastos territorios temáticos como los que abonaban los mesmerizantes paisajes de aquellos dos relatos. Aquí, el grueso de la historia transcurre en un microcosmos, un pequeño pueblecito costero, y se centra casi exclusivamente en la sencilla premisa -una bella historia de amor nacida entre un niño y un(a) pez con vocación de convertirse en humana-, aunque para ello tenga a bien abrir las compuertas de un nutrido contexto fantástico, que, como siempre, lleva incorporado en su imaginería propia no pocos rastros de su mitología propia (las fuerzas y espíritus que viven en el fondo marino, y que en cierto modo se erigen como puentes entre la humanidad y la naturaleza, velando –mediante fórmulas alquímicas inexcrutables- por el sostenimiento de un ecosistema perdurable). Vemos fácilmente que la alegoría que raíla la fantasía se encuadra en términos ecológicos, si bien ese interés primordial que atraviesa todo el relato también deja margen a muchas otras anotaciones referidas a la amistad, a las relaciones paternofiliales, al poder de la imaginación como patrimonio de los niños, y, pensando que esas ancianitas que aparecen en diversos pasajes narrativos son algo más que meras comparsas, a ciertas acotaciones sobre la vejez como reflejo especular de esa infancia.

 

El peligro y la magia

 

Miyazaki marca sus credenciales desde el mismo prólogo de la función, y los diez primeros minutos no merecen otra calificación que antológicos: sin escuchar una sola palabra, la cámara nos acerca y muestra el inaudito reducto submarino en el que labora Fujimoto; la riqueza y eclosión colorida y el inagotable detalle descriptivo se conjugan con una majestuosa pieza simfónica –compuesta por Joe Hisaishi- que enfatiza la beatitud al mismo tiempo que la opulencia visual, abrazando todo ello, con rotunda capacidad expresiva, la principal baza alegórica de la película: el virtuoso equilibrio natural. Poco después, en la secuencia en la que Ponyo está llegando a la costa y es virtualmente devorado por un barco basurero, Miyazaki nos muestra el contraste de aquel previo equilibrio: las redes del barco acumulan toda suerte de despojos que se hallan en el fondo marino, pero además, la recolección es indiscriminada, por lo que muchos peces también son tragados por esa succión (el mismo Ponyo, detalle revelador, queda aprisionado en el interior de un bote de cristal, del que sólo podrá liberarse con la inestimable ayuda de Sosuke). Tras la presentación de personajes y espacios se dirime el gran clímax central, la formidable tormenta que asola el pueblecito y lo aniega casi todo, pasaje en el que destaca principalmente la trepidante secuencia en la que Sosuke y su madre, circulando en coche por la carretera del acantilado, son desafiados por ciclópeas olas marinas: a la sensación de peligro se le anuda, cómo no, la magia: Sosuke puede ver esas olas como lo que son, enormes peces de agua deslizándose invadiendo la tierra, y llevando en volandas a la niña-pez. Tras aquella tormenta que lo aniega todo, y encarando el último tercio de metraje, Miyazaki habilita las más precisas y brillantes fórmulas visuales para enunciar la culminación de esta historia, esta confusión entre dos mundos opuestos, tierra firme y el mar, como realidad y fantasía: las diversas secuencias finales transcurren en los mismos espacios terrestres de siempre, pero ahora sumergidos, y Susuke, y su madre, y las ancianitas, poseen el don de moverse libremente por ese mundo submarino con la misma naturalidad de siempre –más en el caso de las ancianas-; aunque, si me dan a escoger, prefiero la ilustración contenida en las secuencias en las que Sosuke y Ponyo atraviesan la superficie del mar con una pequeña barca, siguiendo idéntico trayecto al de la carretera ahora sumergida, que la cámara nos muestra, en picado, cual nítido fondo marino, bajo la embarcación conducida por los dos pequeños.

http://www.imdb.com/title/tt0876563/

http://www.ponyoenelacantilado.com/

http://www.blogdecine.com/cine-animacion/ponyo-en-el-acantilado-el-encanto-de-la-nina-pez

Todas las imágenes pertenecen a sus autores.

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