DODES’KA-DEN

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Dodes’ka-den

Director: Akira Kurosawa.

Guión: Akira Kurosawa, Hideo Oguni y Shinobu Hashimoto,

Según la novela de Shûgorô Yamamoto

 Intérpretes: Yoshitaka Zushi, Kin Sugai, Toshiyuki Tonomura, Shinsuke Minami, Yûko Kusunoki, Junzaburô Ban, Kiyoko Tange

Música: Tôru Takemitsu.

Fotografía: Yasumichi Fukuzawa y Takao Saitô

Montaje: Reiko Kaneko

Japón. 1970. 141 minutos.

Sentimientos

 Aunque esta película de curioso título (Dodes’ka-den es una onomatopeya, la del murmullo del tramvía en su traquetear sobre las vías, al menos según la reproduce el adolescente monomaníaco encarnado por Yoshitaka Zuxhi; en España, podríamos haberlo traducido por algo así como “Chuck-chuck”) no se suela citar en las antologías del maestro Kurosawa, se trata de un título que reclama su profunda relevancia en el seno filmográfico del cineasta. Por motivos muy variados. Quizá el más relevante de los cuales, que se trata de la primera obra que Kurosawa filma en color; relevante porque el realizador, gran aficionado a la pintura, se toma muy en serio las posibilidades de exploración que auspicia la fotografía policromática. Pero también es importante subrayar que el cineasta filma Dodes’ka-den en 1970, tras un parón de cinco años tras la realización de Barbarroja (1965), ínterin impensable en un realizador que hasta entonces firmaba una media de una o dos películas por año; distancia temporal que tiene que ver con los problemas de financiación que tuvo Kurosawa para llevar adelante sus proyectos, ello relacionado con diversos problemas personales que le llevarían al borde del suicidio en 1971, dato objetivo que explica el tono melancólico, por momentos ominoso, que impregna la película en la esencia psicológica y espiritual del grupo coral en ella retratado. Otro punto de ruptura, diferencia con respecto la filmografía precedente, intrínsecamente relacionada con esa vis subjetiva que informa el tono, es la más que arriesgada elección tanto de argumentos como de su plasmación visual que atesora la película: El Emperador efectúa su particular aportación a las diversas nociones de modernidad que durante la década de los sesenta del siglo pasado habían ido trufando los círculos cinematográficos (sin ir más lejos, a menudo se cita Dodes’ka-den como “el Ocho y medio de Kurosawa”).

            

La película, rodada en los arrabales de Tokio en veintiocho días, nos trae ciertos ecos de Bajos Fondos, la adaptación de Maximo Gorki firmada por el director doce años atrás. Como en ella, la acción se concentra en un barrio de chabolas de la gran ciudad, donde se hacina la gente pobre, los excluidos sociales. Durante casi dos horas y media, Kurosawa nos refiere asuntos cotidianos, algunas catarsis y algunas tragedias de esos hombres, mujeres y niño la mayoría de los cuales más bien malviven en la periferia. Amén del joven Roku, el joven obsesionado con los tranvías (cuya presencia en la apertura y cierre del relato actúa a modo de declaración de intenciones, alentando lo lírico y lo subjetivo, esas ciertas nociones de realismo mágico que caracterizan algunos segmentos del relato); el mendigo y su hijo, cuya chabola improvisada es un coche desguazado; una joven que trabaja duramente confeccionando flores de papel, bajo la presión de un tío que, amén de despreciarla, abusa sexualmente de ella; dos amigos borrachos que se intercambian su parejas; un hombre solitario, atormentado por un desengaño amoroso, e incapaz de reaccionar a las súplicas de la que había sido su amada…    Kurosawa toma como punto de partida narrativo diversos cuentos recogidos en el libro Ciudad sin estaciones, escrito por Shuguro Yamamoto, autor comprometido con la realidad social de su país y al que el cineasta ya había recurrido en Sanjuro (Tsubaki Sanjuro, 1962) y en Barbarroja. Los personajes de esas obras, o la apreciación de los mismos que efectúa Kurosawa –desconozco el sustrato literario–, están confeccionados primando su simbología, pero que no se engarza tanto en el contenido social –algo que diferencia la obra de la antecedente Bajos Fondos– cuanto en una representación de sentimientos elevados a la potencia simbólica y puestos a examen en profundidad. Algo que sí que ubica la obra en su lugar y coherencia filmográfica del cineasta, esos términos de humanismo, o cabría decir de universalidad, que son el motor de las historias que Kurosawa nos ha legado.

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Lo que de experimental tiene la mirada del director de Nora Inu puede hallarse, más que en el contenido de los retazos de vida que desfilan ante nuestros ojos, en la disposición de los elementos cinematográficos para capturarlos. La película impone una métrica singular, pero tan innegable como digna de encomio, que va acumulando las muchas piezas a partir de una sucesión de cortas secuencias, episódicas, a veces con apariencia de desgajadas, en las que, conjugando la economía descriptiva de los movimientos de cámara con la expresividad en el apartado lumínico y cromático (después nos detendremos en ello), desfilan los diversos personajes para evidenciar sus sentimientos, normalmente revelados más por actitudes y roles relacionales que por el contenido literal de sus palabras. Ese esmero descriptivo, tan lleno de matices psicológicos como de apuntes líricos (algo, por otra parte, enriquecido con la excelsa dirección de actores), se recoge en un tono que algo tiene de ritual y que acaba casando en un todo homogéneo, dando cabida a una extraordinaria estampa viva, que de lo psicológico deriva en lo sentimental y lo espiritual, que acaba caracterizándose por el pesimismo, o, a lo sumo, una visión estoica de la existencia, toda vez que si algo reúne en el discurso de la película a todos los personajes es el hecho de que todos ellos, sean conscientes o no de ello, cargan con el formidable peso de su existencia pasada, el peso de sueños inalcanzables o recuerdos que van volviéndose ominosos, el peso de errores y debilidades, máculos del espíritu que descompensan la balanza de las relaciones humanas, a menudo al precio del dolor. No es de extrañar que en semejante paisaje humano, los únicos personajes no maculados sean el joven al que llaman “loco del tranvía” y el niño, la imagen de una inocencia que, incluso antes de agotarse –las penosas expediciones del menor buscando comida–, es aniquilada brutalmente.

 Hay quien considera demasiado retórica la utilización expresiva que Kurosawa efectúa del color en esta obra (quizá obviando que la película marca el punto de partida al impar estudio de lo cromático que caracterizará el devenir filmográfico del cineasta, pudiendo hallar en Dodes’ka-den el primer ensayo de lo posteriormente postulado en títulos como Kagemusha o Los Sueños de Akira Kurosawa). Para quien esto suscribe, la arriesgada apuesta del cineasta demuestra varias cosas: primero, el profundo conocimiento de lo pictórico que atesoraba el director; segundo, en relación con lo anterior, la avidez por proyectar esa sapiencia en el medio cinematográfico, y explorar a fondo posibilidades estéticas inéditas; y tercero, también consecuentemente, la percepción que tenía Kurosawa de que ese elemento, el de la utilización del color con un sentido concreto, podía redundar en lo que él llamaba “la belleza cinemática”, la intrínseca al lenguaje cinematográfico, una emoción que sólo esta disciplina artística puede entregar. De este modo, el cineasta se toma muchas molestias por dotar al color, y también a las texturas, de un sentido expresivo de primer orden, que además se modula mixturando los ciclos de luz del día con la temperatura sentimental puesta en liza narrativa. Kurosawa enciende literalmente los escenarios, los exacerba, los vuelve febriles, en ocasiones derivando hacia lo onírico, en otras convirtiendo en aplastante el peso de la cruda realidad –v.gr. plano de la joven caminando contra un muro de grava ocre, cuando acaba de descubrir que está embarazada de su tío–. El resultado en imágenes es soberbio, y por sí solo considerado ya merecería el visionado de la película. Pocas veces un espacio, físico y espiritual, tan degradado ha sido plasmado con tanta luz, color, matices. Apasionamiento.

http://www.imdb.com/title/tt0065649/

http://www.miradas.net/0204/estudios/2004/06_akurosawa/dodeskaden.html

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