HOUSE BY THE RIVER

House by the River

Director: Fritz Lang

Guión: Mel Dinelli, según una novela de A.P. Herbert

Intérpretes: Louis Hayward, Jane Wyatt, Lee Bowman, Dorothy Patrick, Ann Shoemaker, Jody Gilbert, Sarah Padden, Peter Brocco 

Música: George Antheil

Fotografía: Edward Cronjager

EEUU. 1950. 99 minutos

 

Reivindicar, aún, a Lang

Por tratarse de un título del maestro Fritz Lang que se halló durante mucho tiempo fuera de circulación –véase al respecto las muy ilustrativas explicaciones que efectúa del periplo de la película Pierre Rissient en un extra de la edición en DVD de la película de Avalon, Colección Filmoteca Fnac–, House by the River ostenta hoy cierto prestigio añadido que no seré yo quien le desmienta, pues, como sucede con todas las películas de Lang, me parece una obra muy reivindicable y llena de elementos sugerentes y dignos de pormenorizado análisis. Todo lo anterior, o añadir la constancia de una muy meritoria labor fotográfica con la nocturnidad por parte del operador lumínico Edward Cronjager, tampoco debiera llevarnos a decir que se trata de una de las películas mayores del cineasta, ni tampoco –de ahí la referencia a la fotografía– que contenga un eco tardío del cine de raíz expresionista del realizador. House by the River fue realizado por Lang con un modesto presupuesto, y sin ningún exponente destacado del star-system, para la Republic –una productora del poverty row– poco después de filmar Secreto tras la puerta, 1948, en lo que muchos analistas han visto un intento por parte del cineasta vienés de librarse de los constreñimientos creativos del cine mainstream. Tampoco la película protagonizada por Joan Bennett –con la que la que aquí nos ocupa guarda algunas concomitancias interesantes– se contaría entre los mejores títulos de tan excelsa filmografía, pero sí en cambio otros del ciclo noir que los precedieron (La mujer del cuadro, 1944, y Perversidad,  1945) y que le sucedieron en la década de los cincuenta.

 

Volviendo a los oscuros rincones de la psique

De hecho, House by the River, que parte de un libreto de Mel Dinelli que adapta una novela del escritor británico A.P. Herbert, contiene diversos elementos de crónica criminal en su esencia narrativa, pero se hacen específicos merced de su ubicación en los parámetros –muy marcados, a poco de pensarlo– del relato de tintes góticos. En ese superficie, en ese retrato íntimo y de corte enfermizo en el seno de un núcleo familiar de la alta burguesía de un lugar apartado de la urbe, aparecen en efecto las concomitancias con Secreto tras la puerta, y en el territorio de la ilustración de turbias pulsiones psicológicas hallamos también parangones con las dos citadas obras protagonizadas por Edward G. Robinson. Sin embargo, el menor calado de las mismas –no confundir con su a menudo fascinante plasmación visual: pienso por ejemplo en el rostro enajenado de Louis Hayward cuando se mira al espejo, antes de que su mujer repita la secuencia de descender las escaleras que, poco antes, había terminado de forma tan funesta, o en las maravillosas secuencias nocturnas en las que lo vemos navegando con su bote por el río en busca del saco que ha visto emerger a la superficie- tienen que ver precisamente con la mucho menor aspiración de profundidad, algo que, dicho de otra y más sencilla forma, se marca en la distancia entre la imposibilidad de un juicio moral sobre los actos de  Edward G. Robinson en las dos películas en oposición a la inequívoca condición de villano que acaba definiendo a Stephen, el personaje encarnado por el citado Louis Hayward. Probablemente la más interesante de las ideas que en ese apartado nos presenta House by the River (y que, no por azar, merece el último plano de la película) tenga que ver con el simple enunciado de la relación entre los actos depravados de ese protagonista y su creatividad plasmada en una novela; otra vez, como en Perversidad, aparece el arte como reflejo de los oscuros rincones de la psique; el psicópata afianza su condición al volcarse en la escritura de ese su relato –que detalla sus infames actos, y por tanto servirá como declaración de culpabilidad–; el autor cada vez más convencido de su genialidad, y cada vez más solo (atiéndase que, si en un principio, escribe en el jardín, en los últimos compases ya lo vemos encerrado en su estudio; atiéndase también al modo en que maltrata de palabra a su mujer, Marjorie –Jane Wyatt-, cada vez que se siente interrumpido en su trabajo, que, por otro lado, tan celosamente guarda; y atiéndase, ya como punto cínico de la función, que en una secuencia también sea interrumpido por un agente de la ley, y el hecho de que le haga esperar unos instantes… mientras hace ver que termina un párrafo).

 

Crucifixión pública, enfrentamiento  privado

Del relato escrito por Dinelli (cuyo nivel de fidelidad a la novela de A.P. Herbert desconozco), Lang parece acabar prestando más atención al elemento al principio soterrado de la relación entre Marjorie y el hermano de Stephen, el tullido John (Lee Bowman), una inclinación amorosa que la trama convierte en lícita por razón de la maldad de Stephen, pero que sirve para trazar un inspirado retrato de las asfixiantes costuras sociales de ese microcosmos rural –la presencia e importancia en la historia de diversas asistentas así lo atestigua, algo que culmina de forma certera en la descripción de lo que sucede en la vista de la investigación del asesinato- que terminará desaguando en un tema muy recurrente en el cine de Lang desde los tiempos de M el vampiro de Düsseldorf, cual es la crucifixión social a la que es sometido un hombre inocente por razón de las meras conjeturas de un vox populi ávido de carnaza pública y que termina incitada al odio y a la violencia –John pierde a sus clientes, los niños tiran piedras a su casa (sic)-. La robustez del relato en su último tercio radica en el yuxtapuesto crescendo destructor entre lo sostenido en las apariencias/la presión social y el enfrentamiento ya abierto entre Stephen y su esposa y hermano; en el segundo de estos apartados Lang nos depara una serie de inolvidables secuencias, probablemente la mejor de las cuales aquélla en la que juega con el espacio escénico para aislar a Stephen y a Marjorie, cada uno de ellos en una parcela de la casa, filmando en ambas direcciones el pasillo que los separa y que el primero recorre antes y después de tener una conversación que marca el definitivo point of no return a sus relaciones. Tras tan soberbia y elocuente plasmación cinematográfica del odio y desprecio mutuos, casi queda la sensación de que lo que queda por suceder es enfático, más, incluso, (otra vez como en  Secreto tras la puerta) que la solución feliz in extremis es una burda impostura del hálito maldito tan bien zanjado en imágenes en la antesala de esa última secuencia.

http://www.imdb.com/title/tt0042579/

 http://www.miradas.net/2006/n47/estudio/housebytheriver.html

http://www.bfi.org.uk/features/lang/

Todas las imágenes pertenecen a sus autores

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