EL CABALLERO OSCURO

 

The Dark Knight

Director: Christopher Nolan.

Guión:Christopher y Jonathan Nolan, basado en una

 historia escrita por el primero y David S. Goyer

y en caracteres creados por Bob Crane.

Intérpretes: Christian Bale, Heath Ledger, Aaron Eckhart, Michael Caine, Maggie Gyllenhaal, Morgan Freeman.

Música: Hans Zimmer y James Newton Howard.

Fotografía: Wally Pfister

EEUU. 2008. 152 minutos.

 

¿Ceremonia de la confusión?

 

Para el que suscribe estas líneas, es difícil escribir una crítica centrada sobre una película como ésta, que ha suscitado tanto revuelo entre la crítica internacional, con opiniones absolutamente encendidas a favor y en contra… ¿Cómo puede una película con tantos fallos marcarse con tanta fuerza en el subconsciente del espectador? ¿Qué tiene esta película que permanece incólume en la retina, pese a sus evidentes carencias? La respuesta no es fácil. El caballero oscuro es una película trepidante (a veces demasiado), larga, a menudo confusa y quizás excesivamente discursiva. Sin embargo, su ambición y sus múltiples momentos brillantes invitan a pensar que esa confusión a la que hacía referencia (sobretodo viniendo del director más cerebral, junto a Shyamalan, de todos los que pueblan el cine comercial norteamericano de hoy en día, el británico Christopher Nolan) es deliberada. ¿Quizás la contundencia del discurso invitó a su director a montar la película de una manera conscientemente atropellada, como para crear una cierta pantalla de ruído sobre la radicalidad del mensaje? Es posible. Lo cierto es que la nueva entrega de Batman me despierta una serie de sentimientos tan contradictorios que me resulta casi imposible realizar una crítica objetiva. Tal es la complejidad (a todos los niveles) y el tamaño de la película.

 

 

Un guión complejo

 

 En cuanto a los defectos, quizás el más importante sea la complejidad del guión, estructurado (milimétricamente, como es costumbre en los guiones que Christopher Nolan firma con su hermano Jonathan) sobre la existencia de una serie de subtramas que se van hilvanando progresivamente entre ellas, sucediéndose a un ritmo tan vertiginoso que a menudo cuesta seguirlas, y que dejan poco espacio para respirar a la película y a los personajes. Esa excesiva, a mi entender, celeridad en la trama tiene dos consecuencias: por un lado,el argumento es difícil de seguir, creando situaciones que a primera vista pueden resultar incongruentes (sólo recapacitando sobre las mismas se les puede encontrar algún sentido); por otro, se crea cierta distancia entre los personajes y el espectador, de manera que la película puede pecar de cierta falta de empatía, sobretodo en su tramo final. Ese atropellamiento llega a su punto álgido en los tres cuartos de hora finales, donde un momento emocionalmente álgido para un personaje fundamental se ve hasta cierto punto diluido por un montaje en paralelo con una escena de acción perfectamente prescindible desde un punto de vista dramático, para culminar, casi sin solución de continuidad, en el clímax de la película, un gran showdown a tres bandas, también montado en paralelo, que resulta incluso más confuso. Sin embargo, estas aseveraciones tampoco son absolutas. Por ejemplo, la densidad de la trama tiene su recompensa: la ciudad de Gotham (más concretamente, sus habitantes) se convierte en un personaje más de la película, evolucionando a medida que avanza su metraje y sometiéndose a una serie de disquisiciones morales que cuando menos pueden crear cierto malestar en el espectador. La película consigue ser épica y al mismo tiempo opresiva. Incluso las tres escenas de acción principales, que marcan los cambios de acto en la película, parecen acentuar la evolución dramática de la ciudad y de Batman, que sigue siendo el personaje principal y el motor de la acción pese a ocupar bastante menos tiempo en pantalla: la primera escena de acción, una espectacular misión de rescate rodada en Hong Kong, marca el triunfo del señor de la noche, y por tanto, del orden, del «bien» en términos absolutos… dado que el Joker, portador de la locura y el caos, todavía no ha entrado en escena. La segunda, un duelo con el Joker que acaba en tablas (con la reaparición a primera vista incongruente de un personaje que se creía desaparecido), deja claro que los métodos habituales de Batman (precisamente, su única regla: Batman no mata) son insuficientes para parar al payaso maniático excepcionalmente interpretado por Heath Ledger, y la tercera (otro enfrentamiento entre Batman y el Joker) evidencia que el cruzado enmascarado debe adoptar medios cuanto menos discutibles para acabar con su enemigo. Adicionalmente, esta última secuencia se alterna con otra subtrama, protagonizada por los ciudadanos de Gotham, a los que el Joker somete a la prueba moral definitiva, de resultados a primera vista políticamente correctos. Nada más lejos de la realidad: esta catarsis moral (tanto la de Batman como la de los ciudadanos de Gotham) marca en la película un discurso desalentador, mucho más ambiguo que lo que se destila en el cine de superhéroes actual, y en línea con el discurso deconstructivista del género superheroico tan de moda en el cómic americano de los años 80 (Frank Miller, Alan Moore y Grant Morrison son claros ejemplos): en una era consumida por el caos, el orden, la decencia, los valores morales, no pueden permanecer impolutos. El mal deforma el bien, y no siempre para mejor. Un ejemplo de lo anterior es lo que le ocurre al personaje de Harvey Dent. El fiscal del distrito se convierte, involuntariamente, en el catalizador de la rivalidad entre Batman y el Joker. Aaron Eckhart, perfecto en su papel, es el ideal clásico del héroe americano: guapo, rubio, alto, con un toque majestuoso y al mismo tiempo sencillo, un Robert Redford para las nuevas generaciones. Al principio de la película, Batman intenta manipularle, utilizarle para sus propios fines (fines en principio altruistas, pero en realidad absolutamente egoistas: «Bruce nunca dejará de ser Batman», le dice Rachel Dawes a Alfred Pennyworth en un determinado momento de la película. «Lo necesita demasiado»). El Joker, posteriormente y aprovechándose de una gran tragedia personal, le invita a sumarse al lado oscuro («Volverse loco es como caerse: sólo necesitas un pequeño empujón», le dice a Batman). Dent es, en suma, el alma de Gotham, el premio, tanto para un lado de la moneda (Batman) como para el otro (el Joker)… y, al final, sólo el azar puede dirimir con cuál de los dos quedarse.

 

 

Nolanianas

 

La metamorfosis de Dent, si bien puede argumentarse como demasiado forzada, es, sin embargo, el aspecto más subversivo y trágico de la película, además de una muestra evidente de la personalidad de su director (Dent no deja de ser el prototípico antihéroe Nolaniano, enviado irremediablemente hacia la locura a causa de una tragedia personal que no puede olvidar, como el Leonard de Memento, el Will Dormer de Insomnio, el Robert Algiers de El truco final o el propio Bruce Wayne de Batman Begins). En este sentido, El caballero oscuro no deja de ser una muestra más (quizás la más hipertrófica e imperfecta, pero también -quizás por eso mismo- la más apasionante) del sentido del cine de Christopher Nolan: parafraseando a Hitchcock, para el joven director británico los personajes, y no los actores, son como ganado: meros receptáculos para expresar las hondas reflexiones intelectuales y éticas que le fascinan (la venganza, la muerte, la soledad, la imposibilidad de la memoria, la obsesión). Como en El prestigio, en Following, en Insomnia o en Memento, los personajes se ven impulsados por esas tentaciones insondables, incapaces de reaccionar ante ellas, volviéndose por ello meros receptáculos de la acción, que se confunde con la propia caracterización de dichos personajes por la fuerza del discurso de Nolan. Dicho discurso se aprovecha del género superheroico para dotar a la trama de ciertas resonancias míticas, mediante la identificación de los personajes principales con valores absolutos (Batman= Orden, Joker= Caos), valores que se encuentran matizados por el substrato común a ambos personajes: la locura. Que el director inglés haya conseguido una de sus películas más personales, aterradoras e intensas en el marco del cine de Hollywood más comercial es loable, y demuestra su calidad de una manera clara.

 

 

Escenografía

 

 Y por supuesto no podría despedir esta crítica sin una referencia al impactante estilo visual de Nolan (ayudado por artistas tan capaces como Wally Pfister -fenomenal director de fotografía- o Hans Zimmer y James Newton Howard -que firman una banda sonora rompedora, exhuberante pero sombría, épica pero intimista-), capaz de planificar escenas tan increibles como el atraco del principio de la película, la lucha de Batman con unos perros que parecen surgidos, como la propia Gotham, del infierno, o el interrogatorio de Batman al Joker, de una extraordinaria intensidad, alternadas con escenas de carácter más intimista que, aunque siendo escasas, gozan de una delicada brillantez: Alfred Pennyworth (magistralmente interpretado, como siempre, por Michael Caine) quemando la carta de despedida enviada por Rachel Dawes, o el sencillamente fenomenal epílogo, con una trascendencia épica deudora tanto de Raíces Profundas como de El hombre que mató a Liberty Valance, que consigue dejar en el espectador una huella indeleble, incluso en el que suscribe estas líneas, que se pasó las dos horas y media que dura la película preguntándose si todo el jaleo merecía realmente la pena.  Evidentemente, la merece.

Alvaro Sanmartín

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Dualidades

 

El Bien y el Mal (o más bien, como atinadamente proponía Alvaro Sanmartín, el Orden y el Caos). Vivir o Morir. Cara o Cruz. Bruce Wayne o Batman. El Caballero Blanco o el Caballero Oscuro. Dualidades. A veces podemos elegir; en otros casos no se trata de eso, el azar decide por nosotros (el azar, o cuestiones referidas a la psicología, a la sociología, o a las normas no escritas de convivencia social); y en otros casos, hay que convivir con la ambivalencia… Aprovechando que tenía que hacer una película sobre Batman, y tomando como punto de partida algunos de los mejores textos –y personajes- que sobre el superhéroe se han publicado durante los últimos años en formato de cómic (principalmente, La Broma Asesina de Alan Moore y El Largo Halloween de Jeph Loeb), Christopher Nolan nos habla de esas dualidades durante dos horas y media, en cierto sentido extendiendo algunas de las tesis que conformaban su previa y también magistral The Prestige. Dualidad en los planteamientos, oposición en la naturaleza, anatemización como diagnóstico, enfrentamiento como consecuencia. 

 

       

Crí(p)ticas

 

Muchos críticos, sobretodo europeos –en EEUU el filme ha sido recibido con muchos parabienes-, han intentado cargar las tíntas contra esta segunda parte de la saga nolaniana de Batman por motivos eminentemente extracinematográficos, leyendo bajo la(s) compleja(s) trama(s) de la película paráfrasis ultraderechistas, tomando como presupuesto de análisis una visión reduccionista de esa dualidad (el Bien y el Mal, Blanco o Negro) y buscando interpretaciones esforzadamente ideológicas de los pasajes de la película en los que Gotham City se ve asolada por el miedo (en realidad, en linea similar a lo que ocurría en Batman Begins) y la amenaza terrorista (y eso que el Joker se parece más bien poco a Osama Bin Laden). En realidad esas críticas, y no la película que nos ocupa, son de todo punto reaccionarias y demuestran, más que la falta de conocimiento, actitudes claramente tendenciosas por parte de sus autores, empeñados en confundir términos apelando a la superficialidad más campante y al desagravio facilón del que pueda emerger la etiqueta (o, si prefieren, prejuicio) más infundado. Podría ponerme a hipotetizar sobre las razones de esa actitud, pero ni quiero prestarle más interés ni quiero echar leña a ciertos fuegos, que, como éstos, acabarán por apagarse solos cuando el tiempo dé y quite razones. Razones cinematográficas, quiero decir.

 

       

Noir

 

Porque esas críticas denigrantes también demuestran otras cosas: una, que algunos críticos aún no entienden lo que significa el cine de género, y critican películas como ésta con fundamentos que, per se, atentan contra la propia lógica y definición de esos géneros; y, dos, que de cine, de lo que se dice nociones sobre la pericia que requiere escribir, dirigir, musicar, editar e interpretar una película, más bien pocas. Porque lo que está más que claro es que The Dark Knight (glorioso título que se debe a un no menos glorioso cómic de Frank Miller -¿otro reaccionario?-) es una película exuberante y arriesgada como pocas. Al menos me estoy refiriendo a películas de su misma filiación temática y comercial. Si con Batman Begins Nolan ya marcó severas diferencias con lo que de estandarizado tiene el subgénero de superhéroes, en esta segunda parte esas diferencias se acentúan y mucho. Si en su precedente el thriller se imponía netamente a los cánones de la acción adrenalítica y a los rebatos infográficos, aquí del thriller saltamos directamente a un territorio más escabroso, el del noir canónico (con señas de identidad herederas de uno de sus grandes maestros, Fritz Lang –sino, revisen The Big Heat, por ejemplo-). Pero las palabras pueden parecer vacuas si no se fundamentan, así que déjenme mencionar que si The Dark Knight es un policíaco es por definición, porque refiere constantemente asuntos de derecho penal (y política criminal) cuyo engarce se produce a tres bandas: entre la fiscalía (Dent y Rachel), la policía (Gordon) y el justiciero (Batman); analicemos la figura del villano, el Joker (inconmensurable Heath Ledger), sus motivaciones, las razones que operan en su voluntad (analicemos el cuadro psicopatológico que el personaje define en cada una de las secuencias en que aparece, y terminemos en su última aparición, ese largo speech en el que la cámara le filma colgando, por los aires, del revés); y en la materialización de esa esencia noir de que hablaba, atendamos a uno de los clímax de la función –quizá el momento más inspirado del filme-, el interrogatorio policial al Joker que termina con ese doble ultimátum a las vidas de Dent y Rachel, construido a partir de la activación en el espectador de mecanismos psicológicos definidos por su torvedad, su oscuridad, su tortuosidad y su fatal destino…

 

        El Batman de Nolan

 

De esa fórmula genérica también podría servir de ejemplo el diseño escenográfico de la ciudad de Gotham puesto en comparación con los delirios góticos de las obras de Burton. En esta Gotham no cabe la fantasía, y lo que convierte a los personajes en héroes (Batman, Gordon, Dent) o villanos (el Jóker, Maroni, Dent) no se ampara tanto en fórmulas mesmerizantes como en la descripción psicológica, la definición de una superioridad intelectual o moral: inteligencia, integridad, escrúpulos o su carencia. Nolan filma su segunda película de Batman, y la hermana estéticamente a su precedente. La misma fisicidad en el tratamiento de las secuencias de acción, el mismo tratamiento fotográfico, idéntica utilización de la música y el sonido (llevado aquí a extremos gloriosos: fíjese en el inicio de diversas secuencias de acción donde de súbito desaparecen los sonidos diegéticos y escuchamos una breve cadencia musical que sirve a la perfección para pronosticar el peligro). Esmero en la economía narrativa (una secuencia supone el desarrollo de, cómo mínimo, una cuestión argumental), apelando a la inteligencia de un espectador que no va a pasar el rato, sino que tendrá que esforzarse por seguir diversas tramas complejas (que no sofisticadas) que de un modo improbable terminan por casar. No le viene a Nolan de esta The Dark Knight, sino de su completa filmografía, su interés por exprimir a fondo los personajes que pueblan sus historias, hasta extraer de lo enigmático una difícil coherencia; déjenme citar al respecto un pequeño pasaje del filme, una mini-sub-trama que puede servir para ilustrar el todo: el personaje del auditor de las industrias Wayne conoce la identidad secreta de Batman y está decidido a revelarla por televisión; el Joker decide que no quiere que se conozca esa identidad secreta de Batman, y por tanto que si alguien no mata al auditor él hará volar en pedazos un hospital (promesa que luego cumple); cuando la vida del auditor corre peligro, Bruce Wayne –con su Lambroghini- le salva la vida: atiéndase que no es Batman quien le salva la vida, sino el propio Bruce Wayne; tras el incidente, Bruce y el auditor cruzan una mirada… está todo dicho.

       

 

        Derecho Natural

       

        Al final de The Prestige, sabíamos cuál era el precio de consagrar la vida a la competición al más alto nivel, conocíamos lo que ocurre entre bambalinas, certificábamos que tras las relucientes apariencias existe un pozo sin fondo de sufrimiento humano. Planteados los conceptos en otros pero no muy lejanos términos, The Dark Knight alcanza semejantes conclusiones (amén de terminar de un modo muy poco convencional por tratarse de una obra que se presume convencional: el villano sigue vivito y coleando, y el héroe huye porque la policía le persigue con una acusación por cinco asesinatos…). La imposibilidad de desentrañar algo intrínseco (el Mal, el Caos), y la necesidad de hallar una fachada o apariencia impoluta para justificar ante la opinión pública lo injustificable, lo inexplicable, lo que es demasiado complejo para alcanzar una correcta interpretación pública. Ese discurso, por los que algunos se rasgan las vestiduras, es similar a los conceptos sobre el progreso que John Ford instituyó en sus westerns. Alvaro Sanmartín citaba The Man who shot Liberty Valance: el caballero blanco (James Stewart) es el que la leyenda imprime, aunque el caballero oscuro (John Wayne) haya sido quien en realidad la forjó. Se trata de pensar en ello como una constatación sobre el cómo se construyen y organizan las sociedades, por qué sendas se aseguran los derechos individuales y colectivos, a qué coste, y bajo qué peligros. Una película que en muchos segmentos parece un tratado de Derecho Penal acaba alcanzando una tesis sobre el Derecho Natural.

 

Sergi Grau

 

http://thedarkknight.warnerbros.com/dvdsite/

http://www.imdb.com/title/tt0468569/

Todas las imágenes pertenecen a sus autores.

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